Es una idea abstracta, como suele suceder en los sueños. Sus cuerpos rígidos y azules parecen de cera, o de plástico. Supongo que eso es porque nunca he visto un cadáver. Los mismos ojos castaños y negros de mi padre y mi madre, que ayer brillaban con alegría y amor, me contemplan ahora sin brillo, desde la fría imparcialidad de la muerte.
¡Ah!
Me escucho a mí misma respirar agitadamente, desesperada por encontrar oxígeno en el aire. Pronto mis jadeos aterrorizados se transforman en sollozos, y nuevas lágrimas sustituyen a las que surgieron durante mi pesadilla y manan en todas direcciones, por mis mejillas y mis sienes, huyendo hacia mi cabello.
Rápidamente me incorporo. Me tiembla el cuerpo entero, y no sé muy bien si es por el sudor frío que empapa mi cuerpo o por los efectos de la pesadilla. Silencioso y discreto, una leve molestia se desliza por mi cráneo para convertirse en un enorme, pulsante y persistente Dolor de Cabeza, en mayúsculas.
Me dejo caer contra la almohada, húmeda de sudor y lágrimas. Si al menos mi subconsciente dejase de soñar con mis padres muertos, podría dejar de darle vueltas al hecho de que, efectivamente, un día no estarán. Y mi mundo no se caerá a pedazos, como parece ahora, sino que sobreviviré. De alguna manera.
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