hace tiempo que decidí vivir de forma que no pudiera arrepentirme de mis decisiones, incluso de las que he decidido no tomar. Sin embargo, esta semana de epifanías ha desmontado algunos de los esquemas que pensaba que iba a seguir para siempre, o al menos durante mucho tiempo. Así que mientras miraba al techo, planteándome qué hacer antes de irme a dormir, me he sorprendido a mí misma arrepintiéndome de una concatenación de sucesos extraños. Como no besarte. Como no haberte buscado hoy. Como no quedarme más tiempo ayer, pese a que lo estaba deseando. Me arrepiento de muchas decisiones estúpidas que he tomado esta semana, pero también de las que no. No decidí ser valiente mientras nos mirábamos a los ojos, deseando mordernos los labios.
Me arrepiento de no estar ahora mismo manchada de albero, bailando sevillanas bajo la lluvia, con tu mano en mi cintura otra vez. Quién sabe si de haber sido las cosas de otra manera, ahora mismo estaríamos juntos o no. Quizá en otro sitio más cálido, más limpio y con menos ropa.
Pero si una cosa he aprendido a lo largo de mi adolescencia, es que no tiene sentido lamentarse por las cosas que han ocurrido o no, como no lo tiene plantearse futuros hipotéticos que solo hacen daño.
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