Un aluvión de imágenes borrosas y superpuestas inundó mi mente cuando sentí mi corazón intacto, latiendo con vitalidad y fuerza. Nadie lo había roto. Al contrario que con la mayoría de sueños, la crisis empezó después de procesar las crueles y lejanas palabras, sin duda sacadas de novelas y series para hacerme daño; era todo tan perfectamente posible que un sollozo me serró el pecho tratando de desenredarse de mis dientes temblorosos y mis labios húmedos. Lágrimas totalmente infantiles e irracionales me abrasaron los ojos y luché por serenarme.
Aún quedaban tres o cuatro horas para que tuviera que marcharme a clase, así que aproveché para pensar un poco y vi el amanecer. El día trajo estabilidad y ya apenas recordaba el sueño, con la mente llena de negociaciones y Mishima y verbos tramposos y becas de movilidad y demás ajetreos del día a día.
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