Creo que el sueño pone las cosas muy en perspectiva, de modo que no me había dado cuenta hasta hoy que a una pequeñísima parte de mí le preocupa un poco el llamado síndrome post-erasmus: dícese de él que es una sensación de estar en el lugar equivocado, dícese de una vida que ya no parece tan intensa ni divertida como lo han sido los pasados meses.
Efectivamente, en mi breve cabezada me he dado cuenta de que mi subconsciente se está preguntando si mi vida en Sevilla me va a parecer anodina. ¿Lo será? sin mis nuevos amigos, sangriadas, escapadas a la metrópolis más grande del mundo, sin abura-soba en Akihabara, con sus luces y sus colores, sin pasear entre boutiques de lujo y crepperías en Harajuku, sin asomarme a la veranda de un hermoso balcón de madera de un templo milenario, pongamos el Kiyomizudera, a observar desde las alturas las curvas que describen las pagodas bajo el dosel de hojas rojas, verdes y amarillas del otoño.
Supongo que mi vida en Japón ha sido bastante entretenida, aunque claro, esa era la idea: huir del oscuro nido de cucarachas que es mi residencia, perseguir la luz solar mientras la hubiera. ¿Será posible que Japón me haya robado el corazón? ¿será posible que lo eche de menos?
Me gusta el cambio de responsabilidades, creo. Es cierto que los horarios lectivos y laborales son estresantes, y que aquí no me espera un plato caliente en la mesa al volver a casa a menos que me lo prepare yo, pero nadie más que mi blog y yo entenderemos que no es lo mismo. La garra de ansiedad que me oprime constantemente el pecho ha desaparecido; esa angustia causada por la condición física de aquellos a los que amo, la preocupación constante de lo que hagan o dejen de hacer..., es como si pudiera respirar hondo por primera vez en mucho tiempo. Es duro admitirlo, pero la distancia realmente te aleja de las personas a las que quieres, aunque eso nunca fuera mi intención.
Sin embargo, creo que mi mente consciente puede tranquilizar mis sentimientos con bastante eficacia. Así te lo digo, cerebro dormido: no voy a tener ocasión de aburrirme. Tengo mi preciosa playa, sol radiante, salitre y arena blanca; maratones de cine con mi hermano, y tenis con mi hermana, y caipirinhas y juegos de cartas, y el emocionante comienzo de un nuevo período lectivo, que es algo que siempre me ha encantado. Me esperan muchas cervezas y muchos abrazos de los amigos que allí tengo, cuyo amor no es menos exclusivo porque quizá lo haya dado por hecho. Tengo pendientes horas y horas de ser amada, adorada y mimada por el hombre al que amo; y, sobre todo, lo que más echo de menos de este paisaje: las sonrisas de mis seres queridos, su calor, sus abrazos, su cariño. Jamás pensé que echaría tanto de menos la humanidad de mi vida.
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