lunes, 26 de diciembre de 2011

Panic Atack


Podría haber resultado un fin de semana como otro cualquiera, pero no lo fue.
La compañía resultaba reconfortante, y a un mismo tiempo, desagradable. Y sin embargo, allí estaba en mi salsa, quizás por la costumbre. Estaba muy cómoda tumbada sobre la suave extensión verdosa. La hierba, ligeramente húmeda, me hacía cosquillas en la piel desnuda del cuello, de los brazos, al mecerse perezosamente, arrastrada por la brisa. El sol ruborizaba mi pálida piel.
Me sentía...como en llamas. No era exactamente desagradable, sin embargo, sabía que era esa mirada de hielo la que lo provocaba.
Una nube de humo, grisáceo, interceptó mi vista. Se rizó con el viento, formando extrañas figuras intangibles. El aire se impregnó del hedor del tabaco, y la fragancia demasiado dulce de la cachimba.
Fue una excusa excelente para incorporarme, sacudirme las hojas y la tierra de la ropa y el cabello y alejarme un poco. No fue necesario dar excusas ni explicaciones. Allí todo el mundo hacía lo que quería, cuando quería.
Sentí el crujido de la gravilla cuando él me siguió hacia un parquecito infantil, algo alejado. Me senté, sin mirarle, en uno de los columpios, y comencé a mecerme suavemente, sin ejercer fuerza apenas. "Colmillitos", como yo le apodo interiormente, se sentó a mi lado a disfrutar de la tenue caricia del sol poniente. El cielo, siempre bello, estaba teñido de un precioso tono rojizo, y los jirones algodonosos de nubes, perfilados por el suave tono ambarino característico de los amaneceres, y de las puestas de sol. Siempre he sentido esa extraña fascinación por el cielo, quizás porque no conseguía hacerme a la idea, de que algo que me parecía tan limitado pudiera ser infinito. Quizás, porque dadas las circunstancias, no es algo que se vea muy comúnmente, sino que es más usual despertarse y contemplar el apagado gris del cemento que predomina en las ciudades. O quizás, simplemente, por ser azul. Como sus ojos.
-Estás extraña-murmuró él, tras un silencio algo tenso.
<> ironizó una voz amarga en mi interior.
Pero yo me encogí de hombros.
-Es que no estoy segura de lo que quiero-resumí. Supongo que no era mentira.
Colmillitos me miró a los ojos, fijamente, y yo buceé en ese océano en calma, helado, sólo para mí, y me pareció que chocaba contra una pared de hielo. Aquella fría mirada no me inspiró nada. Mi piel no ardió al contacto con la suya, tampoco mis labios susurraron su nombre. Ni siquiera sentí un ataque de pánico, al descubrir, que allí sólo quedaban las cenizas de lo que había sido una larga amistad. O algo más.
Y descubrí, con miedo, que mis recuerdos demandaban una mirada diferente, exigían la calidez de unos ojos verdes....

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