martes, 10 de noviembre de 2020

Mutuamente.

Mi miseria y yo funcionamos mejor juntas y solas, sin manos amigas
En lugares fríos, como el suelo del baño, mi humeda habitación o la sala de espera de una UCI cualquiera.
Mi pena, amiga conocida, se me acurruca y abraza en el pecho, a veces no puedo respirar, pero se lo perdono porque a veces no controla su fuerza, como yo. 
Me hace llorar cuando menos lo espero y necesito, pero es que ella es poco sutil, como yo. 
No pasa nada, nos conocemos y nos acompañamos. Estamos de acuerdo en que yo tiraré del cuerpo fuera de la cama, da igual las fuerzas que tenga; y ella tratará de no asfixiarme del todo.

Y así en fino equilibro, con respeto y paciencia, nos olvidamos de nuevo de que un día no existimos juntas.

martes, 3 de noviembre de 2020

Reinventing the education

 Hay un señor frente a mí protestando sobre la hegemonía lingüística del inglés, reivindicando su italiano de formación. Claro. Resulta clásico hasta para sus más de setenta años, con sus escasas canas repeinadas, su traje demasiado grueso para esta estación del año pero bien ajustado, las gafas y el calzado a la moda, pero la bolsa de piel negra tan atemporal como la que llevara mi padre a trabajar allá por el año 2000, con su hebilla dorada y todo.

Nos mira desde arriba, desde su estrado elevado, tras un portentoso escritorio de madera oscura que ha perdido el lustre por el uso, con su ancho culo cómodamente aposentado en una silla acolchada (a diferencia de nuestras desvencijadas bancas de madera). No se mueve, a penas levanta la vista de los apuntes que nos lee, que nos dicta. Es como si hubiera una barrera entre nosotros, una absoluta separación espacial, temporal y hasta dimensional.

Y yo digo..., que bueno, que qué remedio tengo. Llevo cinco años ya en la universidad, y he aprendido que desgañitarme sobre las condiciones de estudio solo afectará a mi salud mental y a mis niveles de energía. Y que, aunque me gusta su voz profunda, eso puedo encontrarlo en cualquier podcast. Que me gusta el contenido, pero para oírlo con 800€ menos de matrícula en el bolsillo, bien podría leerlo por internet, de donde sea que haya descargado los libros y apuntes que tiene bajo las narices, en la cálida y reconfortante calidez de mi hogar; y sin cabrearme cada vez que pierda 20 minutos por no saber abrir un documento de word o entender una referencia en ingles.

¡Ah! ¡qué útil su italiano de formación!

domingo, 1 de noviembre de 2020

El calor de tus mano en mi espalda desnuda

That's it, that's the post.

Squeezed in a tight hug, lost in your lips and, suddenly, a playful hand climbing up inside my pyjamas' tee and gently lying against the skin on the middle of my back. 

Its warmth is so comforting I could even call it 'home'. It's satisfying, as if I were in pain without realizing it and that simple touch had made everything go away. I'm somehow sure I will not forget how this feeling deploys and unfolds on my chest, electrifying every nerve, giving the word 'intimacy' new meanings.

You may think I'm stupid. How can an open hand against my naked back be more meaningful than having you inside me?
Oh well, I don't know. Feelings are just that, and sometimes unaccounted for. This is, actually, one of those little things I end up treasuring in my mind, as they bring me closer to you when the world is just too cold.

You spooning me. You, slow-kissing me. Your fingers tangled with mine. A smile only for my eyes to see. A whisper of how much you love me within the mist of an early sleep

jueves, 24 de septiembre de 2020

Dreams, future.

- Esto le dará más alegría a la cocina -. Parloteé alegremente mientras me secaba las manos manchadas de pintura en el viejo trapo.
La estancia, pobremente iluminada por un pequeño ventanuco, se había llenado con olor a pintura y barniz, lo cual me traía recuerdos muy felices de las reformas de mi infancia o la mudanza de mi abuela al pueblo. Siempre me han entusiasmado los grandes cambios.
Ale alzó la vista hacia las molduras del techo, que habíamos cubierto con cinta carrocera ls tarde anterior para que no se mancharan con la pintura de las paredes.
- Está quedando muy bien - comentó -. Y, de hecho, se me ocurre qué me daría una alegría a mí...
Se volvió en mi dirección alargando las manos y a mí se me escapó una risita infantil nada propia de mi carácter, pero él me hacía sentir así. Ligera, joven. Era tarde, tendríamos que trabajar en pocas horas y estábamos molidos de lijar, pintar, barnizar y mover muebles, pero Dios sabe que nos dió absolutamente igual mientras chocábamos contra las paredes del piso, enredados en un abrazo ansioso, llenando las estancias vacías con el sonido de nuestro amor. Los besos, las risas y algún jadeo rebotaban contra las paredes y caían sobre nosotros y nuestro colchón inflable provisional, colocado sobre una vieja sábana gris en el salón. Teníamos poco, pero nos queríamos con todo, a manos llenas.

Cuando me desperté en mi colchón de viscoelástica, atravesada en mantas del mejor algodón egipcio de El Corte Inglés, miré con decepción los tropezones de pintura sobre el gotelé de mi habitación, deseando haber amanecido esa mañana gris en el salón pelado del apartamento de mi imaginación, con su cocina oscura y su pequeño baño; pero con la sensación de haber regresado de una premonición más que de un sueño.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Saturday mornings.

Me siento dar un respingo involuntario incluso antes de abrir los ojos. Espero, sin moverme, a que se me ralenticen la respiración y el ritmo cardíaco, concentrada en mis sentidos. Los ojos perciben claridad a través de los párpados, mi lengua paladea el regusto metálico de la sangre. El sentido del oído, intensificado por la falta de visión, busca movimiento en el silencio de la mañana y solo encuentra una respiración pausada, otra superficial y dos corazones que golpetean a diferentes ritmos, impulsando la sangre en las venas.
Pero, de todos, el que menos uso es el más información me transmite: el olfato. Por él me parece saborear la humedad en el ambiente, el cálido dulzor de su piel, el suavizante para la ropa, los restos de nuestro sudor en las sábanas revueltas. Sabiéndome a salvo a su lado, olvidada mi pesadilla, dejo que me acurruque de nuevo en sus brazos, acariciándome el pelo, a pesar de que se me ha escapado una hora entre los dedos desde que asomé a la conciencia. Y me abandono, segura, porque sé que ya no soñaré nada malo.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Centimeters.

Como un chispazo repentino, siento de nuevo esa corriente eléctrica que vive entre mi pecho y mi vientre y es una mezcla de nervios, amor y deseo. A pesar de todas las dudas, las preguntas, las incertidumbres y los miedos que reptan por mi columna hasta la base de mi cráneo, donde se asientan, creando infatigables cefaleas. El roce de sus dedos en mi rostro, y ya se ha ido todo.
Me cosquillea la piel ahí donde él me toca; donde no, mis poros suplican por su tacto. Me besa de esa forma que es solo suya, despacio pero con hambre, mordiendo, lamiendo, tanteando mis respuestas con toda su boca. Juro que me cuesta respirar y, a la vez, todo lo que quiero es saturarme de su olor hasta que pueda saborearlo en mi paladar, en mi garganta.
¿Qué te pasa? Ronronea, sonriendo como un bendito, sabiendo lo que me hace. Sabiendo que el corazón me salta dentro del pecho, que las mariposas me han dejado las tripas hechas un gurruño de tanto revolotear, que solo puedo pensar en lo suaves que son sus labios cuando se unen, formando burbujas de aire en forma de palabras de amor. Algo parecido a la lujuria palpita al sur de mi cintura, y algo más cálido y difícil de definir late, espoleado, en mi pecho.
¿Qué me pasa? Me repite, y a mí se me escapa un gemido que condensa mis ganas de tragarme cada centímetro que haya entre nosotros el resto de nuestras vidas.

lunes, 17 de agosto de 2020

heating up

Hay ciertas cosas, ciertas sensaciones, que se viven pocas veces en la vida y se recrean con frecuencia. Dejan huella en el alma y ya no se pueden olvidar; como una estocada suave y titubeante, abriendo mi carne lentamente a nuevas sensaciones, y de pronto su voz derritiéndose en mi oreja como caramelo fundido, susurrando «te siento...».
Por todas partes, su olor, su calor.