Hoy, curiosamente, ha salido el tema de mi edad. A mis casi diecisiete años, me parecía que la mayoría de edad quedaba muy lejos, cuando no es así.
Hoy acabo de tomar conciencia de todas las cosas que pasarán entre este año y el que viene: voy a acabar bachiller y pasaré por Selectividad. Entraré en la carrera, me sacaré el carnet de conducir (¡al fin!) y seré adulta. Mientras que mis amigas hablan de ese día como si fueran a crecer diez centímetros y a parecer mujeres, yo sé que no notaré ningún cambio con respecto al día anterior. Ni siquiera un mes antes de ese momento.
Todas ellas hablan de sexo y alcohol, del día más maravilloso de sus vidas. Y yo sé que no saldré de fiesta, y seguramente ya me haya adelantado a ellas, como siempre.
Siempre he dicho que aprovecharía mis dieciocho para ir a donar sangre.
Pero ahora, en mi cama, con la mente llena de fechas de viaje y precio de aviones, me he dado cuenta de lo que signifoca ser adulta para mí: quiero la independencia. Quiero trabajar, ganar dinero, que me traten como a una adulta, quedarme en el hospital con mi madre por las noches, irme de viaje sola, ser útil...
Pero, sobre todo, en mi mente me veo abrazando a un chico moreno con los ojos del color de la miel, en un aeropuerto de las Palmas de Gran Canaria.
Es lo único que la edad no me permite hacer de verdad, y es lo único que deseo desde hace mucho tiempo.
viernes, 18 de abril de 2014
Grown.
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