Te desvaneces. Poco a poco, la extrañeza de no recibir tus mensajes se desvanece, junto a todo lo demás. La añoranza por las personas a las que quise, se va. La resignación, también; ¿Cómo fingir que no sabía lo que iba a ser de ellos y de nosotros? Ingenua de mí, si alguna vez pensé que algún día recuperaríamos algo lo perdido.
Ojalá pudiera saber cómo estás y qué te ronda la cabeza. Cuando pienso que lo tengo más que superado, me asaltan la nostalgia y la pena, incluso la rabia. Porque no has querido quedarte, porque dices que me echas de menos pero de tu parte solo encuentro silencio, porque no esperaba recibir indirectas de ti, como dardos envenenados lanzados al aire como quien no quiere la cosa, hacia un espacio que, casualmente, ocupo yo. Cuando pienso que no quedan de ti más que recuerdos, apareces en mis sueños, o entre las brumas de una canción, o en una fotografía. Incluso, paradojas de la vida, en un par de lágrimas que intenté retener, en la cama, junto a la persona con quien la comparto. No sé si verdaderamente quiero que te desvanezcas o temo que lo hagas.
Ojalá pudiera o supiera dejar de preocuparme porque estés bien, a pesar de los mordiscos de nuestras últimas conversaciones pero, bien pensado, siempre he creído que tenías la habilidad de hacerme mejor persona. Es un aspecto que evidentemente necesito en mi vida, como perra cínica y rencorosa que soy, o, como tú dirías, fría, dura y poco empática..., pero buena persona (en el fondo)
Espero lograr suavizarme con el tiempo, es todo lo que puedo prometer. Llegará un día, confío, en que me importen menos tus dentelladas en mi corazón y me quede con el sabor remoto de tus dientes en la piel.
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