Mi madre dice que siempre me ha gustado el café. Dice que no la dejaba rellenar la cafetera si no me dejaba oler antes el negruzco polvo molido. Yo no lo recuerdo, pero sí que tengo memoria de haberlo probado muchas veces. Mi madre, como yo, también es café-fílica; pero ella lo bebe puro, sin leche ni azúcar, es por eso que al principio nunca me gustaba.
Hoy he bebido café con ella. Le he llevado su taza de reconcentrado de amargo y me he tumbado a su lado a beber mi café suave, dulce y espumoso. Olía tan bien que me apetece otra taza al recordarlo. Luego, mamá ha sacado un trocito de bizcocho de Dios sabe dónde, y lo hemos compartido.
Este es uno de esos momentos que quisiera atesorar.
Ojalá esto no termine.
Por favor, no.
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