jueves, 31 de enero de 2019

No blame.

A ver, hoy hemos tenido un episodio un poco raruno y creo que vale la pena comentarlo un poco.
Es verdad que, de las pocas veces que uno de los dos no ha querido tener relaciones, la mayoría de las negaciones han sido tuyas y el protocolo de actuación siempre ha sido dejarlo estar. Es verdad que, por norma, yo no digo que no al sexo a no ser que a) me encuentre físicamente mal, b) me encuentre psicológicamente mal, lo cual me complica mucho llegar al orgasmo, aunque inicialmente pueda apetecerme.
Establecidos estos parámetros, me gustaría indicar que no es lo mismo "no me apetece" que "no quiero". Lo segundo es rechazo, una negación directa e inamovible. Lo primero es, simplemente, falta de ganas. Lo primero se puede cambiar, lo segundo... No.

Y a mí, antes, pues... No me apetecía. Por la opción b, para más señas. Después de pasar la noche en vela, del estrés emocional de los últimos días y, en concreto, de ayer, acababa de llegar a casa y además me estaban esperando en la cocina; así que cuando empezaste a tocarme el culo y el pubis me planteé si me apetecía darle rienda suelta a la pasión y llegué a la conclusión de que, aunque estaba húmeda (hormonas ftw), era probable que sin calma, amor y preliminares, no llegara a correrme.
Y así te lo dije en el baño, «estoy cachonda, pero creo que no puedo correrme». Sin embargo, metiste la mano en mis pantalones y me dejé porque sé que eres el hombre de los milagros. Es importante, no te dije que no, no me aparté, no sentí ni manifesté rechazo y tú no me estabas forzando a nada. Me dejé porque sabía que podrías llegar a hacerme disfrutar y, aunque al principio no sentí nada, me esforcé por dejar la mente en blanco, a ver si sentía la chispa, las cosquillitas, el placer de tu mano resbalando por mis pliegues. Creo que notaste mis contracciones entorno a tus dedos y por eso sabes que no fingí nada.
Así que culpas, cero.

miércoles, 30 de enero de 2019

Carca.

El lunes quedé con las niñas después de siglos sin verlas, y eso que son las personas con las que he crecido, quienes ven lo mejor y lo peor de mí. Con Silvia me encuentro a veces, pero llevaba meses sin hablar con Ana, más de un año y medio sin quedar con Elena, y un lustro sin saber de Carmen, que se dice pronto. "Dejada" y yo: sinónimos.
La cuestión es que nos sentamos en una pequeña pizzería vegana de la zona de Lepanto que me trajo muchos recuerdos, cerca de la academia donde veníamos a ver actuar a Marina en verano cuando acababa el curso de flamenco, o las coreografías de ballet que hacían Ana y Elena todos los años en junio. Estaba cerca del colegio donde pasé 13 años de mi más tierna juventud, despellejándome las rodillas en el campo de fútbol de albero, escondida entre estanterías de la biblioteca, liándome con gente en los baños y, en última instancia, fumándome algún porro en la arboleda.
Así que me sumergí de lleno en la nostalgia mientras fingía que comía, demorándome en las cortezas, escuchando sus vidas y riéndome de los dramas de telenovela en que estaban metidas, justo como si volviera a tener 16 años: Carmen, liada con un señor casado de 30 años, estaba a punto de independizarse. Con dos trabajos, parece más sofisticada y resolutiva que nunca, tiene ese aura de seguridad de las personas adultas que la hace parecer sexy, y a mí me hace sentirme como una niña pequeña. Silvia, por otro lado, trataba de compaginar los términos de las dos relaciones románticas que estaba manteniendo a la vez con dos personas diferentes. Ana estaba empezando un rollete nuevo que no sabía si iba a cuajar o no, pero mientras, se iba de fiesta todas las semanas con su nuevo grupo de amigos, y Elena..., bueno, Elena decidió que aquel momento mío de reflexión era el adecuado para arrojarme una jarra de agua helada (emocionalmente hablando) cuando preguntó:
- Tía, ¿no te aburres de estar en una relación estable?
Después de la carcajada general, me di cuenta de que todas me miraban atentamente. Me dolió un poco darme cuenta de que mis amigas me veían como una carca, pero es que a veces estamos tan concentradas en el presente que nos olvidamos de dónde venimos. Y creo que, hasta cierto punto, en sus cabezas sigo siendo la clase de persona que se pasa de juerga la mitad de la semana, que bebe como un cosaco y se chinga a una persona distinta cada fin de semana, despilfarrando el dinero como si lloviera del cielo.
- No, Eli, no me aburro - y me di cuenta de que había sonado muy cortante y seca en mi respuesta - ¿Cuánto tiempo llevas con Pablo, por Dios?
Ella se paró a calcularlo. Yo jamás habría tenido que pensarlo, podría decir hasta cuántas respiraciones llevo con Ale.
- Pues el mes pasado... este mes... unos siete meses, creo.
Me reí sin ganas mientras la revelación sobre mi juventud continuaba. Yo me había divertido durante un par de años, a lo sumo tres, mientras ellas estaban viviendo la década dorada de los veinte a lo Valeria Férriz. Me esforcé por recordar que esas cosas habían dejado de llenarme y apetecerme hace mucho, cómo hice un retiro espiritual, tiré la mitad de mi ropa de fiesta y no volví a probar una sustancia nociva en mucho, mucho tiempo. Ni siquiera me molesté en defender mi vida amorosa, más que plena y satisfactoria, porque sabía que a sus ojos me he "conformado" con la vida.
- ... pero es que necesito algo más en mi vida, ¿sabes? - seguía diciendo Elena - Una bronca, cuernos, algo así.
- Eso es porque no le quieres de verdad, nena - sentencié - Cosa que no entiendo, porque es guapo, buena persona, y está loco por ti.
- Sí... quizá demasiaaaaado bueno. Excepto en la cama.
Siendo sinceros, las dos sabemos que la fidelidad no ha sido precisamente lo que destaca de nuestro expediente hasta ahora (o, en mi caso, hasta hace unos dos años y ocho meses). De hecho, ambas nos hemos liado con el novio de la otra en más de una ocasión. La cuestión es que decidí dejar de hablar en serio y traté de distraerla.
- Proponle un trío, o una relación abierta. - Adujo Silvia
- Estaba pensando en ponerle los cuernos
- Tía, no. Pa eso déjale - exclamó Ana.
- ¿Y si vamos a un Sex Shop juntas? hace tiempo que quiero un par de cosas.
Como yo ya sabía, a Elena le encantó mi idea y nos dedicamos a discutir qué nos compraríamos si al final decidíamos hacer aquello. Sin embargo, la conversación en general me dejó con la mosca detrás de la oreja y la cosa no se puso mejor después, mientras celebrábamos con cerveza y chupitos el habernos librado de un baboso, cuando decidí que era tarde y que mi estómago no aguantaría otra micro-explosión de tequila
- Lo siento, Carmela, ya no soy lo que era - me reí mientras me ponía el abrigo.
- Ya lo veo, ya - dijo ella mientras servía más alcohol en los vasitos. - El viernes te ponemos a tono.
Se estaba riendo por lo bajinis, casi con indulgencia, y me dieron ganas de recordarle aquella vez que la tumbé en una guerra épica que terminó con 5 litros de cerveza, 4 cubatas y 8 chupitos (dos de ellos, de absenta) a los que me tuvo que invitar. Aquel día habría podido desinfectar un hospital entero de un escupitajo, como quien dice..., pero todo aquello pasó. Pasó y ahora somos personas diferentes, todas nosotras. Cada una tiene su camino. La pregunta es... ¿nos arrepentiremos de nuestras elecciones?

viernes, 25 de enero de 2019

Huevito salao, aka marido trofeo (parte 2)

Me gustaría ponerme en modo novelesco y decir que, cuando entramos en el vagón de metro, sentí su presencia como una descarga eléctrica, pero tengo que atenerme a los hechos y eso no ocurrió así.
Nos dirigimos a esa parte del tren que a ti te gusta, ese saliente blanco contra el que te apoyas, y yo me situé entre tus piernas, apoyé la cabeza en tu hombro y justo en ese preciso instante, le vi. Pelo negro, ojos negros, piel oscura, ropa oscura, aspecto cuidadosamente despreocupado..., no había cambiado nada de nada. Siempre le sentó bien la ropa, incluso cuando pesaba treinta kilos más, como si se la hubieran cosido a medida sobre la piel. ¿Por qué será que los más guapos son, a menudo, los más tonto?
Iba escuchando música, como siempre. Pensé que tal vez Michael Jackson, por la forma que tenía de mover el cuerpo, como si quisiera arrancarse a bailar. Un golpeteo de pies, un movimiento insinuado de caderas, un murmullo escapando de sus labios como si cantase. Un enamorado de la música, con su aire de artista bohemio que tanto gusta a algunas mujeres; se lo dije en su día y lo sigo pensando. Se me escapa una sonrisa, especialmente al darme cuenta de que no todo quedó tan mal entre nosotros y soy capaz de recordar algunas cosas con cariño. En ese momento, se metió el móvil en el bolsillo del vaquero para subirse las mangas del blazer y levantó la mirada, chocándose con mis ojos.
Me dio vergüenza que me pillase mirándole (y sonriendo), sentí que se me subía la sangre al rostro y mi sonrojo se hizo más profundo cuando recordé las cosas tan feas que nos habíamos dicho la última vez que hablamos, es decir... cuando rompimos. Luego sentí cómo sus ojos se desplazaban perezosamente por mi cuerpo, escaneándome, y lamenté no haberme arreglado más esa mañana, pero ya se sabe... un rayo no cae dos veces en el mismo sitio. Y luego te miró a ti, y frunció los labios.
En ese preciso momento guardaste el móvil en el bolsillo frontal de la sudadera y, como si te hubiera adiestrado o me leyeras la mente, bajaste la mano derecha de mi cintura hacia más bien mi trasero. Alcé la cara con la intención de apartarme, cerca ya de San Bernardo, cuando me acercaste a ti y me besaste, primero suavemente, luego con insistencia, con dientes y lengua, uno de esos besos en los que parece que se va a acabar el mundo y que hacen que la sangre me burbujee bajo la piel, casi escandaloso. La guinda del pastel, dedicada a alguien que me dijo que nadie me querría jamás.
Por la megafonía sonó el nombre de nuestra parada, nos situamos junto a la puerta y, justo antes de salir, le dediqué una mirada por encima del hombro con toda la dureza y frialdad que fui capaz.


lunes, 21 de enero de 2019

Inseguridades III

El espejo me devuelve el reflejo de una cara pálida y malhumorada. Me inclino sobre la pila y me echo agua fría en el rostro: helada, a decir verdad. Mi madre dice que eso ayuda a mejorar la elasticidad de la piel. También lleva muchos años recordándome que me aplique crema hidratante a diario, para así poder envejecer tan bien como ella. Dice, aunque con menos frecuencia, que tengo mala cara, siempre tan paliducha, siempre con aspecto de cansada. Dice que estoy guapa, pero solo cuando me maquillo.
Y ahora mi piel sin mácula y mis ojos grandes en el espejo no me dicen nada si no me dedico media horita a darme colores y sombras, a disimular, a realzar.
Me tiro del cabello hacia arriba , aplasto los rizos sin miramientos y me lo recojo en una coleta alta y despeinada para quitármelo de la cara. Ese pelo mío, tan espeso, de rizos amplios y maleables, que ya solo es bonito si me lo aliso. Y cuando lo hago, recibo halagos por todas partes, pero yo me miro al espejo y echo de menos el marco de volutas marrones, que según mi madre hacen de mi rostro una máscara más pálida aún. Sí, definitivamente, estaba mejor cuando era rubia.
Evitando mi reflejo, me voy quitando capas. La sudadera desvela esos brazos dermatíticos llenos de cicatrices que a mi suegra le daría vergüenza enseñar, la camiseta, mis pechos más pequeños y caídos, esa barriga curva y prominente que mi abuela odia, esas estrías que mi padre se esfuerza por eliminar, esa cintura ancha que, desafortunadamente, heredé de mi madre. Los pantalones se me caen y ya solo queda ese culo que un día fue bonito pero que ahora está plano y vacío para mi hermano, esos muslazos que nadie entiende de dónde he sacado, ya que todos los demás los tienen delgados, las piernas cortas de mi padre y más cicatrices, estrías, flacidez y piel de naranja.

Así, desnuda, me subo a la báscula, y el número que me devuelve hace que se me llenen los ojos de lágrimas. Y ya no sé si me da más rabia llorar por una cosa así o por permitir que me minen la moral; con que mi hermana con 68 kilos está gorda pero yo con 70 no, con que saqué todo de mi padre menos lo bueno, y de mi madre, solo lo malo. Con mi papada y mis piernas cortas. Con los dos rollitos que me salen en la cintura. Con el roce de mis muslos al caminar y mis pies anchos y planos. Con que solo estoy guapa cuando me maquillo y me peino, solo cuando estoy bien vestida, y a veces siento que mi madre me querría más si fuera rubia, delgada y tuviera los ojos azules, o que mi abuela me apreciaría más si estuviera en los huesos.

Hermosa prosa.

Como suele decirse, este huevo pide sal y, si no me equivoco, estás deseando que entre en detalles escabrosos sobre cómo le he restregado a mis ex que estaba saliendo contigo, así que aquí van dos, y bien relataditos:

El primero, que yo recuerde, ocurrió poco después de que empezáramos a salir. Es de lejos el más gratificante, quizá porque fue mi pequeña venganza, mi pequeño rechazo..., juzga tú mismo.
Debía de ser octubre, o quizá un septiembre tardío y sorprendentemente fresco. En un alarde de buen humor, me había arreglado: llevaba un vestido vaporoso, de color anaranjado, hasta los pies, un vestido que tiene un escote desbocado y media espalda al aire... pero yo, muy modosita, me había colocado una chaqueta vaquera con las mangas remangadas sobre él. Me solté la melena (no metafóricamente), y dejé que los profusos rizos cayeran sobre mi cara de muñeca pintarrajeada, todo el conjunto sobre unas enormes plataformas de esparto que casi parecían andamios.
Todo esto tenía su propósito, claro: había quedado con las niñas para tomar unas cervezas con las chicas, todo esto cuando aún éramos amigas, evidentemente; así que estábamos apaciblemente sentadas en la Gitana Loca cuando empezamos a encontrarnos con gente conocida que se fue adhiriendo al grupo. A Elena se le unieron Ana y Silvia, que se encontró con Zoe y Julia, que trajeron a Pablo, al que a menudo se pegaban los gemelos.
Ay..., los gemelos. Los gemelos me habían tenido loquita durante toda la secundaria, aunque no tanto como a Elena, que se acostó con los dos consecutivamente. A mí me gustaba el gemelo malo, porque el bueno era solo un amigo. Era uno de estos tipos que podrían ser casi feos, con su piel pálida y pecosa y el pelo pelirrojo, pero la genética jugaba a su favor: era alto, no muy musculoso pero bien torneado, y tenía los ojos más verdes del planeta. Alberto y su morbo interminable. Con una sonrisa podía no hacerte mojar las bragas, sino romper aguas. Y, por supuesto, se ha tirado a la mitad del Aljarafe, ergo era idiota perdido.
Debes entender que la última vez que los vi, tenía 15 años y la gracia de un moco viscoso y colgón, así que los dos estaban sorprendidos por lo bien que me había sentado la edad adulta. Tomás me abrazó con cariño, como siempre, pero Alberto, que normalmente me habría dado dos besos, estaba embobado (y yo muy pagada de mí misma, oiga). Sin embargo, cuando me atrajo hacia su cuerpo y me abrazó tan... cerca... me sentí incómoda. Me dijo que olía bien, que mi perfume era lo único que no había cambiado (mentira, pasé de Chic&Sexy a Lady Rebel) y yo quise reírme en su cara.
Aquel día, había un evento o algo así en el Aromas, con un tipo cachas ligerito de ropa que atraía a muchachas a mansalva. Recuerdo que alguien estaba hablando de eso, y yo, que estaba distraída fingiendo que ignoraba a Alberto, dije algo así como que no le veía el interés.
- ¿Cómo que no?
- ¿Un muchacho medio desnudo pasando frío? No tomaría yo un desvío para ver eso, la verdad...
- Pero no dirás que no te gusta.
Yo le miré arqueando las cejas.
- Lo digo y lo mantengo. No me gustan los chicos así, además, es cosificación.
Se rió de mí, cosa que me molestó, así que apuré mi cerveza con la intención de marcharme. Se estaba haciendo tarde, de todas maneras, y yo tenía planes para el día siguiente. Me levanté y repartí besos y despedidas.
- ¿Te vas?
- Sí, mañana he quedado.
Y Ana, bendita Ana, hizo aquel comentario por el que le estaré agradecida toda mi vida:
- Con Ale, ¿no? A follar hasta que te ponga los ojos del revés.
Me reí.
- O hasta que me parta en dos, lo que pase antes.

Habré leído muchos poemas, pero ninguno como su cara.

domingo, 20 de enero de 2019

20 de enero de 2019

Querido bae,

Desde jovencita, he leído muchas novelas eróticas. Por pura diversión, no te creas, no con fines sexuales. Lo primero que debes saber es que la vida no comienza y termina con Cincuenta sombras de Grey: están los múltiples títulos de Elisabet Benavent (saaaaaagas y saaaaaags interminables sobre las expectativas de las mujeres en lo que respecta al amor y al sexo), los de Pídeme lo que quieras (si te va un rollo más sado), yo soy Eric Zimmerman, Diario de una Voyeur o Crossfire. Vamos, que hay mucho donde elegir, a pesar de que la literatura erótica es un tabú en el mundo literario y fuera de éste. Lo segundo que debes saber es que estos libros me han ayudado a aprender un poco de cuáles son las expectativas y fantasías de hombres y mujeres, qué les gusta, con qué fantasean.
Las mujeres, en general, quieren a una bestia parda entre las sábanas que se deshaga en atenciones románticas cuando llega el amanecer, y, por alguna razón que no entiendo, también les gusta ser dominadas, estar a merced de alguien.
Los hombres sueñan con ser tigres en la cama, estar buenísimos, tener harenes de mujeres que pulvericen las bragas al verlos y rabos de 30 centímetros. Como diría Sergio, nada nuevo bajo el sol.

Así que pronto me di cuenta de que no me ajustaba mucho a ese patrón, ya que algunas de estas fantasías me parecían desagradables. Otras eran demasiado corrientes, como que el tío con el que te acuestas te trate bien cuando termina el revolcón (idiota de mí, lo daba por hecho)
Siempre tuve claro que lo de encontrar un tío cuya voz fuera suficiente para excitarse, un tío que pudiera hacer que te corrieras con una sonrisa, era una mentira como un castillo. Porque, a ver, somos criaturas racionales, ¿no? ¿quién puede perder la cabeza de esa manera? (de nuevo, idiota de mí)

Como bien has averiguado por el paréntesis anterior, me desmontaste todos los esquemas una vez más. Es verdad que no fue un flechazo sexual, de estos en los que mojo las bragas con olerte por primera vez, sino que fui descubriendo las cosas que me volvían loca poco a poco. A estas alturas, creo que los dos sabemos (y a ti te encanta), que eres mi kriptonita, mi porno con patas. Eres todo eso que prometen los libros y que yo juraba que no existía. No sé si me produce más vergüenza o más sorpresa la reacción primitiva de mi cuerpo, que se subleva, se desconecta de la cabeza y funciona por sí mismo. ¡Te juro que no lo hago a propósito! ni siquiera sé cómo disimularlo, solo sé que cuando me besas con esa boquita mullida y suave, se me pone la piel de gallina y el corazón en la garganta, bum, bum, bum, siento el calor de la sangre por todo el cuerpo (y en unos sitios más que en otros), y luego viene lo demás: los pezones se yerguen, duros, contra la blonda del sujetador, aparece ese cosquilleo familiar en la parte baja del abdomen, y unas ganas locas de suspirar. En algún momento del proceso, mi mente hace acto de presencia y no precisamente para ayudar, qué va, sino que me recuerda amablemente lo que se siente con mi pecho pegado al tuyo, las embestidas de tus caderas contra las mías, tu expresión cuando te corres, y...
Y luego, fuera de mi nebulosa, la realidad: con tu cara de sorpresa o de diversión más o menos disimulada. Tú, ni mínimamente alterado, y yo, intentando no jadear.
En fin, injusticias de la vida de una dolescente en celo.

jueves, 17 de enero de 2019

La feria del ganado.

Espero que nunca lo sepas, pero no es fácil ni bonito terminar una relación. Cada persona reacciona de una manera diferente, hay quien lo esconde, hay quien se enfada, hay quien le da poca importancia... estamos quienes hacemos un poco de todo...
Algunas zorras crueles y despiadadas como yo, aparecen más divinas que nunca: nos esmeramos en que se note lo fabulosas que estamos, compramos ropa y maquillaje, intentamos adelgazar, nos cambiamos el pelo. Y yo, que además soy una cabrona superficial..., bueno, a mí me encanta exhibir mis nuevas conquistas, lo cual suena frío, como si hablara de mi perro, o de un complemento.
Ahora lo siento, pienso con culpa en las veces que te he utilizado... las que sabes y las que no.

Reserva.

Me pregunto si bajaré de 70 kilos este mes.

Pienso que quizá sí, distraída, dándole vueltas a la manzana en la mano. Como todas las manzanas ácidas de la variedad Granny Smith, tiene un color precioso y muy característico, el verde más brillante que hay. Un par de gotas del agua con que la he lavado se resbalan por su superficie.
Esta manzana es mi cena, así que más vale que la saboree despacio. Es curioso, no hace mucho tiempo que soñaba con comerme una manzana a mordiscos, algo que mis dientes nunca me habían permitido hacer, y ahora no gozo de ese lujo tanto como debería. También me habría gustado correr como esas personas que lo hacen por gusto a cualquier hora del día. Ahora yo también soy de esas, aunque no aguante demasiado... hay que ver cuántas cosas estoy consiguiendo en poco tiempo.
Al cambiar de postura en el sofá, noto un pequeño chasquido desagradable y me miro el dedo corazón, donde otra uña ha hecho de las suyas. Tiro y se desprende fácilmente.
Ya, ya, lo pillo: este último mes me he estado portando mal, y mi cuerpo lo acusa y cede. El círculo vicioso que se repite, y aún así, me siento fuerte y ágil, capaz de aguantar sin comer ni beber, trabajar durante horas, levantar algo pesado, dormir poco y seguir funcionando.
Me siento como uno de esos electrodomésticos antiguos, de los que se comen con patatas toda esta endeble tecnología moderna. Tosca y rudimentaria, pero dura como un muro.

La manzana estaba riquísima, pero yo no me siento saciada.


domingo, 13 de enero de 2019

Daydreaming.

Es verdad lo que te dije el otro día: hace tiempo que dejé de fantasear con flores, velas, desayunos en la cama y pétalos de rosa. Para eso están las novelas de amor.
Hacía tiempo que había dejado de soñar con el romance en general...
Hasta que vino un chico tímido de ojos pardos y sonrisa preciosa a desordenarme la vida con sus palabras de amor y sus caricias suaves, para demostrarme que todas esas cosas que una vez quise no son necesarias, porque hay cosas que sobrecogen más el corazón.

You never see a broken heart coming.

Te dedicaré esta entrada, y será la última de mi vida. Por fin he tomado la decisión a la que estaba avocada la situación, y ahora por fin me doy cuenta de que debería haberlo hecho hace muchos, muchos años.
Lárgate de mi vida. Eres un rancio, y un fracasado, y lo peor de todo es que sigues teniendo el poder de molestarme y hacerme daño. Eres un mierdas, ni siquiera entiendo por qué me ha llegado a importar tu opinión en algún momento de mi vida. Recuerdo las cosas bonitas que me has dicho, pero más aún lo cruel que eres cuando estás amargado y despechado, cada una de tus frases insultantes y amenazantes las llevo atravesadas en el pecho.
Nunca me has hecho sentir nada más que desprecio, odio e inseguridad. Eres un imbécil inadaptado, que no se interesa por nada más que por hacer daño y soltar tonterías condescendientes, te crees muy inteligente por ponerte de parte de barbaridades que obviamente nadie acepta. Estoy harta de ti, y mira que lo he intentado veces... pero sigues siendo mi momento más bajo en la vida. Creo que en ese punto me quería a mí misma tan poco y tan mal, que no entendía que alguien pudiera hacerlo de manera diferente. Y tú siempre reforzabas esa idea de que debía estar agradecida de mendigarte lo poco que me dabas.
Púdrete.

miércoles, 9 de enero de 2019

3 de agosto de 2017

Querido bae,

Creo que te he demostrado que te confiaría lo que fuera, hasta mi vida. Sé que harías lo que fuera necesario por mí y mi bienestar, a veces incluso parándome los pies si es necesario, porque sé que soy muy bruta con algunas cosas, como cuando me quitaron a Pepi de la barriga.
Ahora, visto en retrospectiva, se han confirmado mis sospechas de que aquel día estuve a punto de quedarme estéril, aunque cuando me lo dijo mi madre no me lo creí demasiado. Mi médico opina que "Dios me puso la mano encima" para protegerme de la infertilidad, aunque yo me inclino más a pensar que la casualidad y un buen equipo de médicos fueron los factores que impidieron que me quedara sin mi matriz.
No le di importancia, pero que hubiera ocurrido tal cosa me habría roto el corazón en mil cachitos. Llego soñando con llevar una vida dentro mucho tiempo, tanto como pueda recordar, y ahora ya no se trataría solo de una pequeña personita, sino también de una parte de ti. Sí, creo que eso lo hará todo más especial (en un futuro muy lejano, bájate las gónadas de la garganta, anda); y pensar que mi propio descuido casi nos quita ese futuro, esa opción de darte un bebé, es bastante cruel para mí. Me siento muy culpable por ello.
Hay muchas personas que automáticamente abandonarían a sus parejas por algo así: lo veo continuamente en programas como "casados a primera vista" o "first dates", o incluso en series de televisión, como Pequeñas Mentirosas. La gente está curiosamente obsesionada por tener vástagos, pero que lleven la sangre de uno parece ser una condición sine qua non, no sé si por transmitir un legado genético o qué. Aunque confieso que me encantaría mirar a la carita rechoncha de nuestro pequeño bebé y encontrarte en ella, hay una posibilidad bastante decente de que se parezca a mí y eso ya no me hace tanta ilusión...
Me pregunto, escribiendo esto, cómo se puede querer menos a una criatura solamente porque no lleve tu sangre. Me pregunto si tú aún me habrías querido a mí de no poder tener hijos propios.

jueves, 3 de enero de 2019

Unidirectional nightmares.

Hay decisiones que da miedo tomar.
Es difícil y, aunque sabemos que dolerá muchísimo, siempre hay que confiar en que será para mejor.
O si no, siempre queda el arrepentimiento.

miércoles, 2 de enero de 2019

¡Feliz 2019!

Con un año nuevo, vienen nuevas resoluciones. En verdad iba a hacer un balance de lo que ha pasado en los últimos 12 meses, pero para qué revivir ciertas cosas que están mejor muertas y enterradas, ¿no?
Mi propósito para este año 2019 es seguir agobiándome inmensamente haciendo exactamente lo mismo al extremo para despertar el orgullo de no-sé-quién. También quiero aprender a ser más optimista, quejarme y lloriquear menos, que así no soluciono nada. Me gustaría ser mejor persona, más abierta y tolerante, y acercarme más a la persona que quiero ser; pero el karma se me ha tropezado en la cara y se me hace difícil salir del cínico sarcasmo que está impregnado de la furia helada que llevo dentro por todo lo que ha ocurrido en los últimos días.
Pero es que las fiestas navideñas no pueden ser tal (ni terminar de matarme la ilusión) sin el drama que obligatoriamente tiene que formar parte de ellas, a saber, un montón de pequeñas gotitas que siguen colmando el vaso de mi paciencia... y hasta donde llegue. Los exabruptos de mi abuela, las llantinas de mi madre, las """"""circunstancias""""" de mi hermana en la pasada nochevieja, mi novio fumando, el remolino de recuerdos, la sensación de culpa por no estar donde debería, la ansiedad frente a toda la comida y la falta de actividad física, el agobio por la falta de dinero...
La realidad es que sigue sin gustarme cómo soy, pero ni idea de cómo acercarme a quien quiero ser. De verdad que se me atragantan las palabras en el pecho y solo me salen por los dedos; sigo sin dejar de pensar en las mismas preguntas: ¿qué pasaría si hubiera tomado decisiones diferentes? ¿por qué sigo equivocándome en los mismos pasos? ¿por qué sigo olvidando (convenientemente) que yo también sigo rompiendo una promesa cada vez que cedo a la tentación? Hay ciertas personas que tienen el mismo derecho a estar cabreadas conmigo que yo con ellas, supongo, y si no lo están... eso dice mucho de la realidad de lo mala persona que sigo siendo.

Con todo mi cinismo,
¡Feliz año nuevo!