Querido bae:
Anoche estuviste fenomenal. No solo tuviste el coraje de venir a la boda de mi hermana sin previo aviso y sin conocer a nadie, sino que te comportaste de diez. Todo el mundo hablaba maravillas de ti, y para mí eras el acompañante perfecto. No solamente estabas guapísimo con ese traje azul, afeitado, el pelito recién cortado (para comerte y rebañar, vamos), sino que fuiste abierto, sencillo, ingenioso y divertido a pesar de que no te sintieras muy cómodo con las circunstancias. Sé que lo hiciste por mí y solo por mí, me salvaste la noche, que iba a ser una velada familiar de lo más ughggg, y no sabes lo agradecida que estoy. Me lo pasé genial después de todo el estrés de tenerlo todo organizado y procurar que la gente se lo pasara bien, una catarsis de alcohol y bachata que culminó en lo que llevaba todo el día deseando: quitarte la ropa despacito, besarte, acariciarte y enseñarte la bonita lencería de encaje celeste que me compré para ti la semana pasada. Ahora mismo yaces dormido, medio desnudo, y siento cómo el deseo se despereza y se asienta en mi bajo vientre, pero es posible que tengas resaca y quieras seguir durmiendo al fresquito del aire acondicionado. Sigues precioso, no puedo dejar de mirarte... Pero mejor te dejo tranquilo.
He de confesar que me siento un poco culpable, especialmente por la amenaza de muerte de mi hermano, pero espero que me perdones con el tiempo. Al fin y al cabo, te llevé a comer y beber gratis, ¿No?
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