Vaya patada en todas las emociones cuando te encuentras a alguien a quien no veías desde hace años y te pregunta por tu ex. Tragándome el nudo que se me formó en la garganta como buenamente pude, le expliqué con un hilo de voz en un par de frases que aquello no había funcionado.
Esa conversación incómoda con Nuria me recordó fugazmente a aquellos días de bachiller. Si mis encontronazos con Dani durante años habían sentado los maravillosos pilares de mis inseguridades, encapricharme de Eddie puso las tejas y dio los retoques finales al maravilloso edificio que fue (y es) mi falta de autoestima.
Eddie es un tipo guapo, consciente de su propio atractivo. Descendiente de canarios y mexicanos, tiene una complexión alta y fuerte, una preciosa piel cobriza, una buena melena negra, espesa y rebelde y una mirada lánguida y rasgada que no sabría si definir como gris o verdosa. Como todo el mundo, tiene cosas buenas y malas: es sensible, tierno, indeciso, hábil con casi todo lo manual, deportista y buen bailarín..., pero también es egoísta y superficial. Él mismo se auto-definía con esta última palabra y yo no podía menos que darle la razón aunque él intentara excusarse en que es necesario que alguien te entre por los ojos un mínimo, que venía a traducirse como que me quería, pero se avergonzaba de mí y de mi cuerpo. Nunca quiso admitir y definir lo que había entre nosotros, que para mí era claramente complicidad e intimidad, y terminó de lanzarlo al vertedero de mis emociones cuando empezó a salir con una mocita joven, lozana, pequeña y delgada a mis espaldas, y de la que solo me contaba las cosas malas.
Pobre Itziar, cómo la odiaba. Odiaba su lustroso cabello castaño y la curva suave que iba desde los marcados huesos de sus costillas hasta las sobresalientes crestas ilíacas de su cadera. Odiaba sus jugosos y suaves labios rosados y las espesas pestañas que coronaban esa mirada inocente que tenía.
Ahora la entiendo y la compadezco, claro. Estar con Edu no es fácil, significa que jamás cumplirás sus estándares, por mucho que te esfuerces, y la sensación de fracaso y de falta de atractivo y deseo se acentuará un poco más cada vez que intentes acercarte y te diga que eres una pesada y que no quiere tener sexo contigo.
No entiendo a esas personas, que se definen a sí mismas como gente con un vasto apetito sexual pero que al final nunca quieren tocarte. Solo consiguen que te sientas una mierda, como Itziar, como Candela, como yo.
Pero todo esto se quedó masticado en la despedida cutre que le escupí a Nuria antes de largarme por patas. No quería saber nada de nada sobre el pasado, los recuerdos, y la persona que fui un día y que ya no está.
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