miércoles, 18 de noviembre de 2020

Euforia y rabia.

 La rabia es un potente aliciente para todo, pero yo no soy alguien que tenga mucho de eso. Si cuando hay otros implicados la rabia es solo el abrigo del dolor, en estos días de tanta rabia hacia mí misma..., lo que enmascaro, admito, es decepción. La decepción es algo con lo que hay que convivir cuando siempre estamos pidiendo más de nosotros mismos. Después de tirar de mis extremidades y mis hemisferios cerebrales casi hasta romperme, la parte de mí que quiere pararse a respirar se pelea con el Rocky que llevo dentro. La calma, contra las cuerdas, con el potencial atacando.

Al final, utilizo la rabia en su forma más útil, alejándome de mis pugnas internas y golpeando la calzada con zancadas largas y rocío en la cara, con música en los oídos y un gruñido gutural atrapado en los pulmones constreñidos.

Y qué bien. Qué bien se sienten el poder en las piernas, la libertad de saberme capaz de huir de todo por un momento, la velocidad, imparable.

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