Tras una pesadilla agitada que no conviene recordar, me sumergí en un sueño inquieto de valles redondeados cubiertos de hierva verde y flexible; canciones de caminantes se alzaban contra la humedad que amortiguaba cada paso, bajo un un manto uniforme y gris, resplandeciente. Entre esas brumas luminosas, cinco peregrinos sincronizaban sus voces en una tonadilla animada olorosa a verano, manzanas maduras y el dulzor de las flores que de cuando en cuando flanqueaban el Camino.
Ahora que vamos despacio
Ahora que vamos despacio
Vamos a contar mentiras,
tralará
Vamos a contar mentiras,
tralará
Vamos a contar mentiras
Por el mar corren las liebres
Por el mar corren las liebres
Y por el monte las sardinas
tralará
Por el monte, las sardinas
tralará
Por el monte, las sardinas
Estos tonos infantiles y rítmicos tenían mis sueños de nostalgia y amigos y verano. De alguna forma me he encontrado tarareando esta cancioncilla que antaño me cantara mi padre camino de la playa, y de alguna manera mi mente acaba de rescatar los rescoldos incandescentes de mi subconsciente dormido. ¡Cuánto extraño el norte! y cómo me gustaría haber acabado el viaje que emprendimos por las montañas escarpadas, los bosques cerrados por árboles delgados y flexibles, los hermosos y amplios valles de un verde que solo existe en aquellos lares...
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