Dianne Setterfield (o mejor, Vida Winter) me enseñó que un té fuerte, dulce y caliente puede calmar cualquier cosa. A mí, particularmente, me gusta la sensación untuosa de la miel, la suavidad de la leche, mis manos calientes y el aroma a menta, mango o melocotón. Inmediatamente, me centro, y ya sé qué hacer y cómo hacerlo.
Y tendría que estar estudiando, pero he decidido tomarme un descanso, y aquí estoy: oliendo a té verde con menta, disfrutando de unos estampados de Yoshida y Hokusai mientras como zanahorias crudas y estiro mis entumecidos dedos, calentados por la porcelana caliente de mi taza. Está oscuro. Estoy escuchando la banda sonora de Amélie. La sensación mental es como la de tener los músculos ya calientes, ágiles, deseosos de emprender la carrera.
Pero aún me quedan dos minutos de descanso.
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