martes, 27 de diciembre de 2011

Looking.


Me está persiguiendo. Lo sé, y soy consciente de que él lo sabe también. La cantidad casi ingente de personas que me rodean, que se empujan entre sí, no son de gran ayuda como camuflaje. Sé que sus ojos pueden ver a través de los muros, la tela, el maremágnum humano, y huyo.
Tal vez porque no sé qué es lo que me espera. Pero su mirada de hielo me encuentra, siento su frío aliento cada vez más cerca, la mirada de la muerte en la nuca. Y me apresuro, asustada, entre el gentío. Me sudan las manos. ¿Qué hará cuando me encuentre? Sé que no tengo posibilidades. Nadie escapa a él. Probablemente quiera matarme. Si no por venganza, será por aburrimiento.
Pero moriré.
Moriré por un beso. Sólo un gesto que no significó nada.
Escapo de la multitud, resollando. Me sudan las manos, y me las paso por la tela de la blusa ociosamente. Fuera de la gran carpa hay un pequeño bosquecillo, apenas un amago de arboleda, un par de filas de matojos, y me refugio entre la espesura, sabedora de que está a mi espalda. Pronto no puedo avanzar, el espacio se acaba. Le espero, tratando de esconder mi incomodidad. Aspiro una bocanada desesperada.
Y él avanza, frío y letal, me acorrala contra la corteza áspera y rugosa a mi espalda, siento los surcos en la madera, bajos las yemas de los dedos. Cierro los ojos, y siento un dolor lacerante entre las costillas. Me tiemblan las piernas, parecen de mantequilla, y yo no sé qué hacer, siento pánico, porque un líquido caliente brota velozmente y empapa mi blusa ligera, a pesar de mis intentos por contener la sangre, que me embota el cerebro con su penetrante olor metálico. Siento que algo me recoge, algo alargado y duro, unos brazos musculosos, quizás.
Azul, azul es lo último que veo. Unos ojos grandes y azulados que me devuelven una mirada desesperada, una mirada que pretende esconder una emoción muy distinta.
No, el sueño no me lleva, pero sí se me empaña la visión, soy espantosamente consciente del dolor. Certera y letal, la puñalada ha debido atravesar uno de mis pulmones, porque mi respiración suena trabajosa y áspera, hasta para mí.
No puedo evitar preguntarme qué me voy a encontrar más allá. Aunque tampoco importa, nada puede ser peor que lo que he vivido hasta ahora.
Y me dejo llevar, hasta que el dolor es lo único que puedo percibir, reteniendo en mi memoria el azul eléctrico de su mirada, profundo océano de hielo....

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