Tensión. Como si tirasen de mis estremidades, como la piel seca de los labios cuando sonríes. Tensión estallando en el cuerpo como un elasticazo por dentro, como una goma recia demasiado gruesa, como las agujetas cristalizando en el cuerpo e impidiendo el movimiento.
La vida, estos días, está llena de obstáculos. El de luchar contra el sueño y el cansancio que se abre paso por mi cuerpo en los momentos más inesperados, como camuflada entre borregos, escuchando sin interés a la señora barrigona y displicente de diversidad. El obstáculo de respirar profundamente entre bocado y bocado, bloqueando el pánico según las calorías se suman en mi contador. El del estrés irrumpiendo en mi pecho según el reloj acelera sus tics y sus tacs y yo me quedo sin tiempo y mi agenda sin espacio para apuntar más datos. El problema de la sonrisa forzada cuando tengo que enfrentarme a todas esas situaciones incómodas: clientes, familia, familia política, amigos. Como masticando cristales; duele, pero puedo hacerlo. Se supone que debo hacerlo. Se supone que me hará fuerte y enriquecerá mi vida. Se supone que debería sentirme aliviada y contenta, pero dentro de mí solo hay tensión, presión, me rompo y no siento nada bueno, nada positivo. Se me escapa la vida; me desgasto de fingir interés, de fingir emoción, de fingir felicidad, de contarme una mentira que no me he creído nunca.
Me gasto..., me gasto, y ya no aguanto el peso que se me viene encima.
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