Hace calor, pero yo no lo percibo. De pronto todo parece brillar, hay cosas mejores en que fijarse que el sol abrasador de un medio día de Julio. Fran está montando la cachimba. En lugar de agua, pone vodka. Qué manera más http://uragirinome.blogspot.com.estúpida de coger una melopea sin poder "saborear" el ardor de la colonia barata del Mercadona, porque precisamente Vodka Absolut no es.
-Escoge tú el tabaco-me dice lanzando una bolsita opaca hacia mí.
Tironeo de la oxidada cremayera y me encuentro con una amplia variedad de sabores. Fresa, menta, coca-cola, melón, con y sin nicotina. Al fondo hay un plastiquito transparente, pero no identifico las hojas de papel quebradizo que hay en el interior, así que lo dejo estar. Escojo el tabaco de melón, que es el que mejor huele. No queda mucho, y me aseguro de buscar el sellito en la esquina inferior derecha. Ahí está. Hay un cartelito rojo que reza mi salvación: SIN NICOTINA. Lo lanzo al lado de fran, que acomoda la pringosa pastita verde en el hueco de la cachimba mientras Sue corta papel de plata.
Yo me acomodo contra la raíz del Árbol Friki. Estoy muy nerviosa, el corazón se me desboca por culpa de los excesos a los que no estoy acostumbrada. No solo hace meses que no bebo Monster, si no que llevo dos Ripper en el cuerpo. Pero mi relajada postura y mi ausente expresión no delatan la inquietud que me corroe por dentro, como siempre.
Sue le lanza el tubo de plástico blanco con los carbones.
-Son una mierda-avisa, riendo.
Y tanto. Después de quitarse la olorosa pringue de los dedos, Fran tarda una hora en encenderlos. Decido echar una mano haciendo los agujeros en el papel, y más tarde, protegiendo la llama del mechero del viento que se ha levantado.
Por fin, coloca la pastilla color ceniza sobre el aluminio, y Sue levanta la manguera, lista para hacer los honores. Aspira durante un buen rato, con los ojos fijos en el líquido burbujeante del interior. Luego, parsimoniosamente, expulsa el denso humo, y la brisa nos hace llegar la fragancia a melón.
Luego alzo yo también la manguera. Soy consciente de que el alcohol aspirado va a tener un efecto muy fuerte sobre mí. Y sin embargo, hoy es el día de los pecados, así que sonrío irónicamente antes de presionar los labios contra el simétrico agujero del extremo de la cachimba. El humo es muy denso, y tengo que andarme con cuidado para no toser en busca de oxígeno. Aspiro el delicioso sabor a Melón, que se me queda pegado a la garganta, y no despego mis labios del instrumento hasta que siento los pulmones a punto de estallar. Luego, muy lentamente, expulso las volutas de humo blanco por la nariz y la boca, obstaculizándome la visión. En el paladar se me queda un tenue sabor parecido a lo que huelo del tabaco normal. Y no me gusta.
Una hora más tarde, se me ha calmado todo el nerviosismo, pero el corazón sigue taquicárdico. Mi mundo gira muy lentamente, como una esfera llena de líquido que se balancea fuera de control. Aún no he llegado a un extremo preocupante, pues soy capaz de hilvanar las ideas y entiendo todo cuanto me dicen mis borrachos amigos. Pero, aunque me esfuerce, me cuesta pronunciar bien, arrastro las palabras y no vocalizo. Además, todo es muy gracioso, no me había dado cuenta antes de las ganas que tengo de reír. Y creo que lo mejor es que no trate de levantarme.
Tampoco tengo esa intención. Se está muy bien aquí. De algún modo, he acabado acostada sobre el vientre de mi amigo nórdico, que se ha retirado prudentemente, cuando ha visto que el alcohol lo afectaba más por la falta de costumbre. Y mira que es un hombre alto y corpulento. Él me acaricia el pelo, las sienes, un lado de la cara, trazando dibujos circulares y letras al azar, bajando por mi cuello y volviendo a subir. Por algún motivo, no tengo ganas de encogerme y apartarme, no me provoca cosquillas ni calor tener su mano, cálida y grande, contra mi mejilla.
Todo brilla mucho. ¿Será que estoy feliz, o es porque estoy borracha?
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