Durante años, todo lo asociaba con ese momento. Me preguntaba continuamente si algo, algún día, volvería a estar a la altura de las emociones que aquellas dos palabras, aquella noche de verano, provocaron en mí. Me aterraba no volver a sentirlo, me aterraba haberme quedado vacía, me aterraba la posibilidad de haberlo idealizado durante tanto tiempo que, después de todo, solo estuviera buscando un imposible.
Después de lo que parece una eternidad, ya casi no lo recuerdo; pero, lo que es más importante, ya no lo anhelo. No lo estoy buscando. No sé si lo que tengo ahora se parece o no, no sé si es mayor, o mejor, ni me interesa. Es único, me llena, es mío. Me hace feliz. Es bonito, es sano. No tengo que vivir comparando ni recreando nada.
Y eso no lo hace menos real, ni menos sincero, ni menos auténtico.
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