El día que regresó, pasamos horas sentados en un poyete de piedra. Sentí que me merecía una explicación y quise ofrecerle la oportunidad de vaciar su alma de todo peso. De verdad que no iba a darle ninguna oportunidad más, pero entonces..., entonces, Cristian me besó. Sin permiso. Y después de dos meses sin sentir nada en absoluto, el cosmos entero estalló en ese breve piquito robado de mis labios y un tsunami de amor me hizo tambalearme.
No, era evidente que nunca mandé sobre estos sentimientos.
Lo empujé lejos de mí, con más miedo que rabia, pero con fuerza igualmente. Él levantó las manos como si se estuviera enfrentando a un atraco a mano armada y el pánico coloreó su expresión.
Unas doscientas disculpas llenaron el frío aire del anochecer de aquel viernes, 12 de enero.
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