Mas cuando abrí la persiana se coló por la ventana,
agitando su plumaje, un cuervo muy solemne y ancestral.
Sin cumplido o miramiento, sin detenerse un momento,
con aire envarado y grave fue a posarse en mi portal,
en un pálido busto de Palas que hay encima del umbral;
Fue, posose, y nada más.
Esa negra y torva ave trocó, con su aire grave,
en sonriente extrañeza mi gris solemnidad.
"Ese penacho rapado-le dije- no te impide ser osado,
viejo cuervo desterrado de la negrura abisal;
¿Cuál es tu tétrico nombre en el abismo infernal?"
Dijo el cuervo: "Nunca más".
****
Y el impávido cuervo osado aún sigue, sigue posado,
en el pálido busto de Palas que hay encima del portal;
y su mirada aguileña es la de un demonio que sueña,
cuya sombra el candil en el suelo proyecta fantasmal;
y mi alma, de esa sombra que allí flota fantasmal,
no se alzará...¡nunca más!
Edgar Allan Poe.
Cerré el poemario tras releer mi favorito. Me instalé junto a la ventana al ver que los cristales de mi habitación se habían empañado por la fría humedad de noviembre.
Habían pasado tres meses desde que le había perdido. Esperaba alguna señal, alguna despedida, cualquier cosa que aliviara mi alma torturada.
Miré hacia el cristal blanco con ansiedad.
Cuando se extinguieron los últimos compases del disco de Mahler, le pregunté al cuervo que custodiaba mi alma:
"¿Nunca más?"
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