¡Oh, mírame! Estoy tomando un café con mi libreta de escritor realizado e ilustre en un lugar posiblemente agradable/paradisíaco/fuera del alcance de cualquiera que no sea un escritor realizado e ilustre.
¡Oh, mírame! Alguien me dijo que no podía hacer algo y lo hice, pero espera, ¡sorpresa! no necesitas que alguien te diga que no puedes para lograr algo. Para mí, al menos, tiene mucho más mérito si aquello en lo que has puesto tu cariño y tu esfuerzo durante tanto tiempo es una meta, una meta más larga, un sueño, como el mío. Es lo mismo que se viene repitiendo desde siempre en mi vida, es ver a personas que empiezan a hacer algo con desgana, por probar, por algo. Es ver que nadie reconoce el esfuerzo de las personas que se han venido esforzando desde siempre en las cosas que más les apasionan, pero no, ellos deben seguir intentándolo con más ahínco para mejorar, es casi... una costumbre.
Pero en realidad esa impresión es realmente molesta. Mientras los demás realmente lo intentamos, tú te sientas en tu playita o en tu piscinita, te haces el historiador culto recordando fechas que no le importan a nadie y encima tienes la desfachatez de atreverte a faltar el respeto con tus mofas a aquellos que humildemente (o no, como una servidora) plantean su opinión, como lo que estoy haciendo ahora.
Por supuesto y una vez más, una humilde servidora se guarda su opinión (porque no concierne a nadie más que a mí y a mi cruel voz mental) y, desahogada de mi rabia, he tomado la resolución de vestirme y marcharme con mis amigos, que ya llevo casi diez horas en casa y eso no debe ser sano.
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