Con un nuevo objetivo para este año y la esperanza como mensaje subliminal. Tímidamente, comienzo a imaginarnos juntos en contextos futuros: todo eso que había perdido meses atrás se esboza en los nuevos escenarios que construyo para mí.
Un espacio diminuto, pero propio. El esfuerzo sostenido de dar un paso más alla, de refinar y cauterizar el trabajo de los últimos meses.
Los nervios locos de invitarle a un café por primera vez y engalanar mis 50 metros cuadrados y mi apariencia, por ejemplo. O a cenar. O a ver una peli. Me imagino escuchándole embobada hablar con pasión de su nuevo trabajo, de sus magníficos compañeros de máster, de lo nervioso que está por los resultados del Noken. Le imagino contándome con alegría sus progresos en el gimnasio, y a mí pensando con envidia sana que quién pudiera tener tanta fuerza.
Fantasías. Fantasías plausibles, pero sueños al fin y al cabo; esta vez, ya no dependen solo de mí. Me pregunto qué me pediría él, cómo puedo yo mejorar como persona. ¿Podré? ¿Podremos?
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