- Oye, ¿no me das un beso?
Diego se incorporó y sus labios se apretaron contra los míos. Un beso casi robado, especial. Infantil en su simpleza, pero sencillo, explosivo, soberbio.
Un beso que es una llave, en tanto que abre puertas.
Un beso que es una firma, un tratado de paz.
Un beso breve, que no dura, pero que será inmortal.
No tiene nada que no tengan otros besos, más que la certeza de que, como dijo el Principito, rosas hay muchas..., pero la que importa es la tuya.
No sé en qué momento cedimos a la evidencia, pero aquel día pusimos la primera piedra real de nuestra convivencia. En un beso en una pausa del trabajo, y no en los muebles que montamos, en la primera noche que dormimos en nuestra cama o en los rayos de sol de la terraza. Diego tiene alma de artista y, como tal, rozaba la poesía en muchas de las cosas que era y que hacía, como advertir que no es el tiempo lo que forja una pareja, sino la intensidad con la que esta lo deforma a su antojo.
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