Mi cerebro está en modo acogida favorable. Son las tres menos cuarto de la madrugada, y a pesar de haber estado estudiando para todas las asignaturas casi desde que acabó el trimestre anterior, aquí me tenéis. Hoy he memorizado dos temas de lengua y dos (y medio) de historia, de forma que he memorizado la mitad de lo que debía haber hecho. Mañana me esperan tres horas de examen, ¡ue!
Llevo casi nueve horas estudiadas hoy. Siete ayer. Unas diez el día anterior..., os podéis imaginar. Mañana voy a hacer algo que no he hecho nunca jamás: si en historia me caen la guerra colonial o Primo de Rivera, los puedo defender bastante bien; pero si me cae cualquiera de los otros tres temas, buscaré sacar un dos desesperadamente y optaré a la recuperación con todas mis fuerzas. ¿Qué le hago yo si todos mis esfuerzos son inútiles?
Estoy recordando todo el rollo ese de las cagaleras que solté antes. Es gracioso, porque he tomado mucho café ya hoy y estoy asqueada, así que tengo un té verde aguado y frío al lado. La verdad es que no me gusta el té, pero ha sido una agradable fuente de energía; y tengo el colon más limpio que nunca.
Tengo un 55% de posibilidades de aprobar historia mañana, aunque haya tenido más tiempo que los demás. Tampoco mis circunstancias son buenas, #IfYouKnowWhatImean. Para lengua confío en mis habilidades para extenderme indefinidamente y en mis precarios conocimientos sobre novecentismo, noventayochismo y vanguardias. No en vano me he leído todo eso. Además, Leonor me quiere, que lo sé yo (????)
Estoy cansada. Pienso que mañana me tengo que estudiar dos temas muy largos de historia del arte y casi lloro, porque en los apuntes ni siquiera he terminado la escultura, mira tú qué divertido.
Además, aún me quedan más de 48 horas para poder ver a mi mamá. Mientras, he dormido en tres días lo de un ciclo natural de una noche, es decir, unas ocho o nueve horas. ¿A que mola?
En serio, qué asco de té. ¿Algún alma caritativa que me traiga un Red Bull?
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