Esta mañana estaba en la playa. Brisa, salitre, el sol calentándome la piel casi perezosamente. Sentí tanta tranquilidad en ese momento... una calma feliz, sin problemas. Eso me hizo preguntarme cuándo fue la última vez que experimenté una emoción intensa de verdad. Se me vino a la cabeza el apagado recuerdo que conservo de esa explosión jubilosa y centelleante que llamaba amor, pero hace mucho tiempo de eso y solo queda un vago color desvaído en mi memoria.
Pero hay otra emoción que ha estado intermitentemente presente y que es peor, extraña. Diría que la furia es la emoción que alimenta el sentimiento de odio corrosivo que aparece sin previo aviso y parece no tener límites, y quema, y me empuja a decir cosas crueles sin conciencia de las personas a las que pueda herir con ello. Y eso no ayuda, sino que el odio se trunca en impotencia, desesperación y pena, y termino por sentirme simplemente triste.
¿Es lo normal? me pregunto si todos los odios son así, o solamente el que yo siento hacia el marido de mi abuela. No, no son noticias nuevas y no me siento culpable admitiéndolo. La gente se cohíbe y se siente culpable por sus propios deseos y sentimientos; a veces yo también me increpo a mí misma el no sentir resquemor alguno cuando sueño despierta que mis manos suaves y blancas se cierran en torno a su cuello, y su voz cascada de borracho viejo grazna súplicas burbujeantes mientras se queda sin oxígeno.
Me pregunto qué sería de mí entonces. ¿Resentimiento por no poder hacer una "justicia" real? pero, ¿qué justicia se le puede aplicar a semejante abominación? O quizá mi irritación se debe a que aún tiene poder para herirme cuando yo jamás le he importado nada, nunca.
Pero ahora estoy bien, bajo el sol, relajada, y puedo decir que estar así de "vacía" es mejor que amar y que odiar. O, cuanto menos, más manejable.
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