Dani me llevó a mi casa, y sobre las cinco de la mañana me dejó junto a mi ventana.
-Espera-grazné
-¿Hmm?
-¿Qué somos, Dani?
-¿Necesitas encontrarle un término?
Me encontré a mí misma dudando. Él esbozó una media sonrisa.
-Buenas noches, princesa.
Cuando levanté la cabeza, su sombra ya se recortaba con la luna, que florecía sobre la ciudad, luchando con la capa de luz artificial que escondía el suelo de los ojos de las estrellas.
Salté el alféizar y busqué a tientas en la pared para encontrar el interruptor de la luz, que me cegó por un momento. Me quité la sudadera y la colgué del perchero con forma de guitarra. Las teclas eran los ganchos para la ropa. Luego abrí la cama y me acurruqué bajo la fina colcha.
¡Ah! tanteé en la mesita de noche hasta encontrar mi móvil. Lo desbloqueé y activé el wifi. Después de lo que me pareció una eternidad, me metí en Tuenti, la única red social que mantengo al día. Revisé los comentarios, mensajes y fotos y me encontré con que sólo Ézhor había tratado de contactar conmigo
<< Canijaaaaaaa...¿te vienes mañana a mi casa? nosotroh podemos zombies, plantar unas Claymore, echarnos unas carreras...¿Qué me dices?>>
Pulsé el botón Responder.
<< Allí me tienes después de jalar, petardo>>
Sábado jugando a la playstation. Casi como cualquier otro día. Bostecé, y lo último que recuerdo es que bloqueé el teléfono sin quitar el wifi.
Sentí que abrían la puerta, pero mantuve los ojos cerrados y la respiración acompasada. Reprimí una exclamación ahogada cuando sentí a otra persona tumbarse a mi lado y rodearme la cintura con el brazo.
-¿Qué...?
-Aquí me quedo-suspiró Alex
Yo no iba a quejarme. Bajé la cabeza hacia su pecho y él me apretó más fuerte.
-Hay que bajar ya, en breve vamos a almorzar...
-¿Ya?-no me extrañó en absoluto-Bueno, vamos
-En un minuto...
Permanecimos así un ratito antes de que me soltase perezosamente. Yo me lavé la cara y los dientes antes de bajar, con el pelo como un almiar y el pijama hortera.
Comimos acompañados por el murmullo de aquellas deprimentes noticias. Procuré terminar pronto con aquel inapetente almuerzo.
-¿No quieres nada de postre?
Mi hermana siempre me presionaba para que comiese. Temía que mi complejo me obsesionara...
-Estoy llena-musité mientras me llevaba mi plato medio lleno lejos de su mirada.
Claro que quién puede almorzar nada recién levantada.
Luego corrí a vestirme. Lo usual. Camiseta negra de manga corta, del grupo My Chemical Romance, con la araña blanca sobre la bandera estadounidense, como en el álbum Danger Days, unos pantalones cortos, vaqueros, muy normales, y converses de bota. ¿Rojas, azules o negras? Todas iban a pegar con la camiseta, así que cogí las rojas, porque llaman la atención y eso me gusta. Me recogí el pelo en una cola de caballo, porque estaba muy enredado, luego me pinté los ojos de negro, cogí el mismo bolso que utilizo siempre y salí.
Hacía calor, pero era una tarde bonita, y el optimismo rebosaba por mis sonrisas.
Claro que aún no sabía lo que me esperaba.
viernes, 6 de julio de 2012
jueves, 5 de julio de 2012
Capítulo diez
-¿Qué, no vas a taparme los ojos?-inquirí con curiosidad sarcástica
-No me apetece que te rompas la crisma, así que todavía no.
Le seguí por los tejados por los que le había visto caminar tan sinuosamente antes. Al fin desentrañaría el misterio. Él me guió de la mano por las resbaladizas tejas rojizas, desgastadas por el tiempo, maltratadas por la lluvia, el viento y el frío; pisando cuidadosamente las zonas resbaladizas por el musgo y las trepadoras.
Era una noche muy luminosa. Las estrellas se peleaban por cada espacio libre en el cielo.
-Por aquí.
Habíamos llegado al final. Justo al lado de mi calle estaba el pequeño aparcamiento de una farmacia 24h. Saltamos hacia el bajo tejado del edificio, y desde ahí ya no fue peligroso saltar a la superficie del aire acondicionado.
-Ahora lo entiendo-murmuré para mí misma
Él no dijo nada, y yo lo interpreté como el motivo por el cual no me lo había contado antes. Pensaba enseñármelo.
Se dirigió hacia el aparcamiento. Había espacio para unos diez coches, pero estaba vacío, salvo por una reluciente moto negra, una hermosa Harley Davidson Fatboy 103. Silbé por lo bajo, y Dani compuso una mueca burlona.
-Espero que no te de miedo viajar en moto.
Negué con la cabeza
-Y menos en esta preciosidad
Acaricié la superficie, reluciente e impecable, como si fuese nueva.
-¿Sabes algo de motos?
-No mucho, pero siempre me han gustado-repuse, a la defensiva
-¿Sabes qué modelo es esta?-inquirió mientras subía al suave asiento de cuero y se acomodaba
-Claro, es una Fatboy 103.
-Mi favorita es la...
-...Sportster 883-completamos a la vez
Él guardó silencio, un poco sorprendido. Luego esbozó una sonrisa franca, asombrada y maravillada a la vez.
-Es tan elegante y tan...imponente...-suspiré
-Lo es.-abrió la boca de nuevo, pero titubeó y terminó por mirarme fijamente-Adelante, señorita.
Me tendió un único casco de color morado.
-¿Es el tuyo?
-No, nunca llevo.-respondió-lo he comprado para ti. ¿No te gusta?
-Claro que sí, es mi color favorito.
Pero supuse que eso él lo sabía. Habría sido demasiada coincidencia que lo hubiera escogido sin querer de ese color, y no negro, por poner un ejemplo.
Me aferré a su chaqueta de cuero. Hacía calor para aquello, pero tenía entendido que el roce del viento es muy incómodo a altas velocidades. Le abracé con fuerza mientras atravesaba las calles vacías de aquella avenida tan familiar como un cuchillo llevado por el viento.
No escondí la cara en su espalda ni cerré los ojos con fuerza. Disfruté del cosquilleo que nacía en mi barriga mediante se incrementaba la velocidad, mirando al viento a la cara. Como en aquella canción de Marea, "Que se joda el viento". Me lloraban los ojos.
Dani fue aminorando la velocidad lentamente. La moto detuvo su ronroneo con una suave sacudida.
-Ya estamos cerca.
Entumecida y un poco temblorosa, deslicé la pierna de detrás suya y bajé del vehículo y me subí la visera del casco para poder exclamar:
-¡Guau!
-¿Gratificante?-me tendió las manos para que le diera el casco
-¡Eso se queda corto!
Se rió entre dientes y aparcó la moto en la espesura. Había bastante maleza y árboles, y deduje que teníamos que estar cerca de algún parque o pequeño bosque. No sabría decir cuánto tiempo había estado conduciendo.
Dani echó a andar cuesta arriba y yo me apresuré a seguirle por el sendero de polvo claro.
No tardamos mucho. Los árboles comenzaron a ralear, y pronto pude ver el cielo si miraba hacia arriba.
De pronto, mi acompañante se situó detrás de mí, colocándome las manos sobre los ojos.
-Tranquila, el terreno es llano.
Avancé cautelosamente hasta que sentí espacio a mi alrededor. Supuse que habíamos llegado a un claro u otro camino.
-Dime algo material que te guste con locura-insistió
-Los libros-respondí de inmediato.
-¿Un sitio tranquilo?
-Una playa...o un bosque
Y comencé a comprender que aquello estaba relacionado de algún modo.
-Bienvenida al paraíso.
Y retiró las manos de mis ojos.
La vegetación crecía salvajemente. Las flores cuyos nombres no conocía, de belleza sencilla e innegable, salpicaban con su color el perenne verde. La hierba verde. El musgo sobre una roca, trepando por los troncos de aquellos árboles ancianos, con sus hojas de color jade incluso en aquella oscuridad.
Pero no era eso exactamente lo que me estaba enseñando. Había alfombras en el suelo. Alfombras cuadradas, de colores apagados, raídas por la humedad y los animales. Alfombras de estilo persa y turco. Sencillas o llenas de formas que cobraban movilidad bajo la luz plateada de nuestro satélite. Sobre aquella superficie, incongruentemente, montañas y montañas de libros. Libros gruesos, finos, de encuadernado frágil, con tapadera de plástico. Más nuevos, más antiguos. Clásicos, de hojas amarillentas o suave papel reciclado. De amor, misterio, de hace 200 años o quince días.
¿Cuántos ejemplares habría allí? cientos, más que en mi casa, y eso que siempre hubo estanterías repartidas con decenas de libros manoseados y releídos tantas veces...
Dani me miraba, a la espera.
Yo no podía apartar los ojos de aquello, de mi sueño ante mis ojos, para mí. Cuando trasladé mi mirada a las profundidades de sus ojos, ya no pude escapar de aquellas enredaderas verdes que me mantuvieron lejos de la cordura.
Es increíble que un simple contacto visual pueda provocar taquicardia. Bum, bum, bum.
Estaba increíblemente cerca, y yo ya sabía que no iba a leer nada aquella noche. Sabía con certeza lo que iba a ocurrir.
Pero también sabía que no debía esperar nada.
Dani puso dos dedos de su mano derecha bajo mi barbilla y la alzó. Podía sentir su respiración sobre la piel. Se inclinó y yo cerré los ojos.
El beso que yo esperaba recayó justamente sobre la punta de mi nariz. Abrí los ojos y él sonreía con satisfacción.
-¡Y un huevo de pato viudo!-exclamé, muy enfadada
Le ceñí el cuello con los brazos para acercarle a mí y le besé con fuerza.
Fue breve, y había rabia por mi parte en aquel roce. Sorpresa por la suya, imaginé.
Me miraba con estupefacción.
Yo cerré los ojos, sin saber muy bien qué hacer o decir. Decidí actuar por instinto. Respiré hondo, como para calmarme, y cuando abrí los ojos le estaba sonriendo ampliamente. Me acerqué a examinar algunos títulos.
¡Mansfield Park! una oleada de nostalgia me empujó contra la alfombra, y antes de saber lo que hacía llevaba media hoja leída. Me lo prestaron, y me enamoré desde la primera página, como cierta obra de Henry James que tampoco llegué a comprar nunca. Otra vuelta de tuerca, así se llamaba.
Así se lo hice saber a Dani cuando se recuperó y se sentó a mi lado. Era una anécdota bonita para mí, como aquella vez que se me olvidaba comer o salir de mi cuarto, leyendo Memorias de Idhún.
Él me escuchó, preguntando y componiendo muecas de vez en cuando. Si era de libros, como le dije a Ézhor, podía hablar durante décadas. La gente solía reírse cuando me emocionaba y me ponía a llorar, o cuando me reía sola. También Dani sonreía y tocaba mi ceño, repitiendo aquellas palabras de cuando nos conocimos. << Estás más bonita cuando sonríes>>
-No sé cómo te gusta que te llamen.
-Ya sabes mi nombre. Dani está bien-me aseguró. ¿Y tú...?
-Mucha gente me llama Ly. Tampoco me importa Lycaon. Puedes llamarme como quieras.
-¿Cuántos años tienes, Ly?
-¿Por qué?
-Me divierte cuando te sonrojas y estás a la defensiva...
-No estoy a la defensiva.-Me enfurruñé
-Entonces, ¿Por qué no me dices tu edad?-contraatacó
-Vale. ¿Cuántos me echas?
Titubeó.
-¿Dieciséis?
-No. Menos.
Se puso tan blanco que pude ver a través de él.
-Quince
Estudié sus facciones esperando ver rechazo en ellas.
-Lo entenderé...si ya no...te gusto...-mentira
-Tampoco soy tan viejo
Frunció el ceño.
-¿Diecisiete?
-Exacto-murmuró, sorprendido.
Mi sonrisa se tornó un pelín suficiente. Eso solo le hizo carcajearse y acariciarme el pelo.
No sé cuánto tiempo pasó entre preguntas, sorpresas y respuestas. Su rostro estaba triste.
-Deberíamos irnos si quieres sobrevivir a mañana.
Ambos nos pusimos en pie.
-Gracias por enseñarme tu paraíso-susurré, maravillada.
-Puedes venir siempre que quieras.
Esta vez no hubo dudas cuando rodeó mi cintura con sus delgados brazos y unió mis labios a los suyos.
Qué intenso y dulce fue aquel pequeño final.
-No me apetece que te rompas la crisma, así que todavía no.
Le seguí por los tejados por los que le había visto caminar tan sinuosamente antes. Al fin desentrañaría el misterio. Él me guió de la mano por las resbaladizas tejas rojizas, desgastadas por el tiempo, maltratadas por la lluvia, el viento y el frío; pisando cuidadosamente las zonas resbaladizas por el musgo y las trepadoras.
Era una noche muy luminosa. Las estrellas se peleaban por cada espacio libre en el cielo.
-Por aquí.
Habíamos llegado al final. Justo al lado de mi calle estaba el pequeño aparcamiento de una farmacia 24h. Saltamos hacia el bajo tejado del edificio, y desde ahí ya no fue peligroso saltar a la superficie del aire acondicionado.
-Ahora lo entiendo-murmuré para mí misma
Él no dijo nada, y yo lo interpreté como el motivo por el cual no me lo había contado antes. Pensaba enseñármelo.
Se dirigió hacia el aparcamiento. Había espacio para unos diez coches, pero estaba vacío, salvo por una reluciente moto negra, una hermosa Harley Davidson Fatboy 103. Silbé por lo bajo, y Dani compuso una mueca burlona.
-Espero que no te de miedo viajar en moto.
Negué con la cabeza
-Y menos en esta preciosidad
Acaricié la superficie, reluciente e impecable, como si fuese nueva.
-¿Sabes algo de motos?
-No mucho, pero siempre me han gustado-repuse, a la defensiva
-¿Sabes qué modelo es esta?-inquirió mientras subía al suave asiento de cuero y se acomodaba
-Claro, es una Fatboy 103.
-Mi favorita es la...
-...Sportster 883-completamos a la vez
Él guardó silencio, un poco sorprendido. Luego esbozó una sonrisa franca, asombrada y maravillada a la vez.
-Es tan elegante y tan...imponente...-suspiré
-Lo es.-abrió la boca de nuevo, pero titubeó y terminó por mirarme fijamente-Adelante, señorita.
Me tendió un único casco de color morado.
-¿Es el tuyo?
-No, nunca llevo.-respondió-lo he comprado para ti. ¿No te gusta?
-Claro que sí, es mi color favorito.
Pero supuse que eso él lo sabía. Habría sido demasiada coincidencia que lo hubiera escogido sin querer de ese color, y no negro, por poner un ejemplo.
Me aferré a su chaqueta de cuero. Hacía calor para aquello, pero tenía entendido que el roce del viento es muy incómodo a altas velocidades. Le abracé con fuerza mientras atravesaba las calles vacías de aquella avenida tan familiar como un cuchillo llevado por el viento.
No escondí la cara en su espalda ni cerré los ojos con fuerza. Disfruté del cosquilleo que nacía en mi barriga mediante se incrementaba la velocidad, mirando al viento a la cara. Como en aquella canción de Marea, "Que se joda el viento". Me lloraban los ojos.
Dani fue aminorando la velocidad lentamente. La moto detuvo su ronroneo con una suave sacudida.
-Ya estamos cerca.
Entumecida y un poco temblorosa, deslicé la pierna de detrás suya y bajé del vehículo y me subí la visera del casco para poder exclamar:
-¡Guau!
-¿Gratificante?-me tendió las manos para que le diera el casco
-¡Eso se queda corto!
Se rió entre dientes y aparcó la moto en la espesura. Había bastante maleza y árboles, y deduje que teníamos que estar cerca de algún parque o pequeño bosque. No sabría decir cuánto tiempo había estado conduciendo.
Dani echó a andar cuesta arriba y yo me apresuré a seguirle por el sendero de polvo claro.
No tardamos mucho. Los árboles comenzaron a ralear, y pronto pude ver el cielo si miraba hacia arriba.
De pronto, mi acompañante se situó detrás de mí, colocándome las manos sobre los ojos.
-Tranquila, el terreno es llano.
Avancé cautelosamente hasta que sentí espacio a mi alrededor. Supuse que habíamos llegado a un claro u otro camino.
-Dime algo material que te guste con locura-insistió
-Los libros-respondí de inmediato.
-¿Un sitio tranquilo?
-Una playa...o un bosque
Y comencé a comprender que aquello estaba relacionado de algún modo.
-Bienvenida al paraíso.
Y retiró las manos de mis ojos.
La vegetación crecía salvajemente. Las flores cuyos nombres no conocía, de belleza sencilla e innegable, salpicaban con su color el perenne verde. La hierba verde. El musgo sobre una roca, trepando por los troncos de aquellos árboles ancianos, con sus hojas de color jade incluso en aquella oscuridad.
Pero no era eso exactamente lo que me estaba enseñando. Había alfombras en el suelo. Alfombras cuadradas, de colores apagados, raídas por la humedad y los animales. Alfombras de estilo persa y turco. Sencillas o llenas de formas que cobraban movilidad bajo la luz plateada de nuestro satélite. Sobre aquella superficie, incongruentemente, montañas y montañas de libros. Libros gruesos, finos, de encuadernado frágil, con tapadera de plástico. Más nuevos, más antiguos. Clásicos, de hojas amarillentas o suave papel reciclado. De amor, misterio, de hace 200 años o quince días.
¿Cuántos ejemplares habría allí? cientos, más que en mi casa, y eso que siempre hubo estanterías repartidas con decenas de libros manoseados y releídos tantas veces...
Dani me miraba, a la espera.
Yo no podía apartar los ojos de aquello, de mi sueño ante mis ojos, para mí. Cuando trasladé mi mirada a las profundidades de sus ojos, ya no pude escapar de aquellas enredaderas verdes que me mantuvieron lejos de la cordura.
Es increíble que un simple contacto visual pueda provocar taquicardia. Bum, bum, bum.
Estaba increíblemente cerca, y yo ya sabía que no iba a leer nada aquella noche. Sabía con certeza lo que iba a ocurrir.
Pero también sabía que no debía esperar nada.
Dani puso dos dedos de su mano derecha bajo mi barbilla y la alzó. Podía sentir su respiración sobre la piel. Se inclinó y yo cerré los ojos.
El beso que yo esperaba recayó justamente sobre la punta de mi nariz. Abrí los ojos y él sonreía con satisfacción.
-¡Y un huevo de pato viudo!-exclamé, muy enfadada
Le ceñí el cuello con los brazos para acercarle a mí y le besé con fuerza.
Fue breve, y había rabia por mi parte en aquel roce. Sorpresa por la suya, imaginé.
Me miraba con estupefacción.
Yo cerré los ojos, sin saber muy bien qué hacer o decir. Decidí actuar por instinto. Respiré hondo, como para calmarme, y cuando abrí los ojos le estaba sonriendo ampliamente. Me acerqué a examinar algunos títulos.
¡Mansfield Park! una oleada de nostalgia me empujó contra la alfombra, y antes de saber lo que hacía llevaba media hoja leída. Me lo prestaron, y me enamoré desde la primera página, como cierta obra de Henry James que tampoco llegué a comprar nunca. Otra vuelta de tuerca, así se llamaba.
Así se lo hice saber a Dani cuando se recuperó y se sentó a mi lado. Era una anécdota bonita para mí, como aquella vez que se me olvidaba comer o salir de mi cuarto, leyendo Memorias de Idhún.
Él me escuchó, preguntando y componiendo muecas de vez en cuando. Si era de libros, como le dije a Ézhor, podía hablar durante décadas. La gente solía reírse cuando me emocionaba y me ponía a llorar, o cuando me reía sola. También Dani sonreía y tocaba mi ceño, repitiendo aquellas palabras de cuando nos conocimos. << Estás más bonita cuando sonríes>>
-No sé cómo te gusta que te llamen.
-Ya sabes mi nombre. Dani está bien-me aseguró. ¿Y tú...?
-Mucha gente me llama Ly. Tampoco me importa Lycaon. Puedes llamarme como quieras.
-¿Cuántos años tienes, Ly?
-¿Por qué?
-Me divierte cuando te sonrojas y estás a la defensiva...
-No estoy a la defensiva.-Me enfurruñé
-Entonces, ¿Por qué no me dices tu edad?-contraatacó
-Vale. ¿Cuántos me echas?
Titubeó.
-¿Dieciséis?
-No. Menos.
Se puso tan blanco que pude ver a través de él.
-Quince
Estudié sus facciones esperando ver rechazo en ellas.
-Lo entenderé...si ya no...te gusto...-mentira
-Tampoco soy tan viejo
Frunció el ceño.
-¿Diecisiete?
-Exacto-murmuró, sorprendido.
Mi sonrisa se tornó un pelín suficiente. Eso solo le hizo carcajearse y acariciarme el pelo.
No sé cuánto tiempo pasó entre preguntas, sorpresas y respuestas. Su rostro estaba triste.
-Deberíamos irnos si quieres sobrevivir a mañana.
Ambos nos pusimos en pie.
-Gracias por enseñarme tu paraíso-susurré, maravillada.
-Puedes venir siempre que quieras.
Esta vez no hubo dudas cuando rodeó mi cintura con sus delgados brazos y unió mis labios a los suyos.
Qué intenso y dulce fue aquel pequeño final.
Capítulo nueve
Papá llegó justo cuando ponía su plato sobre la mesa.
-¡Qué bien huele eso!-comentó, con aire bonachón-Hola, Ly
-Hey, padre.
Él me acarició la cabeza al pasar, despeinándome
enérgicamente la trenza. Me pasé la mano por el pelo para valorar los daños.
¡Qué oportuno!
Se sentó y puso la televisión. Eso venía a significar que su
existencia como ser humano razonable en este planeta había acabado, incluso
durante los anuncios. No es que se volviese irracional -ni mucho menos-
simplemente no escuchaba ni veía otra cosa que no fuese su plato y los
embobantes colorines de la pantalla plana.
Pues vaya.
Contuve un gemido cuando mi lengua registró el sabor de mis
patatas preferidas. Siempre me ha gustado la comida fría, así no tengo que
esperar para comer. Pero claro, qué iba yo a pedirles a unas patatas al horno y
un pollo asado.
Así que, pacientemente, aguardé, comí con tranquilidad y
esperé un tiempo prudencial antes de retirarme a mi habitación. Me puse en pie
y alcé mi plato.
-¿Ya te vas? Es viernes, ¿no sales esta noche?
-Me he levantado a las siete-le recordé a mi padre-y me he
pasado el día fuera. Estoy cansada, quizás mañana salga hasta más tarde, pero
aún no tengo nada planeado.
-Es verdad, tú has ido a clase hoy...-se rascó la sien con
aire confundido
Enjuagué los cubiertos, el plato y el vaso y lo metí todo en
el lavavajillas.
Volví a aparecer por el salón y me estiré bostezando.
-Hasta mañana, papá. Buenas noches, mamá.
-Descansa, cielo-dijo ella, porque él volvía a mirar la
televisión.
Mi hermano se puso de pie, aún masticando, y me
abrazó. Dejé reposar mi cabeza en su pecho, escuchando el lento golpeteo de ese
feo músculo al que se asocian las emociones.
-Ea, pequeña Dovahkiim.
"Sangre de Dragón" en un juego. Ja, ja.
-Te quiero.
-Yo a ti tampoco.
Pero me dedicó una de sus exclusivas sonrisas antes de
volver al sofá.
Yo subí las escaleras. Estando descalza, no me preocupé por
que mis pasos pareciesen lentos y cansados.
Me encerré en mi habitación.
Amaba mi dormitorio. Era pequeño, fácil de limpiar, y tenía
todo lo que yo necesitaba. Toda la habitación estaba decorada a mi gusto. Las
paredes pintadas de blanco y morado, con una gran ventana siempre abierta cerca
de la cama. La ventana tenía un pequeño poyete donde yo me sentaba a leer
siempre que podía. Las sábanas eran negras y moradas, mis dos colores
favoritos. Y por las paredes y el techo, incongruentemente, un montón de
pósters de mis grupos preferidos y mis series anime favoritas. Avenged
Sevenfold, Bullet for my Valentine, System of a Down, Disturbed, Rammstein,
Nirvana, AC/DC, Muse, Killswitch Engage...
Los muebles eran oscuros, de caoba, solo barnizados. Contaba
con un armario empotrado, una enorme estantería rebosante de cuadernos y
libros, mesita de noche y un escritorio con mi ordenador portátil. Soy un poco
desordenada, así que siempre hay cables y cargadores, papeles, ropa por ahí.
Así que abrí la ventana y quité la mosquitera. Siempre fui
más bien calurosa, pero al final de la tarde el cielo se había nublado, así que
cogí una sudadera. Por la noche hacía rasca, aunque solo estuviésemos a 20 de
Septiembre.
Mi sudadera favorita me la regaló mi hermano de Londres y la
llevaba a todas partes. Era muy grande, me llegaba casi a las rodillas. Él
conocía muy bien mis gustos. Calentita, y sin embargo, no agobiaba. También era
discreta, del metro. Era marrón, según recuerdo y lleva escrita la palabra
"Underground" simulando un efecto desgastado.
Al ponérmela, noté que disimulaba hasta los pantaloncitos
del vergonzoso pijama. Parecía que no llevaba nada debajo.
Me aproximé al muro. Debajo, a unos cinco metros, nada más que
el césped de mi jardín. En el muro no había espacio para los dos pies. Tomando
como punto de apoyo el tendedero, salté, aferrándome a las tejas y acabando
sentada, con los pies balanceándose sobre el vacío. Me eché hacia atrás y
permanecí mirando a las estrellas, deleitándome con su espectral brillo,
planteándome la distancia, asimilando los mies de años luz...
Me pregunté cómo diablos aparecería Dani. Yo solo podría
subir a mi tejado con una escalera o desde el muro, y en cualquiera de ambos
casos tendría que estar en la terraza, a la que solo se puede acceder desde el
lavadero, mi propia habitación...
Su sombra apareció caminando de forma casual. Al principio
no la vi, pero procedía de la primera de las casas adosadas de mi calle.
Caminaba tan tranquilo al borde de la misma muerte, a unos diez o más metros
del suelo, que me llevó a preguntarme cuánto tiempo llevaba haciendo lo mismo
Cuando llegó a mi lado, yo no alcé la vista
-Hola-murmuré con suavidad
-Hola
-¿Cómo has llegado hasta aquí?
-Soy mago
-Claro-repuse con ironía
-¿Cómo crees que sé tu nombre y tu domicilio?
Mantuve el silencio y él soltó una carcajada, como una
exhalación.
-Exacto.
-¿Qué buscas de mí?
Los extraños nervios de antes habían desaparecido. Solo
quedaba anticipación.
-Conocerte
-¿Por qué?
-Porque me llamas la atención
-Soy una niña
-¿De verdad lo piensas, o solo intentas disuadirme?
-Un poco de cada
Se sentó ágilmente a mi lado.
-¿Puedo preguntarte cosas?
-Como gustes
Me encogí de hombros.
-¿Llevas algo debajo de esa sudadera?
Me reí
-Claro, llevo un pijama bastante feo.
-¿Cuáles son tus flores favoritas? Para la próxima vez
Ahora ambos sonreíamos francamente
-Los lirios, pero así está bien, me acuerdo de V
-¿El de la película V de Vendetta?
-Exacto. Es uno de mis personajes preferidos
-Pero no te gusta mucho el cine, ¿no?
-¿Cómo lo sabes?
-Tienes muy buenos libros en la estantería. Y muy buenos.
Algunos están tan usados que me permiten saber que te gusta releer tus libros
preferidos
-Así es. Mis escenas favoritas, las que son irrepetibles...,
bueno, es una tentación si no tengo nada mejor que leer.
-¿Y ahora? ¿Qué lees?
Estaba sufriendo un enorme Dejà vu.
-Esto...cuentos clásicos de Grecia y Roma...la
metamorfosis...
-De Ovidio, ¿no
-Sí
-¿Lo relees?
-Sí
-¿Porque no tienes ningún libro nuevo?
-De momento, no-repuse, totalmente perdida
-Eso quería oír. Bien, tengo una sorpresa.
Se puso en pie y me tendió la mano
-Confía en mí
¿Citando a Kirtash otra vez? Antes de ser consciente de lo
que hacía, mi mano estaba sobre la suya.
¿Ahora qué? ¿Más sorpresas?
martes, 3 de julio de 2012
Capítulo ocho.
Cerré la puerta del baño a mis espaldas y saqué mi móvil. Mis gustos musicales iban normalmente por días. Una semana me gustaba The Jazz messengers y la siguiente Dope. Elegí una carpeta muy frecuentada, la de Killswitch Engage. Los conocí gracias al Guitar Hero lll, y creo que no tienen el reconocimiento que se merecen.
El comienzo de My Curse atronó el pequeño baño y me apresuré a bajar el volúmen mientras el agua se entibiaba un poco.
La ducha se me hizo breve. Disfruto mucho con la música, el agua fresca y mis pensamientos. Siempre me recojo una trenza con el pelo húmedo para que se quede ondulado pero manejable. Luego me puse un pijama bastante fresquito y cómodo. Al contrario que mi ropa de calle -negra- en casa siempre suelo vestir de colores. Camiseta de tirantes azul turquesa con flores de estilo hawaiano en blanco y pantalón corto a juego.
Eché la ropa interior a lavar y bajé las escaleras de mármol blanco.
Mi hermano Alex estaba poniendo la mesa en el salón. Era alto, delgadísimo y muy guapo. Cabello corto y oscuro, piel con tendencia a broncearse, ojos negros como la noche. Tímido con la gente, abierto y risueño conmigo. Mi persona favorita en el mundo.
-Hey, Alex
-Hola, petarda
Dejó la botella de coca-cola sobre la mesa
-¿Y Anne?
Anne era mi hermana mayor. Abierta, amigable, resuelta, responsable y estudiante universitaria. La hija perfecta, vaya.
-Ha salido con Naitte a cenar
Naitte era su mejor amiga desde que estaba en la facultad de derecho.
-Guay
-Papá ha ido a sacar la basura
Solía responder antes de que yo hablara. Abrí la botella y vertí un poco del líquido, negro como alquitrán, en mi vaso. Apuré hasta la última gota de mi refresco favorito.
-¿Qué tal tu día?
-Bien, salí a dar una vuelta con Ézhor
-Está loco por ti, ¿eh?
-No tienes fe-bufé
-Seguro que lo organizó él. Y que fue bonito e íntimo.
Maldito Alex
-Es mi mejor amigo, ¿sabes?
-Ya verás. No suelo equivocarme
Lo peor es que tenía razón.
-¡Lycaon! ¿Puedes ayudarme?-gritó mi madre
¡Gracias!
-¡Sí, voy!
Esperé a que ella terminase de repartir bien las porciones. Me fijé en que, junto al correo, había una rosa roja.
-¿Y esto?
-No lo sé, estaba en la puerta. No he leído la tarjeta porque pone tu nombre.
-¿Mi nom...?
La tarjeta, un pequeño rectángulo rígido con decorados plateados, tenía grabado mi nombre en relieve.
<< Lycaon Den Adel.>>
La abrí, la letra era elegante y muy personal, llena de espirales y curvas
<< Por fin sé tu nombre, aunque eso no me basta. Carpe Diem es un buen lema. Esta noche esperaré en tu tejado a partir de las dos.>>
El tejado sobresale por encima de mi ventana -que da a una amplia terraza- y es fácil subirse al bordillo y trepar por las descoloridas tejas.
-¿Quién la envía?-inquirió, curiosa mi madre
-No pone remitente, ni nombre, ni nada.
-¿Qué dice la nota?
-Que Carpe Diem es una buena filosofía de vida
-Yo también lo pienso-comentó, alegre.
Qué ganas tenía de irme a dormir...
El comienzo de My Curse atronó el pequeño baño y me apresuré a bajar el volúmen mientras el agua se entibiaba un poco.
La ducha se me hizo breve. Disfruto mucho con la música, el agua fresca y mis pensamientos. Siempre me recojo una trenza con el pelo húmedo para que se quede ondulado pero manejable. Luego me puse un pijama bastante fresquito y cómodo. Al contrario que mi ropa de calle -negra- en casa siempre suelo vestir de colores. Camiseta de tirantes azul turquesa con flores de estilo hawaiano en blanco y pantalón corto a juego.
Eché la ropa interior a lavar y bajé las escaleras de mármol blanco.
Mi hermano Alex estaba poniendo la mesa en el salón. Era alto, delgadísimo y muy guapo. Cabello corto y oscuro, piel con tendencia a broncearse, ojos negros como la noche. Tímido con la gente, abierto y risueño conmigo. Mi persona favorita en el mundo.
-Hey, Alex
-Hola, petarda
Dejó la botella de coca-cola sobre la mesa
-¿Y Anne?
Anne era mi hermana mayor. Abierta, amigable, resuelta, responsable y estudiante universitaria. La hija perfecta, vaya.
-Ha salido con Naitte a cenar
Naitte era su mejor amiga desde que estaba en la facultad de derecho.
-Guay
-Papá ha ido a sacar la basura
Solía responder antes de que yo hablara. Abrí la botella y vertí un poco del líquido, negro como alquitrán, en mi vaso. Apuré hasta la última gota de mi refresco favorito.
-¿Qué tal tu día?
-Bien, salí a dar una vuelta con Ézhor
-Está loco por ti, ¿eh?
-No tienes fe-bufé
-Seguro que lo organizó él. Y que fue bonito e íntimo.
Maldito Alex
-Es mi mejor amigo, ¿sabes?
-Ya verás. No suelo equivocarme
Lo peor es que tenía razón.
-¡Lycaon! ¿Puedes ayudarme?-gritó mi madre
¡Gracias!
-¡Sí, voy!
Esperé a que ella terminase de repartir bien las porciones. Me fijé en que, junto al correo, había una rosa roja.
-¿Y esto?
-No lo sé, estaba en la puerta. No he leído la tarjeta porque pone tu nombre.
-¿Mi nom...?
La tarjeta, un pequeño rectángulo rígido con decorados plateados, tenía grabado mi nombre en relieve.
<< Lycaon Den Adel.>>
La abrí, la letra era elegante y muy personal, llena de espirales y curvas
<< Por fin sé tu nombre, aunque eso no me basta. Carpe Diem es un buen lema. Esta noche esperaré en tu tejado a partir de las dos.>>
El tejado sobresale por encima de mi ventana -que da a una amplia terraza- y es fácil subirse al bordillo y trepar por las descoloridas tejas.
-¿Quién la envía?-inquirió, curiosa mi madre
-No pone remitente, ni nombre, ni nada.
-¿Qué dice la nota?
-Que Carpe Diem es una buena filosofía de vida
-Yo también lo pienso-comentó, alegre.
Qué ganas tenía de irme a dormir...
Capítulo siete.
Me pareció de lo más natural aferrarme a su mano mientras bajábamos. Tampoco la solté una vez estuve en tierra firme.
El cielo permanecía en un brillante rosa pasteloso con sus nubecillas azuladas. Pronto se pondría el sol. ¿Qué hora podía ser? Las nueve, calculé según la posición del sol.
Cuando Ézhor me condujo al lugar en que nos conocimos, apoyé la mano en aquel árbol legendario. El Árbol Friki, así se le conocía entonces.
-Aquí pasaron cosas buenas y cosas malas-sentenció
-¿Hablas de ti o estás generalizando?
-Los demás me importan un bledo-musitó por toda respuesta
-¿Y qué cosas buenas ocurrieron aquí?
-Te conocí
Esbozó una media sonrisa
-¿Y algo malo?
-Te conocí.
Ay.
-¿Qué...?
-Al principio pensé que tú tenías la culpa de que las cosas con Mara no fuesen bien-me confesó, acariciando un mechón de pelo fuera de su sitio y poniéndolo tras mi oreja-Pero luego me dije que también tenías la culpa de que fuera feliz.
Seguía sin entender del todo.
Pero me pareció muy sencillo decir la verdad.
-Te quiero, Ézhor.
Pese a su sonrisa, me pareció extrañamente sombrío.
-Y yo, Ly.
Pese al lugar, el momento, la tarde remando, no era una escena romántica en absoluto. Porque, por mucho que yo fuese capaz de considerar la opción -Y no me disgustaba- no me había dado tiempo a asimilar nada. Ni siquiera a plantearme qué podría sentir hacia mi amigo. Yo le quería mucho, sencillamente, porque como mi amigo me había hecho muy feliz.
-¿Nos vamos?
Él fue quien me sacó de mi ensoñación. Volvió a retener mi diestra antes de comenzar a caminar.
No era tarde cuando llegué a mi casa.
-¡Hola! ¡Ya estoy aquí!
Oí el rápido susurro de las zapatillas de mi madre. Venía de la cocina.
-Hola, Lycaon. ¿Qué tal tu día?
-Bien, bien, Ézhor me dio una bonita sorpresa...
Me apoyé en el mueble para quitarme las converses.
-Me alegro, cielo. A la cena le queda todavía una media horita, el tiempo de que se hagan las patatas.
-Gracias, mamá. Oye...
-¿Sí?
-Siento haberte avisado con tan poca antelación. Me llamó por teléfono en la avenida. Ya sabes que..la universidad...y no podemos vernos...
-Ya, ya, cielo. No importa, he congelado tu almuerzo. Sé que Ézhor se está esforzando mucho.
Sonreí, aliviada
-Te quiero, mamá
-Y yo, Ly
-Por cierto...¿Eso que huelo es pollo?
Ella se rió y regresó a la cocina, meneando el delantal con su rápido movimiento de caderas.
En media hora me daba tiempo de sobra a ducharme. Lo necesitaba.
El cielo permanecía en un brillante rosa pasteloso con sus nubecillas azuladas. Pronto se pondría el sol. ¿Qué hora podía ser? Las nueve, calculé según la posición del sol.
Cuando Ézhor me condujo al lugar en que nos conocimos, apoyé la mano en aquel árbol legendario. El Árbol Friki, así se le conocía entonces.
-Aquí pasaron cosas buenas y cosas malas-sentenció
-¿Hablas de ti o estás generalizando?
-Los demás me importan un bledo-musitó por toda respuesta
-¿Y qué cosas buenas ocurrieron aquí?
-Te conocí
Esbozó una media sonrisa
-¿Y algo malo?
-Te conocí.
Ay.
-¿Qué...?
-Al principio pensé que tú tenías la culpa de que las cosas con Mara no fuesen bien-me confesó, acariciando un mechón de pelo fuera de su sitio y poniéndolo tras mi oreja-Pero luego me dije que también tenías la culpa de que fuera feliz.
Seguía sin entender del todo.
Pero me pareció muy sencillo decir la verdad.
-Te quiero, Ézhor.
Pese a su sonrisa, me pareció extrañamente sombrío.
-Y yo, Ly.
Pese al lugar, el momento, la tarde remando, no era una escena romántica en absoluto. Porque, por mucho que yo fuese capaz de considerar la opción -Y no me disgustaba- no me había dado tiempo a asimilar nada. Ni siquiera a plantearme qué podría sentir hacia mi amigo. Yo le quería mucho, sencillamente, porque como mi amigo me había hecho muy feliz.
-¿Nos vamos?
Él fue quien me sacó de mi ensoñación. Volvió a retener mi diestra antes de comenzar a caminar.
No era tarde cuando llegué a mi casa.
-¡Hola! ¡Ya estoy aquí!
Oí el rápido susurro de las zapatillas de mi madre. Venía de la cocina.
-Hola, Lycaon. ¿Qué tal tu día?
-Bien, bien, Ézhor me dio una bonita sorpresa...
Me apoyé en el mueble para quitarme las converses.
-Me alegro, cielo. A la cena le queda todavía una media horita, el tiempo de que se hagan las patatas.
-Gracias, mamá. Oye...
-¿Sí?
-Siento haberte avisado con tan poca antelación. Me llamó por teléfono en la avenida. Ya sabes que..la universidad...y no podemos vernos...
-Ya, ya, cielo. No importa, he congelado tu almuerzo. Sé que Ézhor se está esforzando mucho.
Sonreí, aliviada
-Te quiero, mamá
-Y yo, Ly
-Por cierto...¿Eso que huelo es pollo?
Ella se rió y regresó a la cocina, meneando el delantal con su rápido movimiento de caderas.
En media hora me daba tiempo de sobra a ducharme. Lo necesitaba.
domingo, 1 de julio de 2012
Capítulo seis
-¿A dónde vamos?
Seguía tironeando de mi brazo
-Te dejaré que lo adivines durante el trayecto, ¿vale?
Permanecí en silencio, dando a entender que iba a ser buena. Llegamos a la estación, que estaba muy cerca. Acerqué mi tarjeta recargable a la máquina con intención de comprar un billete de ida y vuelta. Pero Ézhor me aferró el antebrazo.
-Ya que yo te hago ir, déjame invitarte.
No me opuse. Durante todo el tiempo que habíamos sido amigos, nos invitábamos mutuamente, comíamos y dormíamos en casa del otro con frecuencia, y todo funcionaba con reciprocidad. No digo que fuese la manera más justa, pero sí la más cómoda para ambos.
Él sacó su tarjeta del consorcio y me hizo pasar.
-Dos minutos para nuestro tren, Ézhor.
Le cogí de la camiseta y señalé la pantalla negra y verde.
-¡Vamos!
Ambos nos precipitamos a empujones por las escalerillas mecánicas. No había mucha gente. Ya oíamos el rugido del vagón al detenerse.
-bi...en...-jadeé.
Una vez las puertas se hubieron cerrado a nuestras espaldas y escogimos asientos, encaré a Ézhor.
-¿A dónde vamos?-exigí.
Por supuesto, sabía que no iba a ocurrir nada mientras estuviera con él. Aún así, mejor era estar bien informado, para evitar broncas paternas después.
-¿Qué solemos hacer siempre que estamos juntos, Ly?
-una pregunta no se contesta con otra-repuse, al olerme una trampa
-Es una pista.
-Bromeamos, nos reímos, jugamos, montamos en bici.
-¿Alguna vez hemos hecho algo bonito? ¿Alguna vez hemos hablado sin bromear?
Me miraba con una increíble intensidad. Parpadeé, asombrada.
-No caigo, Ézhor.
-Porque no lo hemos hecho nunca, precisamente. Hace un día espectacular, y me apetecería saber más de ti. Trivialidades, no te asustes. Cosas como tu comida favorita
-Esa ya la sabes-comenté.
-Era un ejemplo.
Volvió a ser él. Todo sonrisas.
Me cogió la mano de nuevo. La sentí suave y muy cálida, palpé los callos que se habían formado allí conde sus dedos habían rasgado las cuerdas de su guitarra o dibujado uno de sus firmes trazos. Me gustaron esas manos de artista.
-Próxima parada: Prado de San Sebastián-. Anunció una voz femenina, fría y monótona.
Él se puso en pie.
Le seguí a través de la estación hacia la brillante tarde de verano. Hacía calor, pero no los 40 grados típicos de Sevilla, sino una temperatuba agradable. Atravesamos el Prado y seguimos caminando hacia...
-¿Vamos al Parque de María Luisa?
-Sí
Silencio.
-¿Qué piensas?
-Que allí nos conocimos
Alcé los ojos hacia su inquisitiva mirada y sonreí a su expresión tierna.
-Lo sé.
Me abracé a su cintura, y él pasó el brazo por mis hombros. Debíamos ser la viva imagen de una feliz pareja. Lo éramos, solo que se trataba de una feliz pareja de amigos.
Se detuvo en medio de una de las calles principales y se quitó su palestino rojo y negro. Sus colores favoritos, rojo y negro. Se situó detrás de mí.
-¿Qué...?
Repelí instantáneamente la oscuridad, apartándome de ella
-Confía en mí. No quiero que veas a dónde nos dirigimos.
Kirtash. Había citado a Kirtash, personaje de una novela de Laura Gallego. Solo eso me hizo permanecer relativamente quieta en el sitio mientras me tapaba los ojos con un nudo enérgico y apretado. Luego volvió a abrazarme. De vez en cuando me prevenía de tropezar con un escalón o un bache, de una zona resbaladiza o un excremento de perro.
-¿Cuántos van a ser?
Aquella voz no me sonaba de absolutamente nada.
-Somos nosotros dos.
-Un ticket para la pareja.
-No somos...-comencé a protestar
-Gracias-repuso Ézhor amablemente.
Luego le sentí colocar las manos sobre mis hombros.
-Ahora tienes que impulsarte. Va a ser una superficie inestable, tienes que ser cuidadosa-. Me advirtió
-Vale...
Me indicó dónde poner el pie y encontré que el suelo se movía. También sentí su peso cuando me siguió y me hizo sentarme. Luego se alejó
-¿Éz...?
-Estoy sentado delante tuya.
Sentí que tiraba de uno de los extremos del palestino y al fin pude ver.
Estaba en medio del agua.
Ézhor había alquilado una de las barcas para pasear durante un rato conmigo. A eso se refería...
-¿Una..., una barca? ¿cómo? ¿por qué?
-Una vez dijiste que nunca habías montado. Me pareció algo nuevo y bonito. ¿No te gus..?
Antes de que pudiese terminar la frase me impulsé por el corto espacio entre nosotros y le eché los brazos al cuello.
-Me encanta.
Sentí su piel más caliente que antes.
-Gracias.
Su voz se tornó ronca.
Permanecí en silencio, dándole vueltas a algo.
-¿Pasa algo, Ly?
-¿No crees...que esto le puede sentar mal a Mara?
Mara era una chica muy guapa, de cabello rizado y ojos muy verdes. La novia de Ézhor, vaya.
-¿A mi ex? ¿Por qué?-inquirió con desenfado
-¿A tu...QUÉ? Espera que procese la información.
-Lo hemos dejado
-Ya lo veo
Me sentía casi...ahogada. De pronto tuve la certeza de que no podría volver a verle como mi mejor amigo sin que otra posibilidad se mantuviese agazapada en mi mente...
Sacudí la cabeza.
-No confiaba en ella después de una serie de factores y situaciones a considerar.
-Ah. ¿Debería decir que lo siento?
-Solo si lo sientes de verdad
-...
-Nunca te cayó bien
¿Cómo podía reírse en semejante situación
-No.
-Vale, a lo que estábamos, ¿puedo comenzar la ronda de preguntas?
-Adelante.
-Sobre libros. Tus escritores, obras, sagas y géneros favoritos
-Podría estar todo un siglo hablando sobre libros
Sonreía ante mi tono reprobatorio.
-Podría escucharte todo un siglo sin importar de qué hablases
-Se puede freír un huevo en mis mejillas-le acusé
-Empieeeeeza
-Vale. Comencé a leer con asiduidad a los ocho años, y mi primer libro que sobrepasó las quinientas páginas fue Crepúsculo. No pongas esa cara-me quejé ante su mohín-. Me llamó el título la atención y nadie se lo estaba leyendo todavía. Mis géneros preferidos son la fantasía y el romance, aunque leo de todo. mis épocas preferidas van desde Jane Austen alrededor de 1800 hasta las novelas futuristas como la de Scott Westerfeld. He leído tantos libros que no podría enumerar sus títulos, pero me encantan algunos escritores como las hermanas Brontë, Wilkie Collins, los cuentos de Edgar Allan Poe, Jane Austen, la fantasía de Laura Gallego y muchísismos más.
-Hmmm...¿Qué estás leyendo ahora?
-Clásicos grecolatinos. La Metamorfósis de Ovidio, concretamente. Libro tercero, mito de Eco y Narciso.
-Cuál es tu historia mitológica preferida
-Esa y la de Apolo y Dafne.
-¿La chica Laurel?
-Esa misma
Esbozó una sonrisa complacida.
-¿Cuál es la parte que más te gusta de tu cuerpo?
-Ni idea. La belleza es un gusto, y los gustos son algo muy subjetivo. Creo que hay un dicho para eso
-Sí, "para gustos colores", pero no es eso lo que yo quería decir. Qué te gusta más a ti
-No lo sé-musité-¿mis ojos? son las ventanas del alma. Como yo no creo en ella, diré que son las ventanas de mi cerebro. Supongo que pueden desmentir todo lo malinterpretable de mis palabras
¿No he dicho nunca cómo era? Diantre, debería haber comenzado por ahí. Medía alrededor de un metro setenta, muy bien para mi edad. Signo Virgo, había cumplido quince años un par de semanas atrás. Tenía el rostro redondeado y salpicado de pecas. Mis ojos eran grandes y bastante brillantes, de color chocolate. Me estaba dejando el pelo largo y la me llega a la mitad de la espalda...más o menos. Era rizado, en tirabuzones a veces. Muy espeso. Castaño claro, rubio en las puntas.
No estaba muy delgada y eso me acomplejaba. Recordé que mis amigas decían que es mejor que haya dónde coger. Además, siempre decían sentirse celosas de mis...ehm...atributos femeninos muy desarrollados.
-Son muy bonitos. Tus ojos, digo.
Por un momento, perdida en mis pensamientos, pensé que se refería a mis "atributos femeninos".
-Me sirven para leer, es la única ventaja que les veo.
Reí.
-Pues a mí me sirven los míos para poder observarte.
Nueva explosión de calor.
-Joder, cómo estamos hoy, ¿no?
Él inclinó la cabeza sin decir nada, y siguió remando apaciblemente, perdido en su mente. Con frecuencia me lanzaba alguna nueva cuestión que yo respondía ampliamente de buen grado.
Lo efímero del tiempo arrastró las horas lejos de mi alcance,
Qué feliz era.
Seguía tironeando de mi brazo
-Te dejaré que lo adivines durante el trayecto, ¿vale?
Permanecí en silencio, dando a entender que iba a ser buena. Llegamos a la estación, que estaba muy cerca. Acerqué mi tarjeta recargable a la máquina con intención de comprar un billete de ida y vuelta. Pero Ézhor me aferró el antebrazo.
-Ya que yo te hago ir, déjame invitarte.
No me opuse. Durante todo el tiempo que habíamos sido amigos, nos invitábamos mutuamente, comíamos y dormíamos en casa del otro con frecuencia, y todo funcionaba con reciprocidad. No digo que fuese la manera más justa, pero sí la más cómoda para ambos.
Él sacó su tarjeta del consorcio y me hizo pasar.
-Dos minutos para nuestro tren, Ézhor.
Le cogí de la camiseta y señalé la pantalla negra y verde.
-¡Vamos!
Ambos nos precipitamos a empujones por las escalerillas mecánicas. No había mucha gente. Ya oíamos el rugido del vagón al detenerse.
-bi...en...-jadeé.
Una vez las puertas se hubieron cerrado a nuestras espaldas y escogimos asientos, encaré a Ézhor.
-¿A dónde vamos?-exigí.
Por supuesto, sabía que no iba a ocurrir nada mientras estuviera con él. Aún así, mejor era estar bien informado, para evitar broncas paternas después.
-¿Qué solemos hacer siempre que estamos juntos, Ly?
-una pregunta no se contesta con otra-repuse, al olerme una trampa
-Es una pista.
-Bromeamos, nos reímos, jugamos, montamos en bici.
-¿Alguna vez hemos hecho algo bonito? ¿Alguna vez hemos hablado sin bromear?
Me miraba con una increíble intensidad. Parpadeé, asombrada.
-No caigo, Ézhor.
-Porque no lo hemos hecho nunca, precisamente. Hace un día espectacular, y me apetecería saber más de ti. Trivialidades, no te asustes. Cosas como tu comida favorita
-Esa ya la sabes-comenté.
-Era un ejemplo.
Volvió a ser él. Todo sonrisas.
Me cogió la mano de nuevo. La sentí suave y muy cálida, palpé los callos que se habían formado allí conde sus dedos habían rasgado las cuerdas de su guitarra o dibujado uno de sus firmes trazos. Me gustaron esas manos de artista.
-Próxima parada: Prado de San Sebastián-. Anunció una voz femenina, fría y monótona.
Él se puso en pie.
Le seguí a través de la estación hacia la brillante tarde de verano. Hacía calor, pero no los 40 grados típicos de Sevilla, sino una temperatuba agradable. Atravesamos el Prado y seguimos caminando hacia...
-¿Vamos al Parque de María Luisa?
-Sí
Silencio.
-¿Qué piensas?
-Que allí nos conocimos
Alcé los ojos hacia su inquisitiva mirada y sonreí a su expresión tierna.
-Lo sé.
Me abracé a su cintura, y él pasó el brazo por mis hombros. Debíamos ser la viva imagen de una feliz pareja. Lo éramos, solo que se trataba de una feliz pareja de amigos.
Se detuvo en medio de una de las calles principales y se quitó su palestino rojo y negro. Sus colores favoritos, rojo y negro. Se situó detrás de mí.
-¿Qué...?
Repelí instantáneamente la oscuridad, apartándome de ella
-Confía en mí. No quiero que veas a dónde nos dirigimos.
Kirtash. Había citado a Kirtash, personaje de una novela de Laura Gallego. Solo eso me hizo permanecer relativamente quieta en el sitio mientras me tapaba los ojos con un nudo enérgico y apretado. Luego volvió a abrazarme. De vez en cuando me prevenía de tropezar con un escalón o un bache, de una zona resbaladiza o un excremento de perro.
-¿Cuántos van a ser?
Aquella voz no me sonaba de absolutamente nada.
-Somos nosotros dos.
-Un ticket para la pareja.
-No somos...-comencé a protestar
-Gracias-repuso Ézhor amablemente.
Luego le sentí colocar las manos sobre mis hombros.
-Ahora tienes que impulsarte. Va a ser una superficie inestable, tienes que ser cuidadosa-. Me advirtió
-Vale...
Me indicó dónde poner el pie y encontré que el suelo se movía. También sentí su peso cuando me siguió y me hizo sentarme. Luego se alejó
-¿Éz...?
-Estoy sentado delante tuya.
Sentí que tiraba de uno de los extremos del palestino y al fin pude ver.
Estaba en medio del agua.
Ézhor había alquilado una de las barcas para pasear durante un rato conmigo. A eso se refería...
-¿Una..., una barca? ¿cómo? ¿por qué?
-Una vez dijiste que nunca habías montado. Me pareció algo nuevo y bonito. ¿No te gus..?
Antes de que pudiese terminar la frase me impulsé por el corto espacio entre nosotros y le eché los brazos al cuello.
-Me encanta.
Sentí su piel más caliente que antes.
-Gracias.
Su voz se tornó ronca.
Permanecí en silencio, dándole vueltas a algo.
-¿Pasa algo, Ly?
-¿No crees...que esto le puede sentar mal a Mara?
Mara era una chica muy guapa, de cabello rizado y ojos muy verdes. La novia de Ézhor, vaya.
-¿A mi ex? ¿Por qué?-inquirió con desenfado
-¿A tu...QUÉ? Espera que procese la información.
-Lo hemos dejado
-Ya lo veo
Me sentía casi...ahogada. De pronto tuve la certeza de que no podría volver a verle como mi mejor amigo sin que otra posibilidad se mantuviese agazapada en mi mente...
Sacudí la cabeza.
-No confiaba en ella después de una serie de factores y situaciones a considerar.
-Ah. ¿Debería decir que lo siento?
-Solo si lo sientes de verdad
-...
-Nunca te cayó bien
¿Cómo podía reírse en semejante situación
-No.
-Vale, a lo que estábamos, ¿puedo comenzar la ronda de preguntas?
-Adelante.
-Sobre libros. Tus escritores, obras, sagas y géneros favoritos
-Podría estar todo un siglo hablando sobre libros
Sonreía ante mi tono reprobatorio.
-Podría escucharte todo un siglo sin importar de qué hablases
-Se puede freír un huevo en mis mejillas-le acusé
-Empieeeeeza
-Vale. Comencé a leer con asiduidad a los ocho años, y mi primer libro que sobrepasó las quinientas páginas fue Crepúsculo. No pongas esa cara-me quejé ante su mohín-. Me llamó el título la atención y nadie se lo estaba leyendo todavía. Mis géneros preferidos son la fantasía y el romance, aunque leo de todo. mis épocas preferidas van desde Jane Austen alrededor de 1800 hasta las novelas futuristas como la de Scott Westerfeld. He leído tantos libros que no podría enumerar sus títulos, pero me encantan algunos escritores como las hermanas Brontë, Wilkie Collins, los cuentos de Edgar Allan Poe, Jane Austen, la fantasía de Laura Gallego y muchísismos más.
-Hmmm...¿Qué estás leyendo ahora?
-Clásicos grecolatinos. La Metamorfósis de Ovidio, concretamente. Libro tercero, mito de Eco y Narciso.
-Cuál es tu historia mitológica preferida
-Esa y la de Apolo y Dafne.
-¿La chica Laurel?
-Esa misma
Esbozó una sonrisa complacida.
-¿Cuál es la parte que más te gusta de tu cuerpo?
-Ni idea. La belleza es un gusto, y los gustos son algo muy subjetivo. Creo que hay un dicho para eso
-Sí, "para gustos colores", pero no es eso lo que yo quería decir. Qué te gusta más a ti
-No lo sé-musité-¿mis ojos? son las ventanas del alma. Como yo no creo en ella, diré que son las ventanas de mi cerebro. Supongo que pueden desmentir todo lo malinterpretable de mis palabras
¿No he dicho nunca cómo era? Diantre, debería haber comenzado por ahí. Medía alrededor de un metro setenta, muy bien para mi edad. Signo Virgo, había cumplido quince años un par de semanas atrás. Tenía el rostro redondeado y salpicado de pecas. Mis ojos eran grandes y bastante brillantes, de color chocolate. Me estaba dejando el pelo largo y la me llega a la mitad de la espalda...más o menos. Era rizado, en tirabuzones a veces. Muy espeso. Castaño claro, rubio en las puntas.
No estaba muy delgada y eso me acomplejaba. Recordé que mis amigas decían que es mejor que haya dónde coger. Además, siempre decían sentirse celosas de mis...ehm...atributos femeninos muy desarrollados.
-Son muy bonitos. Tus ojos, digo.
Por un momento, perdida en mis pensamientos, pensé que se refería a mis "atributos femeninos".
-Me sirven para leer, es la única ventaja que les veo.
Reí.
-Pues a mí me sirven los míos para poder observarte.
Nueva explosión de calor.
-Joder, cómo estamos hoy, ¿no?
Él inclinó la cabeza sin decir nada, y siguió remando apaciblemente, perdido en su mente. Con frecuencia me lanzaba alguna nueva cuestión que yo respondía ampliamente de buen grado.
Lo efímero del tiempo arrastró las horas lejos de mi alcance,
Qué feliz era.
Capítulo cinco.
Ahora que lo pienso, todavía no he descrito nada de Ézhor. Cómo era, cómo pensaba.
Bien. Mi amigo acababa de cumplir dieciocho años y estaba en su primer año de carrera. De ahí que solo pudiésemos vernos un puñado de fines de semana. Era bastante más alto que yo, podría medir fácilmente un metro ochenta. Era un chico grande, de espalda ancha y brazos fuertes. No se obsesionaba, pero creo recordar que le relajaba mucho hacer deporte. Se dejaba el pelo largo, sin ningún tipo de flequillo pijito ni tratamiento especial. Ya le llegaba más allá de los hombros y se rizaba en las puntas. Ah, y era suave como un diente de león y tan rubio, más cerca del amarillo que del blanco. Su tez era del color del bronce en verano y blanca como una nube durante los meses fríos. Barba rala, ropa holgada y cómoda y unos enormes ojos castaños. Nos conocimos de un modo bastante común. Fue hace un par de años en una quedada de amigos y desde entonces no nos hemos separado. Me gustan nuestras conversaciones estúpidas y sus abrazos de oso sinceros como los de un hermano.
Víctor apareció con una bandeja. Dos coca-colas, un plato de espaguetis a la carbonara -para él- y unos tortellini a la boloñesa para una servidora.
Siempre comíamos a nuestro ritmo. Nos gustaba charlar, reírnos y saborear la pasta casera de nuestro restaurante favorito.
-¿Qué miras?
Me no me había dado cuenta de que le miraba fijamente. Embobada. Qué horrible.
-Sexy-dije
-Tú, ¿no?
Por fin surgió nuestro modo distendido de conversar.
-Aparte
Meneó la cabeza con un deje de displicencia.
-Estás loca
-Sólo si tomo Monster.
Me encantaban esas estúpidas bebidas energéticas con sabor a jarabe, ¿vale?
-Yo no lo necesito para estar mal de la cabeza
Me atravesó con la mirada, invitándome a que pensara mal.
-Es mejor es el azul, definitivamente-. Y el verde, y el Ripper, y el Rehab, y todos aquellos que no pude probar...
Él sonrió de forma lasciva al notar que yo no caía en su puya.
-Hay como veinte tipos distintos
-Pues yo solo he probado cuatro
-Sacaron uno que tenía una especie de Deathbat
En mi cabeza se dibujó la calavera alada de Avenged Sevenfold
-Seguro que es el combustible que le echan al coche de Bat Country
Los dos nos reímos al mismo tiempo
-La bebida Avenged.
-Esa sería cara-apostó
-¿Más de los dos euros habituales? Menudo robo.
-Sería como comprar Avenged a un nardo si no...-opinaba él, torciendo el gesto
Una nueva carcajada y un trago de nuestras coca-colas. Hizo una mueca bizqueando mientras yo aún apuraba mi bebida y me reí, atragantándome.
-¡Vaya jeta!-tosí una vez más-ay, que me muero
Mi protesta le hizo reír aún más. A modo de enfado, hinché los carrillos.
-Hmm, necrofilia...probemos
Abrí tanto los ojos que casi lloraba de risa.
-Muy bonito.-pero no pude evitar que la comisura de mis labios se alzasen también.
-¿les traigo la cuenta?
Alzamos la vista al mismo tiempo a la camarera pechugona de sonrisa tensa.
-Por favor-pidió Ézhor.
Puso un billete de veinte sobre la carpetita de cuero
-Quédese con el cambio.
Yo ya estaba estirándome hasta que me crujieron las articulaciones.
-Bien, amigo. Ya que me has raptado, llévame a alguna parte, ¿no?
-Ya lo tengo todo pensado-guiño confidencial.
-Era broma
-Pues ya no lo es.
Su sonrisa le frunció las comisuras de los ojos mientras sujetaba mi mano izquierda y enfilaba hacia la parada de metro.
Bien. Mi amigo acababa de cumplir dieciocho años y estaba en su primer año de carrera. De ahí que solo pudiésemos vernos un puñado de fines de semana. Era bastante más alto que yo, podría medir fácilmente un metro ochenta. Era un chico grande, de espalda ancha y brazos fuertes. No se obsesionaba, pero creo recordar que le relajaba mucho hacer deporte. Se dejaba el pelo largo, sin ningún tipo de flequillo pijito ni tratamiento especial. Ya le llegaba más allá de los hombros y se rizaba en las puntas. Ah, y era suave como un diente de león y tan rubio, más cerca del amarillo que del blanco. Su tez era del color del bronce en verano y blanca como una nube durante los meses fríos. Barba rala, ropa holgada y cómoda y unos enormes ojos castaños. Nos conocimos de un modo bastante común. Fue hace un par de años en una quedada de amigos y desde entonces no nos hemos separado. Me gustan nuestras conversaciones estúpidas y sus abrazos de oso sinceros como los de un hermano.
Víctor apareció con una bandeja. Dos coca-colas, un plato de espaguetis a la carbonara -para él- y unos tortellini a la boloñesa para una servidora.
Siempre comíamos a nuestro ritmo. Nos gustaba charlar, reírnos y saborear la pasta casera de nuestro restaurante favorito.
-¿Qué miras?
Me no me había dado cuenta de que le miraba fijamente. Embobada. Qué horrible.
-Sexy-dije
-Tú, ¿no?
Por fin surgió nuestro modo distendido de conversar.
-Aparte
Meneó la cabeza con un deje de displicencia.
-Estás loca
-Sólo si tomo Monster.
Me encantaban esas estúpidas bebidas energéticas con sabor a jarabe, ¿vale?
-Yo no lo necesito para estar mal de la cabeza
Me atravesó con la mirada, invitándome a que pensara mal.
-Es mejor es el azul, definitivamente-. Y el verde, y el Ripper, y el Rehab, y todos aquellos que no pude probar...
Él sonrió de forma lasciva al notar que yo no caía en su puya.
-Hay como veinte tipos distintos
-Pues yo solo he probado cuatro
-Sacaron uno que tenía una especie de Deathbat
En mi cabeza se dibujó la calavera alada de Avenged Sevenfold
-Seguro que es el combustible que le echan al coche de Bat Country
Los dos nos reímos al mismo tiempo
-La bebida Avenged.
-Esa sería cara-apostó
-¿Más de los dos euros habituales? Menudo robo.
-Sería como comprar Avenged a un nardo si no...-opinaba él, torciendo el gesto
Una nueva carcajada y un trago de nuestras coca-colas. Hizo una mueca bizqueando mientras yo aún apuraba mi bebida y me reí, atragantándome.
-¡Vaya jeta!-tosí una vez más-ay, que me muero
Mi protesta le hizo reír aún más. A modo de enfado, hinché los carrillos.
-Hmm, necrofilia...probemos
Abrí tanto los ojos que casi lloraba de risa.
-Muy bonito.-pero no pude evitar que la comisura de mis labios se alzasen también.
-¿les traigo la cuenta?
Alzamos la vista al mismo tiempo a la camarera pechugona de sonrisa tensa.
-Por favor-pidió Ézhor.
Puso un billete de veinte sobre la carpetita de cuero
-Quédese con el cambio.
Yo ya estaba estirándome hasta que me crujieron las articulaciones.
-Bien, amigo. Ya que me has raptado, llévame a alguna parte, ¿no?
-Ya lo tengo todo pensado-guiño confidencial.
-Era broma
-Pues ya no lo es.
Su sonrisa le frunció las comisuras de los ojos mientras sujetaba mi mano izquierda y enfilaba hacia la parada de metro.
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