martes, 22 de octubre de 2019

Let's talk about you and me.

Me acomodé la ropa interior, que colgaba lacia sobre mi pelvis y con cada movimiento creaba incómodos pliegues por todas partes, enredada en los gruesos pantalones de chándal que le había robado a mi novio para la siesta. Sin embargo, el plan me había salido mal, de forma que me quejé en voz alta mientras trataba de acomodarme las braguitas. Él me miró a los ojos y con una sonrisa descarada me dijo que no me molestase, si me las iba a quitar.
Estas palabras prendieron fuego a la mecha del deseo en mi sangre y me pegué con ansia a su cuerpo mientras sentía su mano derecha reemplazando a la mía sobre la piel de mis nalgas. Por alguna razón conservo como recuerdos especiales varios momentos como este y solo de recordarlos me sobrevuela el vago recuerdo de la excitación, sobrecogiéndome. Más que la promesa de sexo inminente, creo que el secreto está en esa actitud que le domina cada vez con más frecuencia: la voz baja y ronca, el aire de seguridad con que me toca, su forma de mirarme a los ojos y de tocarme... como quien está en territorio familiar, como quien sabe lo que hace y lo que provoca con su tacto, con cada caricia, deshaciéndome las entrañas con una sensación muy familiar de nerviosismo con sus besos, sus mordiscos, su lengua surcando mi cuello, la maravillosa visión de sus labios rojizos perdidos en mi pecho. Él sabe tocar mis teclas, es más que evidente, sus manos conocen mis rincones mejor que yo. Me hace preguntarme si podría cansarme algún día de ese estallido de adrenalina que me azota cuando me besa profundamente, buscando mi lengua con aire dominante, y sé que quiere más.

Durante mucho tiempo me pregunté si, cuando tomaba la iniciativa, lo hacía por mí o por él; ahora me importa un poco menos porque le digo muchas cosas sin palabras cuando me abro a él.
¡Ah! qué peligro, cuando alguien sabe el poder que tiene sobre ti.

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