Yo sólo quise ser agradable. La saludé, y le felicité las fiestas. El primer indicativo de que era mejor alejarme fueron sus ojos, hinchados, enrojecidos. Y su respuesta hosca y seca, fue otra señal.
Y yo no pude verla así. Era mi rival, me había robado la razón de mi existencia, y yo la odiaba. Pero, por alguna razón, supe que era buena persona y no merecía sufrir, así que, venciendo su débil resistencia, la abracé. Ella lloró, lloró sobre mi hombro, y me confesó entre gemidos, que había herido los sentimientos de aquel a quien yo tanto amé.
¿Te haces a la idea de lo mal que se siente una, cuando está consolando a su enemiga? ¿Cuando esa enemiga ha hecho daño a cuanto yo amaba? Y sin embargo, sonaba tan inocente...¿Puedes imaginarte cómo me encontraba de mal? Al sentirme culpable por ser buena con mi enemiga. Aunque me alegrase de su dolor, sólo porque yo la odiaba. Pese a que sabía que no lo merecía.
Aunque no deje de ser ella la única culpable.
Y allí estábamos. Yo la aborrecía, y ella se dejaba llevar por mi abrazo, no menos sincero, inconsciente.
-En serio, eres un sol.-dijo, con la voz rota de dolor.
Y fue como si me clavaran un puñal de hielo, y me dejaran desangrándome. Porque oí otra voz, la voz de un hombre, con su característico timbre ronco y grave, diciéndome exactamente lo mismo, hace ya tantos meses.
-Eres un sol-dijeron ambas voces, en mis oídos, mis recuerdos...
...en mi corazón
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