Son casi las cuatro de la mañana, y no puedo dormir. Hoy ha ocurrido una de esas cosas que te dejan el corazón acelerado, las piernas temblorosas y el cuerpo débil como el de un recién nacido. Ni siquiera sé cómo empezar a contar esto. He estado un buen rato hablando con Eddie, y de hecho le estoy narrando lo sucedido esta noche, pero aún no consigo calmarme, y tengo miedo de las pesadillas, y de plantearme muchas cosas.
Mientras cenábamos mi padre y yo solos, puso una película en el televisor. De estas malísimas de Antena 3 que ponen al medio día y durante las noches del fin de semana. Eran casi las doce, y el filme estaba terminando ya, cuando de pronto oímos a mi hermano llamar a mi padre a gritos, aunque con calma en la voz.
-¡Papá, sube!
Entonces él salió disparado, rodeó los sofás y subió de tres en tres los escalones de mármol blanco, a oscuras. Yo salté por encima del sofá y le seguí.
Fue mi oído el primero en advertirme que algo iba mal cuando oí un súbito intento de respiración ahogado de mi madre. Sonaba como si no tuviera aire en absoluto.
Al asomarme, la vi arqueándose con furia y el rostro muy rojo. Mi hermana estaba blanca como el papel. Le dijo a mi padre que se ahogaba. Él abrió la mano, y con toda su fuerza golpeó a mi madre en la espalda. Ella siguió boqueando, su cuerpo salió disparado hacia arriba y resbaló fuera del colchón al mismo tiempo. Sus expresiones y los feroces golpes que estaba recibiendo su cuerpo dispararon mi respiración y el latido de mi corazón en cuanto mi mente registró el hecho de que, sin oxígeno, una persona se muere.
Mi mente actuó a toda velocidad y registró varias ideas a la vez. La primera fue: date la vuelta, o estas imágenes te perseguirán mientras duermes. Y la segunda fue una idea muy peculiar, algo que jamás había pensado con seriedad antes durante una crisis: Se acabó. Dieciséis años para nada. Muchas veces se ha quedado sin aire, ha tenido tetanias, estafilococos, se partió una cadera, e incluso ha llegado a no despertar no importa cuántas bofetadas le peguemos. A pesar de los tratamientos, las operaciones, los ingresos, los comas, a pesar de ese terror que me acompañará mientras ella viva, no he tenido un miedo inmediato de no verla abrir los ojos nunca más.
Por un momento lo vi todo. La vi desfallecer sin aire. Me vi vestida de negro. Vi muchas cosas, tuve miedo de muchas cosas, algunas de las cuales no podré olvidar aunque lo intente. Supe que no sabría vivir mi vida sin ella.
Cuando pude separarme de la pared y asomarme a la habitación, con la boca cubierta por mi mano para no hacer ningún ruido involuntario, se me detuvo el corazón. Todos estaban muy quietos. Mi padre abrazaba a mi madre, escondiendo su rostro en la prominente barriga. Y mi mundo se detuvo. Un dolor inigualable me partió en dos, jamás hube sentido nada igual. Ni siquiera cuando me vi obligada a vivir durante un año sin el amor de mi vida. Tampoco el dolor físico tiene comparación. El pecho solo me dolía por el esfuerzo que me costaba respirar. No era eso, era más atroz, eran miles de recuerdos grabados a fuego tras los párpados, era el terror mezclado con impotencia. Era una posibilidad asumida pero sin asimilar.
Entonces, mi madre arrancó a toser fieramente, luchando por introducir aire en sus constreñidos pulmones. Las fuerzas le fallaron y casi se cae de la cama de nuevo, pero mi padre la devolvió a su sitio, la tumbó de forma que pudiera respirar, y le instó que se calmara cuando ella comenzó a balbucear atropelladamente, con los ojos desorbitados.
Mis piernas cambiaron su consistencia por la del flan y comenzaron a temblequear bajo mi peso. Mis manos trataron de sostenerse, pero las veía borrosas, tal era su virulenta agitación. Serené mi rostro con admirable rapidez.
-Voy a recoger lo de abajo.-murmuré.
Fui al cuarto de baño y me lavé la cara con agua helada. En el espejo, por primera vez en mucho tiempo, vi la ausencia total de color en mi rostro cetrino, ceroso y poco saludable. Tragué saliva compulsivamente...y me eché a llorar. No era un llanto silencioso y discreto, sino plagado de sollozos, de hipos, de gemidos y de lágrimas calientes y feas chorreando como un torrente por mi cara, que se tornó rojiza por el sofoco, el calor y la emoción.
-Mmma-mmamá-balbucí al vacío.
Como tantas otra veces en mi vida, anhelé que apareciese por allí mi hermano, que me descubriese llorando en una esquinita y me abrazase hasta que me calmara, pero mi hermano ya no estaba allí más para mí. Así que me arrastré en busca de mi móvil y busqué a Eddie, que ahora mismo constituye mi única fuente de consuelo.
Él me cantó, me abrazó con su voz y me enamoró con sus palabras una vez más. No sé lo que daría por volver a verle, a abrazarle, por hacerle feliz, sentir su mano bajo la mía otra vez. Ver sus expresiones. Coger su mano. Besar su mejilla.
Esta noche, como tantas otras, ha sido él quien me ha abrazado hasta que deje de llorar.
sábado, 20 de abril de 2013
Changes, chances.
Hay tantas cosas que están cambiando y transformándose que a veces me da dolor de cabeza. Tengo ganas de cambio y de futuro, porque he echado la vista atrás y, ¡puñetas! me he dado cuenta de que ha sido el año más veloz de mi vida. Con sus más y sus menos, pero qué se le va a hacer.
¿Cosas malas? A casco porro. Me corté el pelo, mi madre estuvo ingresada un montón de tiempo, casi suspendo matemáticas, mi hermano ha dejado de hablarme durante dos meses, me peleé con mis amigas tropecientas veces, me sentí sola, amargada, fea, gorda, y acabé la relación más larga y bonita que he tenido nunca. Pero supongo que tampoco ha sido tan mal año. He conocido a personas geniales, me he reído mucho, he hecho el idiota sin tener vergüenza, he salido todos los días que he podido escatimar y he hallado cierto equilibrio conmigo misma. He aprendido a amar un poquito mi cuerpo, y sobre cualquier cosa, mi mente. Y a no menospreciar mis habilidades, ¡Puedo hacer todo lo que me proponga! Y no necesito a nadie que me diga eso, porque las personas importantes creen en mí. Y también sé que absolutamente nadie es imprescindible. Ni mis amigas, ni mi pareja..., bueno, sí, mi hermano sí. Ahora solo necesito que se de cuenta de que el amor de un hermano debe prevalecer sobre su orgullo.
Esta semana ha sido la más vertiginosa. ¡Ojalá pudiera volver a los mejores momentos de esta Feria de 2013! Nunca pensé que yo podría tener esta clase de sentimientos por algo que antes apreciaba tan poco, ¿ah? Podría hacer un repaso de lo malo, como cuando mis amigas se aburrieron y me dejaron tirada, como el aburrimiento de tanto cacharreo, el calor asfixiante y vete tú a saber, pero prefiero detenerme en las cosas bonitas. Prefiero pensar en los farolillos contra el cielo, despistándome con su luminosidad. Y en bailar una y otra vez las sevillanas, aprenderme su letra y su ritmo, girar sin importar el calor del traje, el dolor de pies, el mareo, las agujetas de los brazos. Chapurrear una rumba para reírme con mis amigas y amigos. Bailar con todos mis amigos y mis compañeros.
Especialmente cuando él apareció corriendo, con su traje gris y sus ojos azules. Me cogió por la muñeca y me arrastró al centro del albero, sin dejarme soltar el abanico, el bolso o el vaso de rebujito. Suerte que Ana estaba allí y me salvó.
Y luego comenzamos a bailar. Fue totalmente distinto a estar en clase. Yo no llevaba chándal, sino una falta corta de volantes y una camiseta bastante transparente con un escote precioso, además de unas altísimas cuñas azules. Los dos un poco borrachos bailamos más cerca de lo normal, con los ojos fijos en los del otro. Ay, fue increíble. <<¿No te pones colorada como en clase?>> Me preguntó. Yo no quería sonar arrogante, idiota o falsa, y menos aún dejar traslucir algo que no querría que se supiera. Así que jugué bien mis cartas: <<En clase bailábamos más cerca>>. Funcionó, y un instante después tenía sus ojos a medio centímetro de los míos.
Claro que cuando al fin se separó de mi cuerpo y me soltó, temblaba como un flan, y mi rubor llameaba al rojo vivo como si me hubiera quemado la cara bajo la influencia del poderoso sol.
O el clavel que me regalaron. Bailar con Luis y su sonrisa bonita. Y con todos mis compañeros y amigos: Julián, Paco, Nico, Dani, Javi, Tomás, Alberto, con Ana, Anita, Elena, Carmen, Naya, Susana, Mei... Sin preocuparme de horarios, disfrutando la música, las letras, las luces, contagiada del ambiente de la feria de Sevilla. Creo que este año ha sido especial porque no me sentía fuera de lugar, como una extranjera fuera de su país. Durante una semana he sido una Sevillana más, con sus ganas de feria, de fiesta, de baile, de rebujito, de farolillos...
Voy a echarla de menos. ¡Parece mentira que queda un año para la siguiente! Pero para entonces yo tendré casi diecisiete años, seré más mayor, más adulta, y espero también que más guapa.
Pero ahora, ¡Proyectos de futuro! Pasado mañana me voy al camino de Santiago, y de pronto me he sentido tan nerviosa que mi estómago tiembla si lo pienso demasiado. Y más viento las botas, las tiritas, la mochila...Oh my god. Creo que me va a venir muy bien para pensar en mis cosas y estar lejos de todo cuanto conozco. Aprenderé a esforzarme bien duro para alcanzar una meta. Estaré fuera de la influencia de la música o el internet. Supongo que me llevaré un cuaderno y dejaré que la inspiración que hace tanto tiempo no me obsequia con su presencia haga mella en unas cuantas páginas en blanco. Y algún libro por ahí escondido, eso estará bien, aunque no creo que tenga mucho tiempo libre precisamente. ¡Estoy tan nerviosa!
También me pregunto si mi hermano me echará de menos, acostumbrado a tenerme para lo que quiera. Sigue en sus trece, y yo no me voy a disculpar, aunque cada vez que pienso en todo esto (como ahora mismo) se me llenan los ojos de lágrimas. No estoy viendo las teclas ahora, siquiera...
Me pregunto si me recibirá con un "hola" después de nueve días lejos de mí. Me pregunto si me abrazará. Si se le habrá olvidado. Ilusa de mí, como si él pudiera olvidarse de algo alguna vez.
Pero yo ya no soy una niña y hay ciertas cosas que tienen que cambiar un poco, tengo que ser fuerte, aprender a vivir sin él y esas cosas que hace la gente "mayor". Curiosamente, ahora solo me siento como una niña, y bastante confundida. Nerviosa. Capaz. Temerosa. Perdida. Cansada. Ansiosa. Ahora mismo lo siento todo, y creo que eso está bien.
Tampoco para nada, porque cuando me siento triste, Eddie siempre está ahí para mimarme, aunque él no se de cuenta del todo. Me alegra los días... y más que eso. Desde hace casi nueve meses, me alegra la vida entera...
Solo espero aclarar un poquito mis sentimientos y dejar que pase el tiempo. Hacer de este un verano que hasta yo pueda disfrutar de verdad. Apuntarme a la escuela de Idiomas cuando empiece septiembre, y a ese concurso de jóvenes escritores de La Casa de la Juventud. Cursar bachillerato en un centro nuevo y distinto, hacer nuevos amigos y esas cosas de gente normal. Luego vendrán los diecisiete, me sacaré el carné, haré mi selectividad, et voilà! Podré comenzar a cursar mi Grado en Estudios de Asia Oriental.
Pero, ¿cuántas cosas tienen que pasar antes de eso? ¡Uff!
¿Cosas malas? A casco porro. Me corté el pelo, mi madre estuvo ingresada un montón de tiempo, casi suspendo matemáticas, mi hermano ha dejado de hablarme durante dos meses, me peleé con mis amigas tropecientas veces, me sentí sola, amargada, fea, gorda, y acabé la relación más larga y bonita que he tenido nunca. Pero supongo que tampoco ha sido tan mal año. He conocido a personas geniales, me he reído mucho, he hecho el idiota sin tener vergüenza, he salido todos los días que he podido escatimar y he hallado cierto equilibrio conmigo misma. He aprendido a amar un poquito mi cuerpo, y sobre cualquier cosa, mi mente. Y a no menospreciar mis habilidades, ¡Puedo hacer todo lo que me proponga! Y no necesito a nadie que me diga eso, porque las personas importantes creen en mí. Y también sé que absolutamente nadie es imprescindible. Ni mis amigas, ni mi pareja..., bueno, sí, mi hermano sí. Ahora solo necesito que se de cuenta de que el amor de un hermano debe prevalecer sobre su orgullo.
Esta semana ha sido la más vertiginosa. ¡Ojalá pudiera volver a los mejores momentos de esta Feria de 2013! Nunca pensé que yo podría tener esta clase de sentimientos por algo que antes apreciaba tan poco, ¿ah? Podría hacer un repaso de lo malo, como cuando mis amigas se aburrieron y me dejaron tirada, como el aburrimiento de tanto cacharreo, el calor asfixiante y vete tú a saber, pero prefiero detenerme en las cosas bonitas. Prefiero pensar en los farolillos contra el cielo, despistándome con su luminosidad. Y en bailar una y otra vez las sevillanas, aprenderme su letra y su ritmo, girar sin importar el calor del traje, el dolor de pies, el mareo, las agujetas de los brazos. Chapurrear una rumba para reírme con mis amigas y amigos. Bailar con todos mis amigos y mis compañeros.
Especialmente cuando él apareció corriendo, con su traje gris y sus ojos azules. Me cogió por la muñeca y me arrastró al centro del albero, sin dejarme soltar el abanico, el bolso o el vaso de rebujito. Suerte que Ana estaba allí y me salvó.
Y luego comenzamos a bailar. Fue totalmente distinto a estar en clase. Yo no llevaba chándal, sino una falta corta de volantes y una camiseta bastante transparente con un escote precioso, además de unas altísimas cuñas azules. Los dos un poco borrachos bailamos más cerca de lo normal, con los ojos fijos en los del otro. Ay, fue increíble. <<¿No te pones colorada como en clase?>> Me preguntó. Yo no quería sonar arrogante, idiota o falsa, y menos aún dejar traslucir algo que no querría que se supiera. Así que jugué bien mis cartas: <<En clase bailábamos más cerca>>. Funcionó, y un instante después tenía sus ojos a medio centímetro de los míos.
Claro que cuando al fin se separó de mi cuerpo y me soltó, temblaba como un flan, y mi rubor llameaba al rojo vivo como si me hubiera quemado la cara bajo la influencia del poderoso sol.
O el clavel que me regalaron. Bailar con Luis y su sonrisa bonita. Y con todos mis compañeros y amigos: Julián, Paco, Nico, Dani, Javi, Tomás, Alberto, con Ana, Anita, Elena, Carmen, Naya, Susana, Mei... Sin preocuparme de horarios, disfrutando la música, las letras, las luces, contagiada del ambiente de la feria de Sevilla. Creo que este año ha sido especial porque no me sentía fuera de lugar, como una extranjera fuera de su país. Durante una semana he sido una Sevillana más, con sus ganas de feria, de fiesta, de baile, de rebujito, de farolillos...
Voy a echarla de menos. ¡Parece mentira que queda un año para la siguiente! Pero para entonces yo tendré casi diecisiete años, seré más mayor, más adulta, y espero también que más guapa.
Pero ahora, ¡Proyectos de futuro! Pasado mañana me voy al camino de Santiago, y de pronto me he sentido tan nerviosa que mi estómago tiembla si lo pienso demasiado. Y más viento las botas, las tiritas, la mochila...Oh my god. Creo que me va a venir muy bien para pensar en mis cosas y estar lejos de todo cuanto conozco. Aprenderé a esforzarme bien duro para alcanzar una meta. Estaré fuera de la influencia de la música o el internet. Supongo que me llevaré un cuaderno y dejaré que la inspiración que hace tanto tiempo no me obsequia con su presencia haga mella en unas cuantas páginas en blanco. Y algún libro por ahí escondido, eso estará bien, aunque no creo que tenga mucho tiempo libre precisamente. ¡Estoy tan nerviosa!
También me pregunto si mi hermano me echará de menos, acostumbrado a tenerme para lo que quiera. Sigue en sus trece, y yo no me voy a disculpar, aunque cada vez que pienso en todo esto (como ahora mismo) se me llenan los ojos de lágrimas. No estoy viendo las teclas ahora, siquiera...
Me pregunto si me recibirá con un "hola" después de nueve días lejos de mí. Me pregunto si me abrazará. Si se le habrá olvidado. Ilusa de mí, como si él pudiera olvidarse de algo alguna vez.
Pero yo ya no soy una niña y hay ciertas cosas que tienen que cambiar un poco, tengo que ser fuerte, aprender a vivir sin él y esas cosas que hace la gente "mayor". Curiosamente, ahora solo me siento como una niña, y bastante confundida. Nerviosa. Capaz. Temerosa. Perdida. Cansada. Ansiosa. Ahora mismo lo siento todo, y creo que eso está bien.
Tampoco para nada, porque cuando me siento triste, Eddie siempre está ahí para mimarme, aunque él no se de cuenta del todo. Me alegra los días... y más que eso. Desde hace casi nueve meses, me alegra la vida entera...
Solo espero aclarar un poquito mis sentimientos y dejar que pase el tiempo. Hacer de este un verano que hasta yo pueda disfrutar de verdad. Apuntarme a la escuela de Idiomas cuando empiece septiembre, y a ese concurso de jóvenes escritores de La Casa de la Juventud. Cursar bachillerato en un centro nuevo y distinto, hacer nuevos amigos y esas cosas de gente normal. Luego vendrán los diecisiete, me sacaré el carné, haré mi selectividad, et voilà! Podré comenzar a cursar mi Grado en Estudios de Asia Oriental.
Pero, ¿cuántas cosas tienen que pasar antes de eso? ¡Uff!
sábado, 13 de abril de 2013
Un millar de recuerdos.
Como un millar de golpes. Imágenes de ti, de tu risa, tus rizos rubios, nosotros jugando, nosotros comiendo helado, tus experimentos culinarios, nosotros jugando al fútbol, nosotros abrazados, nosotros viendo una película, nosotros paseando de la mano. Mil golpes de tus besos, de tus palabras bonitas, de tus manos acariciando mis mofletes.
Mil vueltas dadas a tu traición.
martes, 9 de abril de 2013
Eyes Open
La verdad me golpeó como una maza y entonces lo vi claro.
Nunca cogería un avión hasta la isla donde vive el hombre al que amo. Nunca construiría mi futuro en un país a diez mil km de aquí, porque mis hermanos ya estaban construyendo sus vidas "definitivas" y, ¿Quién iba a cuidar a mis padres cuando ya no quedara nadie? Cuando mi abuela muriese, mi padre perdiera las fuerzas y mi madre requiriese 25h diarias de cuidado ¿Quién iba a quedar ahí, que no hubiera vuelto su espalda ya?
Miro a mi padre, a sus casi sesenta años. Se mantiene sorprendentemente joven y en forma, pero ya se le nota. Maltratado por más de media vida de trabajo y penas; Le cuesta respirar, se cansa, su pelo comienza a ralear y sus sienes están vetadas de sedosas canas gris oscuro.
Y miro a mi madre, desfallecida, pequeña y frágil. A veces no puedo evitar imaginar que su vida no será tan larga como la de alguien jormal, y ya tiene 50 años. ¿De verdad los abandonaré a su suerte a cambio de mi futuro? ¿Me encadenaré a un país hundido?
¿Cómo serán las cosas dentro de diez años, qué habrá sido de mis grandiosos planes...?
Easier
Sonreír es fácil. Tanto como puede serlo levantar un brazo. Puedes hacerlo sin grandes dificultades, solo estirando lanpiel de las mejillas, levantando los músculos de la cara sobre los huesos.
El problema es que no tengas motivos para levantar ese brazo y seguir viviendo. ¿Qué haces entonces?
What else?
A veces echo de menos cosas que hacías antes. Una escena cotidiana como despertarte antes de cenar se hubiera traducido, hace unos meses, o haceunas semanas, en que te abrazases a mi cintura y remoloneases largo rato.
Hace unos días, antes de almorzar, me tumbé a tu lado y me abracé a ti. Juntos dejamos las mantas del sofá hechsd un cisco, nos reímos un rato, y luego nos fuimos a comer.
Pero esta noche, te he despertado de mil amores. De verdad que me estaba planteando irrumpir y solo encender ls luz, en plan cabrona, pero no soy capaz. No después de ponerte un cubierto bonito, una servilleta que no estuviera arrugada y tu vaso favorito para cenar.
Te acaricié suavemente el hombro y te llamé con voz dulce, a lo que tu me has respondido con un brusco y seco «voy»...
No sé si sabes lo que es tener que salir corriendo al baño para que tu familia, y menos la persona con la que intentas mantener distancias, vean cómo rompes a llorar. De soledad, de nostalgia, de rabia y de pena. Pero ya no soy una niña chica y creo estar en mi derecho de enfadarme y de cometer errores, y si algo no te gusta, en vez de ignorarme durante semanas podrías venir a hablar conmigo. Y no hacerme llorar, sabiendo la influencia que tienes sobre mí.
Eso sí, luego no me vengas diciendo que a ti tampoco te resulta fácil ignorarme, que lo estás haciendo porque a ti te da la gana.
lunes, 8 de abril de 2013
The blue blue Sky.
Cuando me di cuenta de que me había situado en la parte de la clase orientada al espejo, un temor se adhirió al ya de por sí escalofriante hecho de que tendría que bailar Sevillanas delante de tooooodos mis compañeros de clase. Mientras que la fila de las chicas se mantenía fija en sus posiciones, la de los hombres iban rotando, así bailábamos todos con todos. No podía oír más allá de la sangre golpeando furiosamente, como un torrente, detrás de mis orejas.
Cerré los ojos y respiré hondo. Mi latido se apaciguó cuando un par de chispeantes ojos verdes se dibujaron en el interior rojizo de mis párpados. Eso es, Eddie. Volví a abrir los ojos y me concentré en los pies de la profesora, que estaba explicando entonces el paso base y los movimientos de la primera sevillana. Al menos algo se me había quedado, como hacia qué lado girar, qué brazo se levanta, no darle la espalda al acompañante y cosas así.
Tuve de quien fijarme y acompañantes relativamente torpes, lo que me dio la ocasión de no parecer un pato mareado. Cuando por fin cogí soltura, y pude mover manos y caderas sin olvidarme de qué pasos dar, ocurrió lo que me temía. Cambié de acompañante.
Es indescriptible la sensación que me recorrió el cuerpo. "Algo" que hacía temblar ligeramente mis piernas, y al instalarse en mi pecho me arrancaba un suspiro. Era una grotesca mezcla entre nervios, alegría y miedo que me dejó el estómago hecho una bola y la voz incapacitada. Mantuve los ojos en mis pies cuando él hizo una inclinación burlona, arqueando las cejas.
Justo entonces, la profesora detuvo la canción y nos instó a movernos con más fluidez, mirando a los ojos de nuestra parejas. Reiteró que se trataba de un baile de cortejo. Bien, Mariola, eso no ayuda mucho con el nudo de mi garganta. Tragué compulsivamente, aunque tenía la boca seca.
Comenzó la música, y tuve que rehuír sus ojos. Sentía la cara demasiado caliente, las mejillas arreboladas y no por culpa del ejercicio. Si miraba sus ojos, estaba perdida: olvidaría los pasos, tropezaría, o haría el ridículo de alguna forma u otra.
-¡Pero mírame a los ojos!- decía él, riendo y señalándoselos.
-Como si pudiera- respondía yo, sacudiendo la cabeza.
Pero al final de la primera sevillana, podía sostenerle la mirada, aunque fuera reprimiendo la risa. Esto a él le encantaba, claro. Cada vez estaba más sonrojada, y con frecuencia bajaba los ojos para no perderme en las complicadas piruetas. Y su sonrisa se ampliaba.
-¡Te odio!-espeté entre dientes, con una cómica mueca furiosa, cuando estuvo lo bastante cerca.
Ay, qué mal rato. O qué bueno, ya no lo sé ni yo. Poco me importaba hacerlo bien o mal. La clase desapareció, ya solo existíamos nosotros: yo girando, y su mano en mi cintura, su cuerpo demasiado cerca, a veces, aunque por otro lado nunca parecía suficiente...
Mis pulmones constreñidos y mi sobreexplotado corazón habrían de denunciarme después.
Pero esa noche, sus ojos como esquirlas de hielo sobre el agua me persiguieron, en mi cabeza se repitió el eco de su risa burlona en sueños.
Cerré los ojos y respiré hondo. Mi latido se apaciguó cuando un par de chispeantes ojos verdes se dibujaron en el interior rojizo de mis párpados. Eso es, Eddie. Volví a abrir los ojos y me concentré en los pies de la profesora, que estaba explicando entonces el paso base y los movimientos de la primera sevillana. Al menos algo se me había quedado, como hacia qué lado girar, qué brazo se levanta, no darle la espalda al acompañante y cosas así.
Tuve de quien fijarme y acompañantes relativamente torpes, lo que me dio la ocasión de no parecer un pato mareado. Cuando por fin cogí soltura, y pude mover manos y caderas sin olvidarme de qué pasos dar, ocurrió lo que me temía. Cambié de acompañante.
Es indescriptible la sensación que me recorrió el cuerpo. "Algo" que hacía temblar ligeramente mis piernas, y al instalarse en mi pecho me arrancaba un suspiro. Era una grotesca mezcla entre nervios, alegría y miedo que me dejó el estómago hecho una bola y la voz incapacitada. Mantuve los ojos en mis pies cuando él hizo una inclinación burlona, arqueando las cejas.
Justo entonces, la profesora detuvo la canción y nos instó a movernos con más fluidez, mirando a los ojos de nuestra parejas. Reiteró que se trataba de un baile de cortejo. Bien, Mariola, eso no ayuda mucho con el nudo de mi garganta. Tragué compulsivamente, aunque tenía la boca seca.
Comenzó la música, y tuve que rehuír sus ojos. Sentía la cara demasiado caliente, las mejillas arreboladas y no por culpa del ejercicio. Si miraba sus ojos, estaba perdida: olvidaría los pasos, tropezaría, o haría el ridículo de alguna forma u otra.
-¡Pero mírame a los ojos!- decía él, riendo y señalándoselos.
-Como si pudiera- respondía yo, sacudiendo la cabeza.
Pero al final de la primera sevillana, podía sostenerle la mirada, aunque fuera reprimiendo la risa. Esto a él le encantaba, claro. Cada vez estaba más sonrojada, y con frecuencia bajaba los ojos para no perderme en las complicadas piruetas. Y su sonrisa se ampliaba.
-¡Te odio!-espeté entre dientes, con una cómica mueca furiosa, cuando estuvo lo bastante cerca.
Ay, qué mal rato. O qué bueno, ya no lo sé ni yo. Poco me importaba hacerlo bien o mal. La clase desapareció, ya solo existíamos nosotros: yo girando, y su mano en mi cintura, su cuerpo demasiado cerca, a veces, aunque por otro lado nunca parecía suficiente...
Mis pulmones constreñidos y mi sobreexplotado corazón habrían de denunciarme después.
Pero esa noche, sus ojos como esquirlas de hielo sobre el agua me persiguieron, en mi cabeza se repitió el eco de su risa burlona en sueños.
sábado, 6 de abril de 2013
¡Boh!
Me tiro en nuestra cama con energía. Nuestra. Suena muy bien. Supongo que empecé a calificar así internamente porque es de matrimonio, y por aquí no pasa nadie más que yo.
Mi acompañante, denominémosle "Narciso", se apoya ligeramente en la lustrosa puerta de caoba oscura para cerrarla antes de sentarse a mi lado, con menos energía. Sonríe ante mi bufido. Me aparta ese flequillo que tan poco le gusta de la cara.
-Fresita.- me llama.
Yo alzo los ojos hacia su sonrisa, luchando por no derretirme.
-¿Hm?
-¿Qué ocurre esta vez?
-Nada
Miento. Siempre se me nota. Me ruborizo, rehuyo sus ojos, balbuceo y contraigo los labios.
-¿Es Ézhor?
-No.
-¿Dani?
Sacudo la cabeza negativamente.
-Es mi hermano.-admito de mala gana.
-La técnica de no hablarte funciona.
-Demasiado bien...
Él sostiene mis manos, reflexionando, y se las lleva a los labios, carnosos y suaves. Su aliento me hace cosquillas y me calienta la piel a hablar.
-Es por lo de Dara...-conjetura él, escrutando mi expresión
-No-la mentira se filtra en mi voz a medias, por lo que me corrijo.- o al menos creo que no. Es una de mis dos teorías.
-¿Y la segunda?-va besando mi piel mientras espera mi respuesta, erizando el vello a su paso.
-Que el otro día tuvimos una pequeña discusión a la hora del almuerzo
-¿Sobre qué?
-Eeeeh...., pues sobre si el arte era una cosa inútil o no. En todas sus manifestaciones, tú me entiendes.
-Halá, ¿Y te lo dice a ti? No es un genio, precisamente.
-Oye.- advierto, en tono amenazador.
-Vale, vale, entonces más o menos como ocurrió la última vez, ¿no?
-Yo diría que sí.
-¿Vas a hablar con él?
Noto que me pongo tensa de inmediato. A la defensiva.
-No...
-¿Por qué no?
-¡Porque estoy harta! No puede dejar de hablarme cada vez que haga algo que, a su juicio, está mal en lugar de venir a hablar conmigo. Tengo demasiadas cosas por las que comerme la cabeza.- concluyo enfadada
-Pero a ti te duele...
-Me molesta
-No, lo veo en tus ojos. Te causa dolor, a parte del enfado...
-Bueno, no es una situación fácil.
-¿Te sientes sola?
-No...- a eso puedo contestar con sinceridad.
Me arrodillo con dificultad en la cama, teniendo en cuenta que él aún sostiene mi mano. Luego empujo uno de sus hombros para indicarle que se tumbe, precedido por mí. Me apoyo en su pecho y le beso, solo un toquecito.
Me encanta sorprenderlo.
-...No me siento sola. Te tengo a ti.
Mi acompañante, denominémosle "Narciso", se apoya ligeramente en la lustrosa puerta de caoba oscura para cerrarla antes de sentarse a mi lado, con menos energía. Sonríe ante mi bufido. Me aparta ese flequillo que tan poco le gusta de la cara.
-Fresita.- me llama.
Yo alzo los ojos hacia su sonrisa, luchando por no derretirme.
-¿Hm?
-¿Qué ocurre esta vez?
-Nada
Miento. Siempre se me nota. Me ruborizo, rehuyo sus ojos, balbuceo y contraigo los labios.
-¿Es Ézhor?
-No.
-¿Dani?
Sacudo la cabeza negativamente.
-Es mi hermano.-admito de mala gana.
-La técnica de no hablarte funciona.
-Demasiado bien...
Él sostiene mis manos, reflexionando, y se las lleva a los labios, carnosos y suaves. Su aliento me hace cosquillas y me calienta la piel a hablar.
-Es por lo de Dara...-conjetura él, escrutando mi expresión
-No-la mentira se filtra en mi voz a medias, por lo que me corrijo.- o al menos creo que no. Es una de mis dos teorías.
-¿Y la segunda?-va besando mi piel mientras espera mi respuesta, erizando el vello a su paso.
-Que el otro día tuvimos una pequeña discusión a la hora del almuerzo
-¿Sobre qué?
-Eeeeh...., pues sobre si el arte era una cosa inútil o no. En todas sus manifestaciones, tú me entiendes.
-Halá, ¿Y te lo dice a ti? No es un genio, precisamente.
-Oye.- advierto, en tono amenazador.
-Vale, vale, entonces más o menos como ocurrió la última vez, ¿no?
-Yo diría que sí.
-¿Vas a hablar con él?
Noto que me pongo tensa de inmediato. A la defensiva.
-No...
-¿Por qué no?
-¡Porque estoy harta! No puede dejar de hablarme cada vez que haga algo que, a su juicio, está mal en lugar de venir a hablar conmigo. Tengo demasiadas cosas por las que comerme la cabeza.- concluyo enfadada
-Pero a ti te duele...
-Me molesta
-No, lo veo en tus ojos. Te causa dolor, a parte del enfado...
-Bueno, no es una situación fácil.
-¿Te sientes sola?
-No...- a eso puedo contestar con sinceridad.
Me arrodillo con dificultad en la cama, teniendo en cuenta que él aún sostiene mi mano. Luego empujo uno de sus hombros para indicarle que se tumbe, precedido por mí. Me apoyo en su pecho y le beso, solo un toquecito.
Me encanta sorprenderlo.
-...No me siento sola. Te tengo a ti.
Nothing else.
A veces recuerdo cosas como esa.
Aunque no había más que un ligero tonteo entre nosotros, caminábamos por la nocturnidad Sevillana con las manos entrelazadas en el numeroso grupo. No sé qué sucedió para que te mirase de pronto, ni qué me llevó a tomar la decisión de besarle. ¿Serían los días que habrían de transcurrir antes de volver a verle? ¿Lo poco que quedaba de noche, a su lado? ¿Sería la apuesta bromista unas horas antes, en el tren, de hacerme con su corazón?
Me gustaba más de lo que era conveniente.
No recuerdo qué pensaba exactamente.
-Oh, qué demonios-exclamé en voz alta, deteniéndome.
Y aprovechando que se había vuelto para mirarme, inquisitivo, me puse de puntillas y me aferré ligeramente a su nuca, rozando solo ligeramente sus labios con los míos. Pero él no se detuvo ahí, me envolvió con los brazos y profundizó el beso, estrechándome. Sus labios sabían a Monster Ripper. Los míos, a menta.
El resto de los chicos lanzaron exclamaciones ahogadas. ¡Al fin! pensarían muchos de ellos. Supongo que se giraron, preguntándose por qué nos habíamos detenido.
En el río, ignoramos las miradas inquisitivas, sorprendidas y enfadadas. Sentados junto al fuego, tocando la guitarra y riendo, no nos importó nada más.
Unas semanas más tarde, nos volvimos a ver. Esperé silenciosa en el bosque vacío a que apareciese para guardar sus armas de Alsoft. Respondió a mi animado saludo con un beso en la frente, y nada más.
Y nada más.
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