Estoy cegada por completo, en esta noche del demonio. Me han hecho sentir otra vez que soy una loca, una exagerada, de modo que al final me ha podido la peer pressure, que es como la llaman ahora. Por supuesto, haciendo balance de la comida de mierda que me he sentido obligada a ingerir durante todo el día, me ha aplastado el pánico.
Hace un rato, estaba sentada en el suelo, las tablas de madera royendo mis huesos doloridos, manchadas del mismo sudor frio que me cubre la piel. Todo es un borrón de miedo y de ansiedad, incluida la oxidada hoja gris, ya arrancada de su viejo soporte plástico.
Miro mi mano como si no fuera mía, la punta de la cuchilla hundida en mi piel, duele. Hiere, pero le da un sentido a mi dolor. Y mientras más pienso en la mierda de persona que soy, la mano me tiembla. Quiero y no quiero, y no debo, pero lo necesito.
Piensen en qué gran contradiccion supone esto: tirada en el suelo, hecha un mar de lsgrimas por haberme descuidado de esta manera considerando lo precaria de mi estabilidad mental, a punto de volver a abrirme las muñecas. Por suerte o por desgracia, la hoja de mi viejo cúter es vieja y ya no corta como antes. Abro los dedos uno a uno, despacio, y la suelto. La miro unos sengundos eternos antes de volverla a guardar escondida en su sitio. Me cuesta deshacerme de ella.