De nuevo a solas ante el campo de batalla, algo menos desolador. Poco ha cambiado este paisaje. Mismas paredes desnudas mirándome, solo que ya no lloro. Ya no me sale. A él no se salió desde un principio, pienso con resentimiento..., ¿debería, realmente, sentirme tan asombrosamente mal por lo que siento..., o por lo que no?
Preguntas retóricas, siempre. Vuelvo a no percibirme no como la misma persona que era hace treinta días, una sensación que está volviéndose dolorosamente familiar, disonante, confusa. Siempre he dicho, y mantengo, que los cambios vienen de la mano de los golpes más duros de la vida, pero aún no alcanzo a valorar el impacto real que este ha tenido sobre la mía.
No puedo decir que me sobrecoja la soledad..., ¿cómo echar de menos a alguien que no formaba parte de mi espacio, de mis círculos, de mi vida? y, sin embargo, me sacuden los recuerdos como de otra vida y la nostalgia más profunda de lo que esa etapa significó para mí, de lo que en su día definí como "felicidad", amigos, juventud, descubrimientos, viajes y hacer el amor despacio. A muchos niveles, el abandono abrupto de esa persona y de esos conceptos son como una pérdida, también de lo que sentía como lo mejor de mí misma. Él me enseñó a relajarme, a ser más paciente, más empática, más amable.
Ahora se ha marchado y "yo", o la "yo" que conocía, ha muerto con él. Quise, soñé..., pero no pude salvarla. Entre los dos la hemos enterrado. Ahora estoy de luto por él, por mí, por lo que fuimos y por lo que ya nunca seremos.
Hace un mes que no soy la misma persona y no me reconozco en la imagen que me devuelven el espejo, o las páginas que constituyen el reflejo de mi alma. ¿Quién es esta persona? ¿a dónde va? ¿es mejor, es peor, es diferente? La miro con detenimiento: al menos ella parece segura de lo que hace. La única verdad absoluta de este texto es que siento que haya pasado un mundo entero por mí desde entonces.