No, no le voy a explicar a un niño de dónde vienen los bebés.
Lo que a mí me preocupa es Ana. Sufre mucho desde que, por mi consejo, dejó a ese malnacido que es David.
Ahora empiezo a dudar de si hizo bien o no. Bueno, él es una mala persona y la hacía sufrir, pero conozco ese amor ciego que se olvida de las diferencias y aprecia hasta la más gélida de las miradas como si eso fuera amor en algún sentido.
Pero he empezado a cuestionarme hasta qué punto las decisiones que ha tomado Ana se han visto influidas por mis experiencias personales. Al fin y al cabo, también yo hice caso del consejo de Esse y hace meses que no hablo con Eddie.
Dios, cómo le sigo echando de menos. Cada día es peor que el anterior sin su calor, sin un solo "te quiero", sin nadie que me llame fresita. Nadie que me diga que soy preciosa. Cada día está tan vacío que no sé cómo tengo la cara dura de decirle a Ana que se puede seguir adelante. Soy una sucia hipócrita.
Sé que me aferro demasiado a lo que sentí por Dani, por otro lado. Me aferro al recuerdo de esa sensación ácida y dulce, desbordante, que lo llenaba todo desde mi pecho, y que me provocaba una sonrisa que no podía reprimir. Sé que jamás he sentido nada parecido como creo que jamás sentiré de nuevo esa felicidad suprema y expansiva.
Y sin embargo, he aprendido a ser feliz.
No se puede llamar de otra forma. He renunciado a un absoluto a cambio de otro que me hiciera la vida más soportable (si Nietzsche levantara la cabeza...). He dejado a un lado el amor, que solía ser el centro de mi vida, por el conocimiento y la introspección. Aprendes a vivir sin ello.
Sin la risa que te hacía feliz. Sin esa charla por la que esperabas todo el día, por la que no dormías en las noches y no estudiabas, ni leías, ni salías. Sin todos esos recuerdos atesorados con mimo a lo largo de los años.
¿Qué importa? ya he dicho que he aprendido a ser feliz. Ahora he atesorado todo lo que antes estaba de más mientras le tuviera a él: he recuperado mi amor por los estudios, la relación con mi familia, el sentido del humor, mi propio tiempo y la risa. He recuperado a mis amigos, y ese dulzor intenso sirve para paliar el regusto amargo que aparece de cuando en cuando en el paladar para recordarme que aún tengo sentidos, sentimientos y recuerdos. Y es cierto que soy feliz, a base de las pequeñas satisfacciones: cultivar la mente, cuidar de los míos, la autorrealización... (Aristóteles, gracias). No me falta nada. En aquel momento la felicidad suprema oscurecía las cosas que son realmente importantes.
Es posible que algún día me de una de mis pájaras y cambie de parecer, arrepintiéndome de estas palabras, pero de momento puedo afirmar que no cambiaría esta felicidad por la que conocía antes.
No pasa nada si hay un pequeño espacio vacío.
Quizá algún día venga alguien y lo llene, y mis recuerdos se tornen menos amargos.
A lo mejor no, y no seré menos feliz por ello. Tampoco pasa nada.
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