martes, 26 de febrero de 2019

Ice.

Yo..., para ser honesta, hoy me ha ocurrido algo bastante desagradable y había pensado escribir sobre ello para sacármelo del cuerpo, pero los borradores se suceden, incompletos, y yo no consigo arrancarme el nudo de la garganta. Me ahogo en mi sofoco y me sudan las manos cada vez que me paro a recordar su aspecto. Se me viene todo encima, no puedo, no. No puedo pensarlo, ya estoy sudando de nuevo, ya tengo el corazón desbocado, la garganta hinchada desde dentro. Quiero llorar y no me sale, quiero hablar y no me llegan las palabras. El pánico se extiende, abrasador, por mi pecho y mi vientre. Me sabe la boca a metal, siento la adrenalina. Voy a vomitar.
No sé qué tengo que hacer para curarme de este dolor.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Mamá.

He dibujado todos los casos en mi cabeza, ¿sabes? todas las situaciones. Como lo grande que será esta casa si tú no estás. En lo vacía que estará mi vida. En lo solo que estará papá. A veces temes tanto que algo ocurra que ni siquiera te paras a pensar qué harás o sentirás después. A veces no esperas que haya un después, y entonces nada importa. 
Soy lo bastante egoísta como para desear que, cuando ocurra, yo no viva ya en esta casa. Cuando no estás, se me antoja muy oscura y vacía, y sus muros, fríos. Sin ti, mi casa ya no es un hogar
Me he puesto en todas las cosas que tengo que hacer contigo, porque nunca sé cuándo será la última vez que pueda hacerlas. He sentido que tengo que correr, porque no tengo la ventaja del tiempo de mi parte, tengo que enseñarte la persona que puedo ser, tengo que mirarte desde el altar cuando me case, tengo que ponerte en los brazos a tus nietos. Tengo que correr, para luchar con lo inevitable. Tengo que comprarte esa chorrada que siempre quisiste, por si algún día me arrepiento de no haberlo hecho. Tengo que regalarte las experiencias con las que soñabas con 20 años, y que pusiste a un lado para cuidar de otros antes. Debo tragarme lágrimas que solo te corresponden a ti, y pensamientos de los que solo el azar puede ser dueño.

"No lo pienses" no me sirve. No es una respuesta, no es una solución.
Y me da miedo verlo, vivirlo y recrearlo. Me dan miedo todas esas culpas y arrepentimientos que me perseguirán. Me dan miedo todas las cosas por hacer que voy a echar de menos. Me da miedo no tener escapatoria, seguir viviendo. Me da miedo echarte de menos y no poder decírtelo.

sábado, 16 de febrero de 2019

Magic

Tú lo haces brillar todo. Tu magia, bonita, especial, todo lo que se sueña aunque no se conozca. París, algún aroma intangible, como el papel gastado de un libro o la tierra húmeda tras un chaparrón en primavera. Todas esas visiones únicas, como un atardecer anaranjado, o las estrellas que lo salpican todo y se derraman cuando no hay luz que las eclipse. Tú no te apagas. Tú me miras y me ilumino, me rozas y juro que entro en calor. Contigo, todo lo nuevo tiene un aire conocido, contigo, cosas mundanas me sorprenden como el primer día.
Todavía te miro y me pregunto cómo es posible que alguien pudiera no ver tu magia, que a mí me llena el pecho de suspiros.

domingo, 10 de febrero de 2019

I must confess.

Siempre he considerado que soy demasiado pudorosa como para escribir en detalles cosas eróticas, insinuantes o nada que se le parezca; así que te puedes imaginar que cuando estábamos ayer en la cocina y tuve que confesar que había tenido un sueño húmedo, recé para que no me preguntaras de qué iba el asunto.
Pero si de creencias va la cosa, también tengo que admitir que pienso que es bueno ponerse retos a uno mismo, especialmente en términos narrativos, así que le he dado un par de vueltas a cómo te lo hubiera contado si hubiera tenido que hacerlo. Porque sigo soñando contigo, sigo fantaseando contigo y, como no te lo crees, te lo tengo que demostrar.


Siempre hay algo intangible y nebuloso en los sueños, una atmósfera que no se puede definir del todo. Lo primero que recuerdo es que abrimos la puerta del pequeño apartamento que he alquilado para nosotros, claro que en mi cabeza es mucho más bonito. Enciendo las luces y todo se llena de un brillo cálido, dorado, y nosotros, ahítos de vino y queso (porque todo el mundo sabe que los franceses tienen pocas cosas más interesantes) entramos riendo. A lo mejor estamos un poco borrachos, de mimos, de amor, de ganas contenidas de comernos a besos.
En mi sueño, hay grandes ventanas abiertas por todas partes: junto a la cama, entre los muebles descoloridos de la cocina, al lado del comedor. Sedosos visillos blancos las flanquean, y por ellas se cuela una brisa fresca que llama a una primavera temprana, porque en los sueños puede ser cualquier momento y yo no quiero pasar frío en los míos. Los cristales entreabiertos reflejan las luces de una ciudad que ya dormita, con su magia marmórea y atemporal. Tolouse (Lautrec).
Como habría ocurrido de estar despierta, su tacto aparta de mi mente todo lo demás con el ardor incendiario y contagioso de quienes no pueden vivir sin el otro, de quienes odian cada centímetro de distancia que separe sus cuerpos. Una mano grande y tibia se cuela bajo mi camiseta y palpa mi abdomen, mi cintura; un beso distraído en el cuello me hace girarme. Me recibe esa boquita roja y jugosa como si fuera mi hogar, mi lugar seguro; en uno de esos besos enfebrecidos que auguran todo lo bueno que puedas pensar. Una prenda de ropa menos. Un jadeo que se me escapa de entre los labios, a pesar de que no hay nadie que pueda oírme, esto es un sueño y no me importa lo más mínimo.
No sabría decir si fue una fantasía o un cúmulo de trozos de realidad. Lo que sí sé es que lo hicimos como a mí más me gusta, con todas sus piezas y sus partes, despacio, largo, sin ropa y a la luz, para poder saborearnos también con los ojos. Lo hicimos mirándonos, diciéndonos en voz baja y en silencio que nos queremos. Haciendo sonar las teclas favoritas del cuerpo del otro para oírnos gemir y suspirar, para alimentar nuestro ego y nuestro poder en un halago sin palabras. Recuerdo mis manos contra su pecho, blanco sobre blanco, y pensar que por fin encajo con alguien a la perfección, que nos habían hecho para unirnos y ser uno durante esos instantes en que compartimos cuerpo y mente.

El resto ya lo sabes, más o menos. Creo que me desperté porque estaba cerca de tener un orgasmo y me daba miedo delatarme a mí misma. Verás, hay una parte de la conciencia que sabe que estamos dormidos, cuando ya estamos cerca de despertarnos. Abrí los ojos a medias, sintiéndome húmeda y preparada, y poco me importaron la hora, la puerta entreabierta y quien hubiera tras ella cuando busqué alivio en esos labios tuyos, un poco perplejos.

Psico-loca

Sabes que muy pocas cosas útiles me llevé de mi experiencia con la tonta profunda de mi psicóloga (o mejor, psico-loca). Una de ellas fue mi blog, que lleva conmigo desde 2009, aunque la cronología me contradiga. Otra, los ejercicios de relajación orientados al sueño.
Sí, con 12 años ya tenía problemas para dormir y no por falta de sueño, sino porque me agobiaban y asustaban tanto las pesadillas que intentaba no quedarme dormida nunca, como una especie de Will Graham de la vida. Esos ejercicios no me ayudaban mucho en el propósito para el que estaban diseñados, pero sí que les encontré una segunda utilidad: cada vez que tenía, y tengo, un mal día, me concentro en todas esas pequeñas cosas que me gustan y me hacen feliz mientras respiro profundamente. Incluso confeccioné una lista, por si algún día no se me ocurría nada que me produjera bienestar, porque si algo me gusta y me gratifica son las listas y el orden, el material de papelería, el olor de los libros viejos, escribir a mano, el sonido de mi teclado cuando escribo rápido, dejarme llevar por una canción cuando me obsesiono por ella (actualmente, un arreglo para piano de un tal Peacock de Fallen Down, una pieza de la banda sonora de Untertale), los cambios de estación, el olor de la gasolina, el sonido del velcro al desabrocharlo, los cielos despejados, azules y luminosos, los días largos, los atardeceres bonitos, una ducha larga y caliente, el arroz con leche de mi madre, cocinar, correr cuando hace frío y respirar profundamente el aire helado, el sonido del mar, el olor a tierra húmeda cuando llueve, despertar sin prisas y desayunar con tranquilidad, mirar el cielo a través del agua cuando nado, la sensación de la ropa limpia y recién planchada, dormirme en el sofá "sin querer" después de la cena, con mimitos de mi papá...

Son muchas cosas, aunque a veces no lo parezca. Últimamente, son más que nunca, porque las antiguas no han desaparecido, pero se han sumado sensaciones nuevas. El olor de su ropa, dormir con un brazo ciñéndome el pecho y otro en torno a la cintura, la manera en que me mira cuando me dice que me quiere, una caricia en la mejilla, ese lugar detrás de la oreja que huele a su piel, a su perfume, a su champú y a todas las cosas buenas de este mundo, sus besos, el sonido de su risa, esas arruguitas en las comisuras de sus ojos que cuentan todas las historias que me hacen feliz, el calor de sus manos, su respiración bajo mi oreja, dormir contando los latidos de su corazón, que son como música para mí, en esas sábanas como de peluche...

¿Será que todo lo suyo me hace sentir bien?


miércoles, 6 de febrero de 2019

No bae-friendly.

Mi querido bae, esta entrada no es muy apta para tu consumo. Si yo fuera tú, dejaría de leer a partir de este punto.


Hoy he terminado la primera novela de la saga "la magia de ser Sofía". No es la primera vez que lo intento, pero sí la primera vez que me sobrepongo a los trompicones y termino de leérmela.
Cuando he terminado, me he quedado un rato mirando al techo ensimismada, sintiendo que la llevo clavada y enquistada en el pecho. Es la clase de historia que aún me escuece y me atemoriza, como el recuerdo de una herida pasada que dejó secuelas en mi alma. Una herida que ya no está fresca, ojo: se curó, con tiempo y mimo, pero la cicatriz sigue ahí.
Yo soy Sofía, lo he sido mucho tiempo. Me sentí así la primera vez que descubrí la historia e intuí el desastroso final. Chica conoce a chico, chico tiene novia, y eso lo complica todo. Aquí vienen las mentiras, las promesas de romper, las conversaciones a escondidas, la historia que nunca acaba, una relación de tres, la sombra de un fantasma que está en todas las conversaciones, en cada alusión, en dobles sentidos, detrás de cada enfado y cada discusión. El chico dice que está enamorado de ella, pero es un cobarde y se refugia en la comodidad de patrones que ya conoce, en la persona con la que ya ha compartido su vida hasta volverla fácil..., y al final todo estalla, y en eso quedan: él, aferrado a una vida infeliz, ella, recordando cada risa, cada paseo, cada sueño, cada fantasía, llorando el fallecimiento de un futuro que ni siquiera llegó a nacer. Casi he podido revivir ciertas escenas, cambiando detalles novelescos por propios, y ahí es donde verdaderamente se me ha atragantado la novela.
También he sido Lucía, y eso es nuevo para mí. Ha sido toda una revelación sentirme tan identificada y tan unida a un personaje que antes se me antojaba frío y canalla, pero ahora veo que Lucía solo es una persona a la que le pesan sus propios objetivos. A lo mejor es que no supo priorizar. A lo mejor es que Héctor no pudo soportar que ella se quisiera inteligente, ambiciosa y con éxito más de lo que lo quería a él. A lo mejor esto que empiezo a intuir se convierte en una realidad en forma de obstáculo, un muro que siempre va a existir entre mis ambiciones y mis estándares y mis relaciones. A lo mejor ya no sé si es un rasgo de mi carácter o un defecto. A lo mejor me cuesta la felicidad cuando ya sea demasiado tarde para recuperarla, como a Lucía, y mis propias ansias de perseguir lo que en mi cabeza considero "La Perfección" se me desploman en la cabeza.

Ahora me debato entre leerme o no la segunda parte. Está perfectamente claro que es el momento de que se reconcilien y todo vuelva a ir bien, porque así es Elísabeth Benavent, y yo no sé dónde me deja eso. No sé si quiero mantener la historia real y cercana, o darle un cierre y un final feliz como si fuera mío también. Porque... a lo mejor así dejo de sentir que me merezco todo lo malo que me pueda ocurrir.