Sabía que estaba soñando, pero esa conciencia no parecía cambiar el hecho de que mi madre había muerto y yo estaba sola.
Hubiera matado por un abrazo suyo. Era la clase de sueño angustioso en que la parálisis es total, y el llano duele como si fuera real. Pensaba en cada paraba, cada susurro, cada una de las muchas pesadillas que había tenido con aquel momento.
No parecía tan terrible, y sin embargo, yo no podía abrazarla...
No desperté con grandes aspavientos. Seguía respirando normal, en la penumbra recalentada de mi habitación. No había llorado ni gritado. Mi hermana dormía en la cama contigua.
El único cambio consistía en la piel húmeda y pegajosa y un sordo dolor de cabeza apenas incipiente.
Qué bonita forma tuvo mi subconsciente de recordarme que era el día de la madre.
Me levanté con un nudo en la garganta, como a punto de vomitar lágrimas. Tenía la boca seca.
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