Me llevó un momento darme cuenta de por qué había una sensación de déjà vu tratando de acaparar la atención desde el fondo de mi cabeza; pero es que todos los elementos estaban ahí, haciendo del oxígeno algo más complejo, más lleno, denso, irrespirable. No podía negar que estaba nerviosa, que ese momento me había producido cierta ansiedad durante varias semanas, y que mis ganas se sobreponían a todo lo anterior.
Dios, juraría que mi cabeza funcionaba todo lo rápido que puede ir el pensamiento humano. Me debatía entre síes y noes, me preguntaba si estaba preparada. Al fin y al cabo, había pasado mucho por mi cabeza - y mi corazón - durante el periodo de confinamiento y ya no me sentía la misma persona. Pero esa forma suya de besarme no dejaba lugar a dudas; entre todas las cosas que me decía, había un gran subtítulo que gritaba sexo, y yo me estaba dejando llevar por encima de las voces de mi cabeza y de mi corazón. En un gran esfuerzo, me aparté y le insinué que nos detuviéramos, al fin y al cabo, él estaba muy cansado. Sus pupilas se dilataron al mirarme, dejando un fino iris color caramelo, y yo me perdí en esa negrura.
- Para esto no estoy cansado - murmuró con voz ronca y una sonrisa procaz.
<< No pasa nada >> me dije. Ni que fuera la primera vez.
Pero así me sentía.
En la penumbra de mi dormitorio, los besos adquirieron un cariz menos ansioso pero más hambriento. Me decían muchas más cosas, algunas tan bonitas que acallaron mis dudas y mi deseo subliminal de esperar para todo aquello. Me desnudó con mimo y con alivio, como si me hubiera echado de menos; me acarició por debajo de la ropa interior y sentí que mis mejillas se incendiaban con vergüenza por mi propia excitación. No me reconocía en mis propias reacciones de adolescente pudorosa, pero así ocurrió y así lo cuento.
- Estás lista ya. - ronroneó. Me sorprendió darme cuenta de que sus palabras admitían una doble interpretación casi interrogativa, y respondí como si así fuera.
- Sí.
Sin más preliminar que éste, se tumbó sobre mi cuerpo en la postura más convencional que existe. Fue suave, pero aún así un pinchazo me hizo encogerme y una sensación de quemazón se extendió por mi pelvis. ¿Pero qué...? Me enfadó que mi cuerpo recibiera un momento tan ansiado con dolor, especialmente cuando ni yo soy virgen ni él tiene un mástil de medio metro; pero se balanceó en acometidas suaves, susurrándome que me calmara, que era él y solo él... hasta que por fin logré relajarme y me acostumbré a la sensación de tenerle dentro de nuevo.
Me preguntaba en el fondo de mi cabeza hasta qué punto diferiría esta experiencia entre sus recuerdos y los míos, siendo yo tan propensa al trascendentalismo más kantiano. Sabía que yo lo viviría como una reescritura de mis primeros pinitos sexuales, considerando el componente emocional, nervioso y, también, ese dolor tan característico. Ahora bien, si me conoces, y creo que lo haces..., sabes las muchas veces que me he arrepentido (y me arrepentiré) de que eso no sea verdad. Las cientos de ocasiones en que mi cabeza, demasiado acostumbrada a leer y visionar fantasiosos dramas románticos, ha idealizado el cómo habría sido. Sin embargo, por desgracia, es difícil recrear cómo me habría sentido antes, durante, después. Estoy contenta, creo, porque me parece que hoy he tenido una aproximación bastante certera. Fue breve, cuidadoso y dulce, al menos hasta que mi mundo tembló y se deshizo en un orgasmo devastador. Entonces pasamos a otros tercios un poco menos amables..., e igualmente deliciosos.
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