lunes, 13 de abril de 2020

Destruction.

Y luego está la culpa.

Estas palabras son infinitamente más difíciles de escribir que las de ayer. Porque duelen mucho más y porque llevan gestándose a fuego lento durante casi medio año. La culpa es un instrumento muy poderoso, sea autoimpuesta o no, puede llevarnos a hacer - o dejar de hacer - muchas cosas.
La culpa puede venir con nombres y apellidos. Los míos, los tuyos, los suyos. 

La culpa viene de alguien que toma malas decisiones y sigue sin aprender de sus errores. Que lo tiene todo a su lado y no lo aprecia, y lo cambia por una carcasa vacía de sonrisas superficiales. Alguien que es impresionable e ingenua, con el amor propio atrofiado; alguien a quien podrían sonrojar con cuatro palabras mal tiradas encima de la mesa. Fácilmente seducible por la misteriosa e intrincada lógica de una mente que esconde un vacío existencial, un "adulto" sin instinto de preservación ninguno, que va dando bandazos entre sus propias emociones y las esconde bajo una absurda capa de sardónicos chascarrillos. Ella, que es capaz de tirarlo todo por la borda - todo por lo que ha trabajado, todo lo que ha construido - por atención y halagos proyectados con muy mal gusto. Pero en el fondo no puede evitar sentirse especial, elegida por él para compartir cuatro migajas de inseguridades y traumas del pasado. Tiene complejo de salvadora, como heroína de una tragedia romántica de las que emiten en Antena 3 los sábados a mediodía.

El sentimiento de culpabilidad puede proceder, aunque solo hipotéticamente, de un treintañero que aún no se ha descubierto a sí mismo, y al que le gusta arroparse de su propia soledad jugando al ratón y al gato con esa chica joven que conoció en el trabajo. Si tuviera dos dedos de frente, podría sentirse culpable de interferir en la vida sentimental de esta mujer sin intenciones de que sus breves flirteos lleguen más allá de un polvo decepcionante en el rellano de su apartamento. Un parche efímero a la soledad de un tío al que siempre han dejado por el camino; pero es que eso es la vida: adaptarse o morir. Si, además de cerebro, tuviera corazón, podría sentir resquemor por jugar a alimentar los sentimientos de ella. Pero él se consuela porque en el fondo se está conteniendo, en el fondo... cree que la respeta. Que la valora. Él se dice a sí mismo que quiere que ella sea feliz mientras planta pequeñas semillas de dudas aquí y allá. << Deberían cuidarte mejor>>, dice. Dice también que la llama se apaga, pero que eso es normal. Y culpa de ella, también, por compartir demasiado de sí misma con él. Él cree que ha dado en el clavo, pero no acierta ni una. No sabe que no todas las personas son iguales..., y especialmente la tercera rueda de nuestra historia.

En cualquier caso, la culpa jamás debería proceder de donde resulta emanar con más fuerza. De un joven con la autoestima hecha trizas por dos décadas de rechazo hacia su cuerpo y su personalidad, nuestro canto rodado. De él, que lo daría todo por ella, que se esfuerza por comprenderla y cuidarla porque la idolatra, pero en el fondo se siente siempre insuficiente. ¿Por qué ella mira a otros? se pregunta él. Bueno, tal vez si estudio con más ahínco. O quizá si tuviera más dinero. O fuera más atractivo.
Él se esfuerza, pero ella no lo valora. Ella no lo ve. Él ve las series que a ella le gustan, pero no recibe nada a cambio. No sabe ya qué decirle, de qué hablar. Quizá son muy diferentes. A lo mejor tienen que conocerse más.
Y él, siempre ingenuo y positivo, se compromete a hacerla feliz, tiene claro que eso es lo que quiere; aunque no sabe cómo conseguirlo. El problema es que ella tampoco.

Al final, ella, adorada por ambos, aunque por distintos motivos, es un fraude. A uno lo hace sentir menos solo, el otro, pobre inconsciente, es demasiado bueno como para sentirse utilizado. Ella es peligrosamente explosiva, en toda su negatividad conocida, encontrada y reforzada. Demasiado torpe para reconocerse a sí misma y evitar los tropiezos recurrentes, para identificar los autodestructivos patrones de su pasado y eliminarlos finalmente de su vida. Ella se piensa y es pensada como inteligente, pero es la reina del sabotaje. Ella debería quedarse sola para aprender su lección de una vez por todas.
Hay gente a la que conviene evitar. Antes de que su fogonazo te lleve a ti por el camino.

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