La mochila apoyada contra la mesa negra del salón se ha convertido en un anuncio constante de que mi cuñado está en casa. Y me molesta, no sé por qué.
No quiero ser malinterpretada, esto es realmente difícil de escribir. De pensar siquiera. Por un lado, recuerdo cuando Gonzalo prácticamente vivía en esa casa, y las alertas se disparan en mi cabeza. Ale solo se ha quedado dos o tres veces a dormir, pero casi todos los fines de semana almuerza y cena en casa, y yo me siento como si invadieran mi espacio vital. Me siento cohibida, igual que en aquel entonces, y lo peor es que soy la única que se siente así.
¿Y mis padres? pensaba que no iban a permitir que nadie se metiera en casa de forma parecida otra vez, pero de momento hay calma. Ya vendrá la tempestad, siempre viene...
Sea como fuere, no puedo decir esto en voz muy alta, o haré daño a mi hermana. Si lo escribo es porque no puedo más, yy estoy bastante segura de que ni mis padres ni mi hermana lo van a leer, al menos no antes de que empiece el drama, y para entonces esta entrada estará enterrada bajo otras entradas más importantes
Ale me cae bien, pero me cuesta mucho estar cómoda en casa cuando hay un extraño. Sé que si quiero la gran familia armónica con la que siempre he soñado, debo tragarme mis recelos y abrirme, por si de algún modo consigo cogerle cariño o algo parecido. No debería resultarme tan difícil.
Pero ahí está esa incómoda sensación, porque si hago públicos mis sentimientos sé que mi hermana resultará herida, y no quiero que se repita la misma historia otra vez. Tabúes, tristeza, ausencia.
No quiero comparar, porque Ale es mucho mejor persona de lo que jamás fue Gonzalo. Es risueño, noble, divertido, respetuoso. Es muy divertido en su inocencia. Pero yo soy como soy, y si no me siento cómoda en mi propia casa, entonces no me queda nada de nada.
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