Quién me iba a decir a mí cuando era una muchachita flaca y enfermiza que me aferraría a esa imagen de mí misma con anhelo, y llegaría a odiarme tanto como lo hago ahora.
Por un momento he intentado hacer ese ejercicio que propone Kester a Rae y me he concentrado en proyectar una imagen de mi misma cuando era pequeña, con mi cara redonda y pecosa, siempre colorada de reirme, y los rizos oscuros bailando detrás de mi cabeza a cada sacudida. Veo a esa niña delante de mi como si fuera otra persona, y pienso en decirle todas las cosas que me digo a mí misma todos los días. Das asco. Debería darte vergüenza. Esto no es propio de ti. Tienes que cambiar. Delgada serías más feliz.
Me imagino decirle cosas así a una niña de... ¿Diez, doce años? Y no me sale la voz mental. No puedo crear la escena. Todo lo que veo es que esa niña podría ser cualquiera, y que vea su vida arruinada por una infelicidad tan profunda como la mía, por mi culpa, por culpa de la gente que la rodea.
A veces siento que mi vida no tiene sentido. Debería rendirme de una santa vez y dejar de pelearme conmigo misma, ya que nunca podré ser feliz. Nunca podré quererme.
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