El baño lleno de vaho, húmedo y caliente. Se me escapa un suspiro: como siempre que voy a verle, estoy un poco nerviosa. La ducha ha servido para relajar mis músculos y calmar un poco mi corazón acelerado, pero se ha acabado demasiado pronto, y ahora estoy mirando la encimera de mármol con el ceño fruncido. Tengo la piel limpia, seca y suave, y el cabello se me adhiere al cráneo como una lustrosa capa de satén negro, brillando bajo los focos del baño. Sobre el lavabo están desplegadas todas mis paletas de sombra de ojos, colorete, todos mis lápices, todos mis pintalabios y glosses. Aún no he decidido qué voy a hacer con mi cara, o mi pelo, o mi ropa, y un agudo retortijón de nervios me oprime el estómago.
Me llevo las manos a la piel suave y cálida del vientre, sorprendida. Hacía tiempo que no me ponía tan nerviosa antes de verle...; pienso con una sonrisa distraída en nuestra primera cita, con las entrañas bailándome la conga por dentro, toda sonrojada, con el corazón obstruyendo mi garganta y ahogando mis palabras temblorosas. Me sentía como instantes antes de un gran examen, y en parte lo era... era uno de esos momentos que sabía que me iban a cambiar el futuro, para bien o para mal.
Aquel día me vi en esta misma tesitura. Contemplé miles de tonos iguales durante más de diez minutos, y luego me miré al espejo. El maquillaje destacaba como un manchurrón en un Goya, algo totalmente fuera de lugar en mi cara morena, y el pelo no se me ajustaba a los pesados rizos que había tratado de emular con mi rizador. Cogí desmaquillante y me deshice de toda aquella mentira. cualquier otra chica habría estado deslumbrante ante una cita con su crush, pero yo quería que me viera tal y como soy, aunque estuviera morena y se me vieran las pecas sobre el puente de la nariz, con el pelo requemado de cloro y sol, con cada marca en la piel. Solo entonces podría asegurarme de gustarle tal y como soy.
Creo que fue entonces cuando supe que iba en serio. De tratarse de cualquier otro, me habría importado un comino pero en ese momento me di cuenta de que quería gustarle y mi estómago se cerró del todo. En este momento, al contrario que aquella noche de hace medio año, quiero verme deslumbrante pero, al igual que aquel día, tengo poco con lo que trabajar para sorprender. Ale conoce ya prácticamente toda mi ropa, y no sé cómo superar mi melena larga y lisa con esta maraña de rizos cortos sin control, ni cómo hacer que mis ojos parezcan más grandes y bonitos y mis labios más carnosos. En momentos como este, mis inseguridades me aplastan y lucho por estar a la altura.
Como hice entonces, me miro al espejo, toda pálida y algo ojerosa, los tirabuzones se me están empezando a rebelar contra el peinado impuesto por mi rígido cepillo de púas. Y de nuevo los mismos nervios, y un centenar de imágenes mentales cuidadosamente almacenadas de su sonrisa malvada, su sonrisa dulce, sus ojos dorados, brillantes, su expresión cuando dice que me quiere, su expresión cuando me hace cosquillas, esas miradas que a veces parecen prenderme fuego, su rostro concentrado, dormido, risueño...
Las mariposas me golpean el estómago como el primer día y se me seca la boca.
Las mariposas me golpean el estómago como el primer día y se me seca la boca.
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