No quiero preguntas. No puedo hablar, ni moverme, no puedo ni suspirar, ¡Olvidadme! Quiero gritar, quiero volar, a otros tiempos, a los recuerdos que tuve, a los que algún día tendré. Pero no, nunca puedo, estoy atrapada en mi propio refugio, en esas cuatro paredes que me cercan, que se cierran a mi alrededor como cadenas, no me dejan respirar.
Es tarde, no queda otra luz que la de las estrellas, pero yo no la necesito. Me escondo bajo el edredón. Hace mucho frío esta noche. Es muy tarde, tengo clase, pero no puedo dormirme.
Mi mp5 está cerca, así que me pongo los auriculares de botón y canto en voz bajita, esas letras tan familiares, esas notas que me hacen volar, soñar con mundos que no son el mío...
Con los ojos cerrados, empiezo a vagar por recuerdos, todos ellos difusos, como si los contemplara a través de agua turbia. Muchos rostros aparecen también por mi mente, me trasportan a los días en que todo era tan sencillo como cantar.
De pronto, no sé si soñando, puede que rememorando, estoy en la cocina. Llevo un pijama negro y rojo de rayas, mi preferido, y estoy rodeada del olor a pan recién hecho, bizcocho y ajo. Estoy ayudando a mi madre a preparar el almuerzo, me doy cuenta. La puertecilla del armario está abierta, y desde la mini cadena suena La Oreja de Van Gogh, y yo canto las letras de cabo a rabo de memoria, producto de la costumbre, con mi atiplada vocecilla infantil. Un susurro quebrado, tenue como un batir de alas, secunda mi balbuceo incoherente. Creo que en realidad, no me daba cuenta de lo que esas letras querían transmitirme. Pese a todo, siempre me han gustado, siempre me han recordado a ella. Siempre las he asociado con un domingo, en la cocina.
Salto de una edad a otra. Creo que soy algo más pequeña, y tengo una tijera de podar en las manos. Literalmente, abro boquetes en los setos. Mi padre está subido en la escalera, que me parece inmensa, y cruje y se tambalea constantemente. Él ya no lleva la camiseta, y sobre el pecho cuelga una radio muy antigua, que grazna las notas disonantes de la música pop de Kiss FM.
Algún tiempo más tarde. Verano, la casa en penumbras, una madrugada cualquiera de julio. System of a Down, la banda sonora de nuestra batalla. Mi hermano y yo, ambos llevamos camisetas grandes y blancas, de propaganda, salpicadas de pintura. Nuestras figuritas, Warhammers de ESDLA, se secan a nuestro lado. Nos hemos cansado de pintar. Los botes, los vasitos de plástico, y un par de antiguos salvacamas, están esparcidos a nuestro alrededor. Pero justo frente a nosotros, hay un libro reglamentario abierto por nosequé página, un par de dados amarillentos por el tiempo y el uso, y una enorme maqueta casera, imitando a un castillo. Decoración navideña y un bosque, con banderitas de Rohan, Orcos y Uruk-Hai esparcidos por el tablero de madera, y una regla para medir los pasos. Arqueros, hombres a caballo, e infantería a pie, todo ello, nuestro ejército. Y BYOB, los tambores previos a la gran batalla. Y dos niños emocionados jugando a ser Dioses.
Ibiza. No sé por qué me asalta este recuerdo. No está relacionado con la música, en principio. Es de noche, y volvemos al apartamento para cenar. Pero mi hermana se detiene, y mira al horizonte. Una luna plateada, apenas una uña tras la montaña que se mantiene erguida a lo lejos, ilumina una playa de ensueño, de arena fina y pálida, y el mar, completamente diáfano, transparente. Quisimos averiguar si estaba cálido, y nos descalzamos en la orilla. Desde la plataforma, el resto de la familia, y algún turista curioso nos mira. Mi hermana y yo nos introducimos en el agua, asombrosamente caliente, y tras una mirada cómplice, nos deshacemos de toda nuestra ropa. Nos lanzamos contra las suaves olas, reímos, jugamos a ser sirenas. La gente nos mira, se ríe, de esas dos locas que se bañaron desnudas en una playa de Ibiza. Más tarde, una ducha fresca, cantando las dos, al ritmo de su música, alegre, guitarras y voces felices que hablan sobre una primavera temprana y suave.
La música me ha ido acompañando a lo largo del tiempo, ha sido capaz de hacerme feliz y de entristecerme. Ha expresado lo que yo no sabía gritarle al mundo.
Otra imagen en mi mente. Un gran maremágnum de gente por doquier. Camisetas negras y calaveras con alas de murciélago. ¿Deathbats? Es el símbolo del que podría considerarse mi actual grupo de rock favorito. Avenged Sevenfold. Desde una gran plataforma, que escupe fuego y humo negro, me llega la voz familiar del cantante, M.Shadows, que tantas veces me ha susurrado a través de los auriculares. Ha expresado todo lo que yo sentía. Me ha hecho sentir feliz y a la vez triste. Y siempre, siempre, está conmigo.
A mi alrededor, están mis amigos. Todos aquellos que aman el grupo como yo, o más. Elba, con sus mechas rojizas, grita a mi lado, salta al ritmo de la batería de The Rev. Mi corazón le sigue el compás. Los gemelos, Pablo, Kiba, Mei, todas las personas a las que quiero. Y alguien que me sujeta la mano. Un chico de ojos verdes, algo más alto que yo, y que viste una camiseta como la mía. Alzamos las manos unidas, cantamos juntos, porque la que suena es nuestra canción. Dear God, esa que yo amo tanto, la primera que él me enseñó, aunque no fuera la primera que escuché.
¿Era un sueño, o un recuerdo?
El mp5 se ha apagado. Puede que se haya quedado sin batería. Quiero abrir los ojos, ponerlo a cargar y volver a escuchar la canción. Pero no encuentro mis párpados.
Aún así, está bien. Puede que sea mejor seguir recordando el futuro, en lugar de soñar con él...
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