De repente me mira, con una sonrisa contenida, se le dilatan las pupilas hasta que el iris es un fino halo dorado en torno al negro, y veo que sus mejillas pálidas se tiñen de rosa. Me doy cuenta, con orgullo y celoso placer, de que esa sonrisa es mía, que puede hacer que me sienta de mil maneras distintas cuando aprieta los labios contra mi frente y me da ese besito suave, dulce; y yo me soy diminuta bajo las emociones que me arrollan y enorme a la vez, como si pudiera comerme el mundo de un solo mordisco.
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