Cierro la puerta de mi habitación y me apoyo en ella hasta que oigo que cruje.
Por un momento me permito sentir alivio y relajo la postura, notando que los músculos de mi espalda protestan. Mi rígida expresión, una forzada sonrisa, se funde en mi suspiro involuntario. Supongo que sentir alivio es un avance, es...algo. Un atisbo de emoción en estos días tan extraños.
Me siento en la cama y me saco los zapatos a puntapiés. Caen al mármol con un golpe sordo, el de la lona y el plástico. A través de la ventana observo con los ojos fríos ese paisaje tan soleado y hermoso, que parece burlarse de mí estos días. Siento la mirada tan lenta y desganada que parece que mis pupilas patinaran sobre aceite, o manteca, o...
Mi mente está cansada hasta para buscar comparaciones. Cierro lo ojos cuando, de mi teléfono móvil, comienza a surgir una sencilla melodía a piano. Es lenta, y triste. Las notas solitarias parecen cortantes palabras de una sola voz, perdiéndose en el aplastante silencio de la habitación.
Pero no puedo dormirme, porque entonces se colará en mis sueños la tristeza.
A pesar de todo, lo hago. Y cuando despierto, sobresaltada y sudorosa, no hay nadie ahí. El piano se ha callado.
Podría levantarme, pero no tengo ganas. Oscurece fuera, y me pregunto si debería sentir hambre, pero tampoco puedo encontrar el familiar cosquilleo alojado en algún lugar entre mis tripas. No puedo encontrar ganas de moverme, de dormir, de oír música, de leer, de ver una película, una serie o un anime. No encuentro ganas de sentir el sol en la piel, de un paseo en bici, de oler los azahares en Sevilla.
No me apetece ni hacer la siguiente inspiración, pero a pesar de todo se produce. Por la periferia de mi campo visual, veo una mancha negra subir y bajar, escucho el aire entrando en mi tabique nasal.
Ni siquiera tengo ganas de escribir.
Y a pesar de todo, lo hago. Porque es tan natural como respirar.
Sin embargo, redactar estas palabras ahora mismo es tan difícil como respirar cuando lloras. Por más que intento calmar mis sollozos, la angustia sigue en mi pecho, y el aire entra de forma entrecortada. Hipidos horrorosos y lágrimas calientes, abundantes, feas.
Pero es necesario, porque igual que a las lágrimas -algún día.- le sucederán sonrisas, también unas palabras más alegres mancharán con su tinta.
Para que al final, todo sea olvidado.
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