Esto es un... ¿club?
Miro a mi alrededor, un poco cohibida por las luces purpúreas y la música pulsante que mueve a una marea de cuerpos. La masa de carne está envuelta en un humo denso, casi una neblina. Esta no es la clase de sitio que me gustan, para nada.
Ah, pero Ale está a mi lado. Mi roca, mi salvación. Me acerco ligeramente y me aferro a la manga de su chaqueta a la altura del codo en un gesto automático. Cielo santo, está muy guapo en traje... y mientras me pierdo en este pensamiento, esboza una mueca incómoda y creo, con alivio, que está a punto de pedirme que nos marchemos; pero no es así. Molesto, agita su brazo hasta que le suelto, pero ni siquiera me mira.
Oh.
Insegura y herida, busco aquello que retiene su atención. Está mirando a una chica menuda y bajita, de aspecto casi aniñado de no ser por la ropa demasiado reveladora que lleva: unos pantalones indecendemente cortos de ajustado satén y un crop top de lentejuelas plateadas. Su piel, demasiado pálida, reluce con sutileza.
- Por aquí, caballero.
Ella le dedica una sonrisa de labios llenos y hoyuelos encantadora, y de paso, un coqueto parpadeo. Sus pestañas como plumeros descienden sobre sus ojos, de un penetrante azul verdoso.
Esa chica tan guapa está ligando con mi novio.
Él solo le presta atención a ella.
Por alguna razón me quedo allí, plantada, mientras él sigue a la señorita mini-shorts de satén, que agita su lacio cabello castaño en todas direcciones.
En algún momento, ella resurge de la neblina.
-Tú... sígueme.- dice. Su sonrisa se ha disuelto en el humo.
Vacilante, acompaño a una chica hacia una sala vacía, impregnada de un silencio hueco.
-Ahora, más vale que pienses un poco.- su voz suena burlona. Se marcha entre airados taconeos.
Delante de mí hay un solo espejo de cuerpo entero, y me miro en él. Con un rictus de pena y sorpresa, observo mi anatomía, los vaqueros viejos, la sudadera gris de decathlon con la que duermo, las converse rotas. El pelo, largo y descuidado, recogido de mala forma en una coleta sin gracia, y en mi cara blanca y sosa solo destacan dos grandes ojeras y algunas heridas y marcas de uña en mi mandíbula. Me pongo los ojos en blanco a mí misma, pero la aburrida imagen del espejo no cambia. Instintivamente, entiendo lo que la chica morena quería decirme, y me dirijo corriendo hacia la puerta para encontrarla firmemente cerrada con llave. Golpeo la madera y grito sin resultado todos los nombres que conozco, al otro lado, el murmullo quedo de la fiesta continúa ajeno a mi angustia.
- ¡Ale! ¡¡Ale!!
Y le oigo reírse a lo lejos, y también a la encantadora muchacha.
Entonces, con un respingo, me despierto. Aún es de noche.
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