Una risa espontánea apareció como un resplandor en su rostro redondo y pálido, y mi corazón se saltó un latido. O quizá dio uno de más. Luego emprendió una carrera frenética que yo no comprendía, irradiando calor por todo mi cuerpo, levantando el vello de mi piel, enrojeciendo mis mejillas, secándome la boca, revolviendo mi estómago.
Había pasado más tiempo del que podía recordar, pero no el suficiente. No estaba preparada.
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