Reflexiones de un domingo por la mañana: hoy voy a comer con unos amigos (& co., entiéndase por "company" sus respectivas parejas sentimentales) de mi marido. Hasta ahí poco que reflexionar; pero donde yo preveía un plan tranquilo de almuerzo, solecito y buena conversación, los hombres (marca registrada) del plan tenían una idea bien distinta, y cito, "que nuestras mujeres se queden tomando café y nosotros nos vamos a jugar al fútbol"
De pronto, mi plan de domingo se transformó en una de esas comedias españolas rancias de hace quince años, protagonizadas por cuarentones frustrados que sueñan con veinteañeras (como yo, irónicamente) que les calienten las camas, y esposas florero aburridas. El machismo intrínseco de la imagen mental en su asignación de roles me pilló con la guardia baja, pero más aún lo herido de mi orgullo. ¿Cuándo he dejado de ser la que se amarra el pelo para jugar? ¿Cuándo me he convertido en una esposa florero aburrida y chismosa? ¿en qué momento he decidido que lo que tengan que decir y que aportar esas mujeres vale menos que perseguir un balón plastiquero con un grupo de gorilones sudados?
Tsk... he traicionado al feminismo. Pero eso no evitará que me vista para matar, I guess.
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