Lo único que quiero hoy es sentarme en tu regazo. Ya sabes, como cuando tenías esa silla sin reposabrazos..., acurrucarme en modo koala a tu alrededor, con la cara contra tu cuello, oliendo tu piel y mordiéndote la barbita de la mandíbula de cuando en cuando.
Después de eso, podríamos haber ido a por un kebab. No pasa nada, te puedes comer mis patatas, al fin y al cabo nunca puedo con ellas, y así nos tomamos una cerveza después. Me gustará hablar con tus amigos, les echo de menos. Y mientras, sentada delante de ti en una de las mesas de madera del Cañaveral (porque fuera no habrá sitio, claro, mientras siga haciendo bueno), sacaré el pie de la sandalia y me pasearé por entre tus piernas para molestarte y calentarte, anticipando la noche.
Luego volveremos a casa de la mano, y nos besaremos durante los treinta segundos del trayecto del ascensor. Luego, tendrás que reírte y apartarme, porque sabes que yo no lo haría por mí misma. Recorreremos el pasillo que lleva a tu habitación bañados por la tenue luz amarilla de la lámpara.
Allí me desvestiré, y quizá aguantes sin tocarme, o me riñas un poco cuando golpee la luz sin querer en mi intento de estirarme y parecer más flaca. Y me pondré tu camiseta para dormir, porque una vez dijiste que te gustaba y yo confío en que aún lo haga; me tiraré sobre tu cama, en el lado que está pegado a la pared, y esperaré a que te tumbes a mi lado y pongas tu brazo bajo mi cuello, acercándome a tu pecho. Me pegaré a tu cuerpo como un buen koala que soy, disfrutando de tu olor a desodorante, colonia, champú, ropa limpia y bae, y miraré hacia arriba hasta que bajes la cara para besarme, para hacerme el amor al son del ventilador industrial.
Porque aunque mi vida haya cambiado drásticamente, sigo amándote igual, anhelándote igual, deseándote igual; y todo lo que sueño es con estar contigo pronto y celebrar como es debido el tiempo que llevamos y lo mucho que te quiero.