Sabes que muy pocas cosas útiles me llevé de mi experiencia con la tonta profunda de mi psicóloga (o mejor, psico-loca). Una de ellas fue mi blog, que lleva conmigo desde 2009, aunque la cronología me contradiga. Otra, los ejercicios de relajación orientados al sueño.
Sí, con 12 años ya tenía problemas para dormir y no por falta de sueño, sino porque me agobiaban y asustaban tanto las pesadillas que intentaba no quedarme dormida nunca, como una especie de Will Graham de la vida. Esos ejercicios no me ayudaban mucho en el propósito para el que estaban diseñados, pero sí que les encontré una segunda utilidad: cada vez que tenía, y tengo, un mal día, me concentro en todas esas pequeñas cosas que me gustan y me hacen feliz mientras respiro profundamente. Incluso confeccioné una lista, por si algún día no se me ocurría nada que me produjera bienestar, porque si algo me gusta y me gratifica son las listas y el orden, el material de papelería, el olor de los libros viejos, escribir a mano, el sonido de mi teclado cuando escribo rápido, dejarme llevar por una canción cuando me obsesiono por ella (actualmente, un arreglo para piano de un tal Peacock de Fallen Down, una pieza de la banda sonora de Untertale), los cambios de estación, el olor de la gasolina, el sonido del velcro al desabrocharlo, los cielos despejados, azules y luminosos, los días largos, los atardeceres bonitos, una ducha larga y caliente, el arroz con leche de mi madre, cocinar, correr cuando hace frío y respirar profundamente el aire helado, el sonido del mar, el olor a tierra húmeda cuando llueve, despertar sin prisas y desayunar con tranquilidad, mirar el cielo a través del agua cuando nado, la sensación de la ropa limpia y recién planchada, dormirme en el sofá "sin querer" después de la cena, con mimitos de mi papá...
Son muchas cosas, aunque a veces no lo parezca. Últimamente, son más que nunca, porque las antiguas no han desaparecido, pero se han sumado sensaciones nuevas. El olor de su ropa, dormir con un brazo ciñéndome el pecho y otro en torno a la cintura, la manera en que me mira cuando me dice que me quiere, una caricia en la mejilla, ese lugar detrás de la oreja que huele a su piel, a su perfume, a su champú y a todas las cosas buenas de este mundo, sus besos, el sonido de su risa, esas arruguitas en las comisuras de sus ojos que cuentan todas las historias que me hacen feliz, el calor de sus manos, su respiración bajo mi oreja, dormir contando los latidos de su corazón, que son como música para mí, en esas sábanas como de peluche...
¿Será que todo lo suyo me hace sentir bien?
No hay comentarios:
Publicar un comentario