Sé que estoy dormida. Por el colorido, supongo, o porque no recuerdo
haber venido por voluntad propia. Símplemente estoy aquí y punto. Hay
edificios de ladrillo a mi alrededor. De color rojizo, bloques de
apartamento muy familiares. Una placita en el centro, con bancos,
tiendas de alimentos y niños jugando.
Delante de mí hay unas escaleras. Las he recorrido decenas de veces, sé
que hay tres tramos de escaleras de 21 escalones cada una. Puedo
subirlas de dos en dos sin cansarme demasiado.
Hay una figura en lo alto de las escaleras. Tiene el pelo un poquito más
largo que en las fotos e imágenes que recuerdo, y el sol hace que le
salgan reflejos rojizos y castaños. Sus ojos no son verde claro, sino de
color esmeralda, y me atraviesan. Siento la tentación de dar media
vuelta y salir corriendo, saltar la barandilla blanca y atravesar la
plaza, donde no le de tiempo a cogerme.
Pero estoy congelada en el sitio. Es un sueño, no sé qué espero. Su
deslumbrante sonrisa me desconcierta. Me ha tendido la mano, y yo
empiezo a subir los escalones lentamente, recelosa.
Un solo peldaño me separa de su mano. Alargo mi brazo derecho hacia él.
No sé qué pretendo..., tal vez cerciorarme de que es real.
Nuestros dedos están a un solo centímetro cuando su imagen se difumina y desaparece.
Quiero bajar corriendo. Todavía puedo irme. Aún puedo salvarme.
-¡Ven!
Es su voz. Ligeramente ronca, pero es su voz. La misma que me cantó Dear
God. La misma que se reía conmigo una tarde de Enero. Algo se subleva
dentro de mí y se niega a rendirse.
Vuelvo a caer en la trampa.
Llego a los pies del siguiente tramo cuando él llega arriba del todo. No
parece cansado, pese a sus problemas respiratorios, y la sonrisa sigue
intacta. Vuelve a alargar la mano.
-¡Ven conmigo! ¿No me quieres?
Su tono inocente resulta tan poco creíble..., una risa sacude su delgado cuerpo.
Yo trepo a través de los peldaños, cada vez más cansada y frustrada. Una
y otra vez. Pierna derecha, pierna izquierda. Derecha, izquierda,
derecha, izquierda. Me arden las extremidades. Me da la sensación de no
avanzar, o cuanto menos, de que las escaleras son el doble de largas.
-¡¿NO ME QUIERES?!-repite.
Estoy a un centímetro de sus dedos cuando se esfuma.
¿Por qué tuve que ir siempre detrás de él? ¿No podía buscarme? ¿Aunque
fuera una vez? Siempre saludaba yo, siempre le llamaba yo, siempre le
enviaba los sms yo, siempre, siempre, siempre yo...
Llego, al fin, a las últimas escaleras. Sin resuello, sudorosa y con temblor en las manos. Aprieto los dientes de golpe.
-¡Ven a buscarme, Cris!
No me muevo, no esta vez.
-¿Por qué te vas cada vez que te busco?
-Tienes que seguir intentándolo.
-Y tú...¿No me quieres?
Otro espasmo. El de una risa cruel. Se retuerce entre estertores
-¡Claro que no!
Ya he tenido bastante. Tengo que despertar, tengo que...tengo que...
Apoyo la base de mi mano derecha en la baranda blanca. Está oxidada, se
me quedan fragmentos de pintura entre los dedos, húmedos de sudor.
Me alejo un par de pasos y cojo carrerilla. Me impulso, sirviéndome del pasamanos, y me lanzo al vacío.
Todo sucede muy lentamente. Él llega al pie de las escaleras y se estira
a través del antepecho, alargando las manos hacia mí, con la
desesperación pintada en las facciones.
Nuestros dedos se rozan, siento sus manos fuertes y duras en mi piel. Supongo que eso es lo que buscaba.
Impacto contra el suelo y la imagen se hace mil añicos.
Abro los ojos en mi cama. Estoy asustada, no puedo respirar bien, aquí hace mucho calor. ¿Qué intentas decirme, conciencia?
No tengo que preguntarlo dos veces. Una parte de mí sabe que me quiso.
Aunque fuera solo un poco.
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