En mi sueño, tengo en la mano derecha el viejo cúter de plástico amarillo que un día le mangué a mi padre de su caja de herramientas. Con el pulgar empujo el seguro hacia arriba y saco la hoja, ennegrecida, antes de volver a poner el seguro. Me observo como desde fuera mientras aprieto el filo contra el interior pálido de mi antebrazo, resiguiendo el tenue recorrido de una vena azul. No duele, sino que escuece ligeramente, y saboreo el alivio cuando pequeñas gotas de sangre se forman sobre la suave línea roja, se amontonan unas contra otras y empiezan a resbalarse, dejando una estela caliente detrás.
Me despierto en la oscuridad caliente de mi dormitorio, sudando, y miro nerviosamente mi piel, llena de culpa. Todo está bien, estoy bien, no he hecho nada malo.
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